Por Pedro Pablo Peñaloza, desde Caracas. Febrero 4, 2011

Cuando escucha su nombre, Mercedes Toledo despliega una amplia sonrisa. "¿Mi comandante?", lanza la pregunta envuelta en un suspiro. "Para mí lo representa todo. Mi comandante es muy sentimental, muy humanista, él quiere la paz para este país, la unión de todos", afirma y cierra la oración posando las manos sobre su pecho.

Son las 11 de la mañana del sábado 29 de enero y la plaza Bolívar de Caracas apenas palpita. El sol no termina de salir, enfundado en nubes grises. Una suave brisa perfuma los árboles con olor a lluvia. Dos niños patean una pelota azul e intercambian carcajadas. Una pareja se abraza para la foto, a los pies de la estatua ecuestre del Libertador. Todo está en calma.

Sin embargo, en la "Esquina Caliente" siempre están alerta. A partir de 2002, un grupo de simpatizantes del presidente Hugo Chávez se tomó un rincón de la plaza Bolívar para defender el proceso revolucionario. En plena vía pública montaron un toldo rojo, colocaron parlantes, instalaron un televisor y dispusieron decenas de sillas plásticas blancas para esperar, sentados, la próxima arremetida del imperio norteamericano.

Desde hace tres años, Mercedes ocupa un puesto en esa trinchera. Tiene 59 años, 3 hijos y dos nietos. De lunes a viernes trabaja en "una distribuidora que vende todo lo que necesita el gobierno". "Mi jefe vende desde una aguja hasta una avión", desliza socarrona. Pero los fines de semana esta mujer rolliza, que hoy salió a la calle con grandes lentes oscuros y un chándal lila, los consagra a la revolución.

"Para Venezuela, Chávez representa un líder mundial por su capacidad, su entereza y su ánimo de querer hacer las cosas bien. ¡Nuestro presidente es único!", exclama con fe granítica, mientras las cornetas de la "Esquina Caliente" propagan por todo el casco histórico el himno del Partido Socialista Unido de Venezuela.

El chavismo ha colonizado el centro de la capital. Junto a la plaza Bolívar, donde antes funcionaba un famoso centro joyero, hoy abre sus puertas la Tienda del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América). Dentro hay pegados dos carteles: "Precio de mercado: 300 bolívares" y, al lado, "Precio justo: 40 bolívares".

Si la cosa va mal, no es culpa del mandatario. "Muchos de quienes le rodean dicen que están con él, pero es mentira. Le hacen un boicot vestidos con camisas rojas", revela Mercedes, indignada. Para ella, el mandatario tampoco es responsable de la división del país en dos facciones irreconciliables: "Al contrario, él ha venido a unir. Aquí si tú eras hijito de papá entrabas a la universidad, pero si eras un tipo en el suelo no. Ésa es la división que existió en este país por 40 años".

El chavismo ha colonizado el centro de la capital. Una zapatería cedió su espacio a un centro de divulgación de la alcaldía del municipio Libertador. Junto a la "Esquina Caliente", donde antes funcionaba un famoso centro joyero, hoy abre sus puertas la "Tienda del ALBA" (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América). Dentro, bajo una pila de camisetas para caballeros elaboradas en Bolivia, están pegados dos carteles: "Precio de mercado: 300 bolívares" y, al lado, "Precio justo: 40 bolívares". La misma fórmula utiliza el Café Venezuela, una cafetería inaugurada por el gobierno cerca de la plaza Bolívar. "Precio de mercado: Bs. 5,30". "Precio justo: Bs. 2,50".

"Chávez nos quiere enseñar el camino al socialismo", pregona Mercedes, quien reparte entre sus camaradas las ediciones de hoy de los tabloides estatales Correo del Orinoco y Ciudad Caracas. "Hay gente que quiere andar por otro lado, que no se hace entender, pero el camino es el socialismo y tenemos que hacer lo que diga el líder", sentencia obediente.

Chavezuela

Son las seis letras que amargan su existencia. No las puede ni oír. "¿Chávez?", inquiere con gesto avinagrado. "No tengo una palabra decente que decirte", responde Nataly Bastidas. Trata de contenerse. Calla. Piensa. Respira hondo. Y dispara: "Para mí, ese tipo es un desgraciado".

Nataly camina por la plaza Altamira, en el este de Caracas. Son las 2 de la tarde y ya los rayos del sol comienzan a calentar la piel. No llovió. Los heladeros golpean su campanita. Banderas flamean sin cesar. Unos conversan arrellanados en los bancos de cemento. Otros deambulan en silencio. Todos bajo la sombra de un obelisco que apunta al cielo azul.

"Chávez ha propiciado la polarización en el país, él está resentido con la sociedad", comenta esta soltera de 30 años y con la alegría hecha trizas. Ella ocupaba la gerencia de publicidad de una transnacional que importa productos electrónicos. El control del cambio implantado por el gobierno y las dificultades para conseguir dólares afectaron el desempeño de la compañía, que liquidó parte de su nómina para sobrevivir. Fin de la historia para Nataly.

La primera vez que pudo ejercer su derecho al sufragio coincidió con el debut de Hugo Chávez en el tarjetón presidencial. Desde ese día, vota contra él. "Chávez ha despertado en mucha gente pobre el resentimiento. Les ha lavado el cerebro diciendo que los ricos explotan al pobre, ha sido un detonante de todo ese odio social", asegura.

Enclavada en el municipio Chacao, gobernado por la oposición, la plaza Altamira es el símbolo del antichavismo en Venezuela. En 2002, militares que participaron en el golpe del 11 de abril convirtieron ese lugar en una especie de fortín, declarándose en desobediencia y llamando al alzamiento popular. Con el paso de los meses, aquella protesta se desinfló y la explanada volvió a la normalidad, rodeada de pequeños cafés, oficinas, hoteles y apartamentos.

Caracas está rota en dos pedazos. El oeste chavista y el este opositor. La fractura es tal que el 23 de enero de 2003, en medio de rumores sobre un posible ataque revolucionario contra el otro bando, el jefe de Estado no halló una mejor manera de infundir calma en la población que con este mensaje: "Si fuera cierto que tuviésemos preparado un plan para saquear y atacar las urbanizaciones del este de Caracas, a esta hora no quedaría piedra sobre piedra".

"Chávez es un síntoma colectivo", diagnostica Adrián Liberman, psicoanalista y articulista de El Nacional de Caracas. "Su perpetuación en el cargo también es un síntoma, pues de alguna manera este señor nos ha mostrado lo profundamente resentidos y escindidos que estábamos como sociedad".

Nataly está harta de ese discurso. "Yo no lo veo", confiesa desencajada. "La información que consumo viene digerida por periodistas. No tengo estómago para verlo, genera una aversión increíble. No puedo ser tan masoquista para calarme sus alocuciones de siete y diez horas hablando estupideces".

El miércoles 2 de febrero, el teniente coronel Hugo Chávez cumplió 12 años en el poder. Nadie ha gobernado por tanto tiempo en Venezuela desde la instauración del sistema democrático, el 23 de enero de 1958. Para entenderlo, es necesario acostar a la República en un diván. "Chávez es un síntoma colectivo", diagnostica Adrián Liberman, sicoanalista y articulista del diario El Nacional de Caracas. "Su perpetuación en el cargo también es un síntoma, pues de alguna manera este señor nos ha mostrado lo profundamente resentidos y escindidos que estábamos como sociedad".

La propaganda que describía a un venezolano dicharachero, solidario, ajeno al rencor y pacífico se ha derrumbado como un castillo de naipes. En contraste, entes independientes cifran en 150 mil el número de muertes a manos del hampa en estos 12 años de revolución bolivariana. "También estamos pasando un duelo, pues nos imaginábamos de una manera y nos estamos descubriendo de otra. Somos extremadamente violentos, la violencia delincuencial habla de un malestar profundo, la depredación es casi el principal vínculo entre mucha gente", sostiene Liberman. "La polarización es un semblante del odio y vemos un uso deliberado del odio como herramienta de perpetuación en el poder. El diálogo es visto  como una señal de debilidad, cualquier reconocimiento del otro se interpreta como una traición a los principios revolucionarios".

Liberman insiste en que "el resentimiento y la polarización no fueron inventados por Chávez, pero los usa hábilmente para imbuirse de esta figura de vengador que da cuenta de todas las afrentas, reales o imaginarias, que siente la gente".

Chavezuela

Paradojas del destino: así como separa, Chávez une. "Es el líder de la revolución y el líder de la oposición", sostiene Luis Vicente León, director de Datanálisis, una de las encuestadoras más prestigiosas de Venezuela. "No hay ninguna figura que le haga sombra. La política, la economía y la sociedad giran alrededor del presidente, que logró 'chavetizar' al país".

León ha medido el comportamiento del venezolano durante estos 12 años. Destaca elementos positivos: "Toda la población tiene una mayor conexión con la política y aumentó la participación en los asuntos públicos. Asimismo, la población pobre siente que tiene más poder, por lo cual está más dispuesta a exigir y pelear".

Prometiendo construir un "hombre nuevo", Chávez ha llevado al paroxismo desviaciones históricas que se manifiestan entre sus conciudadanos, acostumbrados a comer del petróleo. "Ha extremado el sentido de dependencia, con una población que cree merecerlo todo sin necesidad de esforzarse. Reforzó el comportamiento clásico del rentista, vividor y corrupto".

El discurso que renuncia a los lujos del capitalismo choca con las prácticas del dirigente socialista. "La acción del gobierno apuntó durante muchos años al incremento del gasto público y las importaciones, estimulando el consumismo. En el tercer trimestre de 2007, el consumo creció en más de 20% y hoy la población venezolana es mucho más consumista que antes", subraya León. Otra aparente contradicción es que, pese a los ataques oficiales, la empresa y la propiedad privada siguen contando con el apoyo de las mayorías, incluidos aquellos que se identifican como chavistas.

Visto el desarrollo del debate político en Venezuela, marcado por el verbo presidencial, el investigador concluye: "Aquí la verdad se perdió como valor. El que miente peor y de manera más estrambótica resulta más interesante".

Así como separa, Chávez une. "Es el líder de la revolución y el líder de la oposición", dice Luis Vicente León, director de Datanálisis, una de las principales encuestadoras de Venezuela. "No hay otra figura que le haga sombra. La política, la economía y la sociedad giran alrededor del presidente, que logró 'chavetizar' al país".

"En Venezuela la gente vive sobre un volcán y eso es ideal para que compren libros", suelta Fausto Masó, director de la editorial Libros Marcados y analista político. Chávez es derrotable, El chavismo como problema y Me enamoré de una chavista son algunos títulos que ha publicado en esta década tan convulsa como rentable.

La inestabilidad empuja hacia las librerías. "Hasta Chávez, éste era un país muy claro, con petróleo, dos partidos y se sabía adónde iba, pero con él nadie sabe lo que va a pasar la semana que viene", dice Masó.

El portavoz del anticapitalismo mundial es un vendedor insigne. En medio de la Asamblea General de las Naciones Unidas celebrada en 2006, recomendó al planeta leer Hegemonía o supervivencia: la búsqueda estadounidense del dominio global, escrito por Noam Chomsky. De inmediato, la obra subió del puesto 160.772 al séptimo lugar en la lista de solicitudes de Amazon. Un fenómeno similar ocurrió en abril de 2009, cuando Chávez regaló a Barack Obama una edición de Las venas abiertas de América Latina, clásico del uruguayo Eduardo Galeano.

Masó entiende a la perfección este negocio. "Mientras menos cosas sólidas hay en el horizonte, surgen más lectores. Chávez ha creado el interés en la lectura porque ha obligado a la gente a pensar".

Chavezuela

Chávez habla. Mucho. El 2 de febrero de 1999, cuando asumió la jefatura de Venezuela, realizó cuatro cadenas de radio y televisión, que sumaron 8 horas y 14 minutos. Sólo era el comienzo. Todos los domingos amenaza a la audiencia con romper el récord de duración de su programa Aló Presidente, que el 23 de septiembre de 2007 se extendió por 8 horas y 15 minutos.

Desde su púlpito mediático, el mandatario inventa expresiones, desempolva viejos términos y pone de moda algunos vocablos. Bautizó a sus detractores como "escuálidos". Si algún individuo osa aspirar a la presidencia, le clava el mote de "frijolito". A cada rato nombra a la "oligarquía" y condena a los "pitiyanquis". Antes que Estados Unidos, prefiere decir "Imperio". Y no cesa de repetir "socialismo".

No obstante, Alexis Márquez Rodríguez, miembro de la Academia Venezolana de la Lengua, descarta que el lenguaje presidencial sea imitado por sus compatriotas. "No creo que haya influido mucho en el habla común de los venezolanos, porque se trata de un lenguaje procaz, agresivo, vulgar e insultante, que el pueblo rechaza instintivamente. Es verdad que, en materia de lenguaje, somos desenfadados e informales, con una tendencia al uso de palabras soeces, recrudecida al máximo en los últimos tiempos, pero eso no tiene nada que ver con la agresividad y la violencia verbal".

Márquez Rodríguez señala que "el lenguaje habitual de Chávez ha producido cierta reacción humorística, pues la gente, al mismo tiempo que se indigna ante muchas de sus expresiones, tiende también a reírse y burlarse de ellas".

El comandante suele fustigar el individualismo y las inclinaciones egoístas, propias del pérfido modelo capitalista. El 15 de enero, en la presentación de su cuenta ante la Asamblea Nacional, exhortó a la patria a deslastrarse de esos vicios en un mensaje que duró 7 horas y media. La evaluación detallada de aquella disertación arrojó como resultado que la palabra que tuvo la mayor cantidad de menciones por parte de Chávez (489 veces) fue la primera persona singular: "yo".

El 15 de enero, en su cuenta ante la Asamblea Nacional, el presidente habló 7 horas y media. La evaluación detallada de aquella disertación arrojó como resultado que la palabra que tuvo la mayor cantidad de menciones por parte de Chávez (489 veces) fue la primera persona singular: "yo".

Al principio, era un jolgorio. "Este gobierno arrancó con una obra llamada 'La Reconstituyente', que causó gran impacto por la forma como retrataba la transición. Altos funcionarios asistieron a verla y salían emocionados, dando muestras de que había un sistema democrático tolerante y permisivo", relata el humorista Laureano Márquez.

Las cosas han cambiado. Hoy Márquez, politólogo de profesión, enfrenta una multa millonaria y una amenaza de sanción penal por columnas publicadas en el diario Tal Cual. "Ahora nos niegan los espacios públicos, nos investigan y nos agreden", dice, descorazonado.

Como sea, la fiesta continúa. "El humor se potencia cuando atacan la libertad. En este momento, casi todos los humoristas están volcados al tema político con un nivel de seguimiento impresionante", explica Márquez, máximo exponente de una generación que ha convertido la risa en arma subversiva.

Articulistas y caricaturistas son aplaudidos. Los teatros donde se presentan agotan la boletería. La ironía es un producto de primera necesidad. "El humor dice cosas profundas y contundentes. La gente va a vernos buscando desahogo. Cuando otras formas de crítica se cierran, el humor encuentra caminos y salta barreras".

Si en la antigüedad todos los caminos conducían a Roma, en esta Venezuela cualquier tema lleva al mismo destino. "Chávez ha impactado hondamente el humor, es imposible sustraerse de este personaje. No es un gobernante que pase desapercibido, es una cosa demasiado invasiva, lo permea absolutamente todo. Chávez es el Gran Hermano", sintetiza Márquez. Y baja el telón con una moraleja: "El humor y la tragedia siempre están vinculados".

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