Por Juan Pablo Sallaberry Agosto 11, 2011

Lleva 10 años estudiando el tema de la desigualdad en Chile. Desde hace cinco sus inusuales postulados circulan en el mundo académico y se debaten en los pasillos de las escuelas de Economía. Pero fue este año cuando la provocadora tesis de Claudio Sapelli saltó a la primera línea, y su libro Chile: ¿más equitativo? se encuentra en las principales librerías y en el escritorio de autoridades como el ministro de Hacienda, Felipe Larraín.

Nacido en Uruguay y doctor en Economía de la Universidad de Chicago, las cifras que exhibe Sapelli contradicen el discurso tradicional de  los líderes políticos y sociales respecto a que la distribución del ingreso en el país ha empeorado y que existe escasa movilidad social.

Es cierto, con un 0,52 en el coeficiente Gini -donde 0 representa la igualdad perfecta y 1 la mayor desigualdad-, Chile se encuentra entre los 15 países con peor distribución del ingreso en el mundo y encabeza el ranking de inequidad entre los miembros de la OCDE. Sin embargo, el  economista dio una nueva mirada a esos índices y midió la desigualdad no en el total de la población sino en los distintos grupos generacionales a lo largo del tiempo. Conclusión: entre los chilenos más jóvenes se registra un notorio incremento de la equidad en variables como ingreso, educación, pobreza y movilidad social.

"Hay que cambiar la mirada. Con el enfoque de cohortes, grupos de personas nacidas en un determinado año, se puede ver una historia y la dinámica oculta en los datos globales. La distribución del ingreso para las cohortes más jóvenes es menos dispersa. No estamos estancados y mañana estaremos mejor", sostiene el investigador.

Calificado de "optimista", en un escenario donde abundan los cuestionamientos al modelo, Sapelli responde con cifras. Si la generación de entre 55 a 64 años registra un 39% de personas con educación secundaria, los que tienen entre 25 a 34 años alcanzan el 85%, superando incluso el promedio de los países de la OCDE, donde el 80% de los jóvenes tienen educación secundaria.

"Acá hay dos Chiles diferentes. Uno pobre, en que el analfabetismo y la desnutrición eran comunes, y otro de clase media que aspira a más, como el actual", indica. A su juicio, es esta marcada diferencia entre los nacidos antes y después de los '60 la que termina impactando negativamente en el índice global de desigualdad en Chile.

Sapelli analizó los registros económicos del siglo XX y determinó que a partir de fines de los '50 y hasta fines de los '70, las generaciones más jóvenes registran una mejora en los índices Gini de igualdad de 8 puntos, según los datos de la encuesta de ocupación de la Universidad de Chile, y de 12 puntos basándose en la encuesta Casen.

El académico plantea que las tasas de movilidad social en Chile superan a las de varios países europeos y que para definir las políticas sociales se debe considerar que la pobreza se está volviendo un fenómeno transitorio y no estructural. "Esta es una sociedad móvil. Y se requieren políticas sociales que no tranquen esa movilidad.  Para enfrentar una pobreza estructural requieres un sistema de bienestar de apoyo, en cambio para una pobreza transitoria debes dar beneficios temporales y no tener los problemas que enfrentaron los estados de bienestar en Europa", afirma.

Crisis de expectativas

Sapelli observa con atención las protestas de los universitarios. Cree que la masificación de las universidades ha fomentado una mayor igualdad, pero a la vez generó una crisis de expectativas respecto a lo que la clase media esperaba de la educación superior.

Explica. Aunque a inicios de los '80 se permitió el ingreso de las universidades privadas, recién en los '90 se destrabó el procedimiento para crear nuevos planteles y fue cuando se masificó el acceso a la educación superior. "Durante años el número de vacantes en el sistema universitario estaba congelado, pese a una demanda muy alta. Sacar un título universitario era garantía de que ibas a ser rico y parte de la elite, pero eso estaba distorsionado".

Sostiene que el crecimiento de las matrículas generó una baja en las tasas de retorno en las distintas profesiones. Los nuevos egresados enfrentan un mercado hostil, cesantía, sueldos más bajos o se encuentran con que pactaron un crédito sobre la base de la experiencia de generaciones pasadas. No obstante, defiende al sistema. "Hemos conseguido masificar la educación terciaria. Si lo miramos desde el punto de vista de la distribución del ingreso, es algo bueno: más gente tiene acceso a menos para cada uno, pero más gente es la que da un salto. Ahora se puede esperar que hijos de padres de clase baja puedan aspirar a un crecimiento económico importante. Pero el hijo de clase media que pensaba que los estudios le darían acceso a la elite se frustra".

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