Por Josefina Ríos Enero 28, 2011

© José Miguel Méndez

Enrique Correa, ante todo, es un defensor de la negociación por sobre la reyerta. Su trayectoria habla permanentemente de ese rasgo de carácter. Mientras se desempeñó como vocero de gobierno en la presidencia de Patricio Aylwin fue el encargado de conducir las relaciones entre el pinochetismo y el poder político. Pese a las consabidas dificultades, le fue bien. Una vez en el mundo corporativo, y a través de su consultora Imaginaccion, se ha transformado en los últimos 15 años en un puente importante de comunicación entre el Estado y las empresas.

No es de extrañar entonces que hoy llame al gobierno y a la Concertación a consolidar una política de acuerdos que permita consensuar las reformas estructurales que el país, dice, necesita para alcanzar el desarrollo.

Junto a Enrique Krauss y Edgardo Boeninger, Correa conformó el trío ministerial que articuló la transición a la democracia. Con la muerte de Boeninger y el alejamiento de Krauss de la esfera pública, hoy el socio principal de Imaginaccion es el único sobreviviente políticamente activo de este grupo. Desde este prisma analiza el devenir del gobierno de Sebastián Piñera y el rol que hasta ahora ha jugado la oposición.

-El presidente Piñera ha dicho que su modelo de gobierno es el del ex presidente Aylwin. ¿Observa similitudes entre ambas administraciones?

-Ninguna. El gobierno del presidente Aylwin fue profundamente institucional, repuso un modo institucional de gobernar en reemplazo de un modo autoritario y dictatorial. El de Aylwin fue un gobierno con profundo respeto a los procedimientos y a las instituciones. La actual es una administración básicamente personalista, concentrada por completo en la persona del presidente y sin un gran apego a los procedimientos institucionales.

-Pero existen ciertas semejanzas de contexto: se trata de gobiernos en que sus dirigentes venían de un largo periodo de ser oposición y donde además la coalición política que los apoya es minoría en el Senado.

-Tampoco hay tanto parecido. El gobierno de Aylwin tuvo que aplicar una política de discontinuidad con el régimen anterior: la dictadura. Obviamente había una serie de elementos compartidos, como las políticas económicas, pero básicamente fue un gobierno de discontinuidad. El de Piñera es fundamentalmente un gobierno de continuidad. No hay hasta ahora ninguna iniciativa política que sea sustancialmente distinta en su orientación al sentido común de las políticas públicas que emprendió la Concertación durante sus 20 años en el gobierno. Probablemente se distinga -como lo prometió el propio presidente cuando fue candidato- en un nuevo modo de gobernar. Pero como hemos vivido de emergencia en emergencia, no hemos tenido todavía la oportunidad de conocer esa nueva forma de hacer las cosas.

"Soy partidario de que la Concertación tenga una política de alianzas que una a la oposición para enfrentar juntos las elecciones. Eso va a significar, sin duda, algunos acuerdos programáticos".

-En el gobierno de Aylwin el centro de articulación política estaba apostado en los ministros políticos: Boeninger, Krauss y usted. ¿Cree que los sucesivos traspiés políticos de este gobierno se deben a una mala coordinación entre estas carteras?

-Antes que nada, hay que dejar en claro un elemento: todo gabinete es político y tiene una función política. El que trata de concebirlo como una instancia técnica o como una mesa de gerentes, no entiende bien lo que es gobernar. Desconsiderar la política en la designación de un gabinete es una decisión no sólo errónea, sino que además riesgosa, porque de todos modos esos personeros van a tener que ir al Congreso a hacer política y como no es su aptitud no lo hacen bien.

-¿Qué otros elementos pueden estar jugando en contra?

-Existe una forma de gobernar donde se repiten las señales de que todo el poder lo concentra el presidente y, lo poco que deja, su Segundo Piso. A veces, este grupo tiende, de manera imprudente a hacer público que son ellos los que evalúan a los ministros. Eso es un error, porque los ministros tienen que reportar sólo al presidente. Los parlamentarios, los dirigentes sociales, todos los que conversan con los secretarios de Estado tienen que saber que ellos mantienen espacios de decisión propia y que no tienen intermediarios en su relación con el mandatario. En la medida que esto no ocurre, es imposible que puedan lograr su cometido porque quedan sin piso para negociar. En política, las señales de poder son muy importantes y en este gobierno no se ha dotado a los ministros de esa seguridad de poder.

-Eso en cuanto a los ministros. ¿Qué sucede con el plan de gobierno?

-Los gobiernos para gobernar bien no sólo requieren tomar decisiones diarias. Lo más importante es marcar un rumbo estratégico que privilegie el mediano por sobre el corto plazo. No veo en esta administración nada parecido a una carta de navegación, que incluya no sólo el derrotero, sino que también las etapas para alcanzarlo y las maneras de sortear las dificultades que existan en el camino. Así recuerdo yo que se gobierna.

"Este gobierno es un paréntesis"

-¿Y cómo está gobernando Piñera?

-Algunos analistas, incluso de la Concertación, se dedicaron a dar por sentada una afirmación que a mi juicio no tiene base: la creencia de que Piñera era un presidente muy poderoso. Algunos incluso lo calificaron del mandatario más poderoso de la historia. Pero yo tengo la impresión de que éste es un gobierno débil.

-¿En qué sentido?

-La elección presidencial pasada fue muy estrecha y va a seguir siendo así. Estamos frente a dos coaliciones muy poderosas y comparables. Por lo tanto, perfectamente pueden gobernar una en un cuatrienio y la otra en el próximo. Nunca creí que entrábamos en un largo periodo de gobiernos de derecha. Incluso, me inclino a pensar que este gobierno es un paréntesis.

-Pero para el país no es bueno contar con un gobierno débil...

-Por eso, hago un fuerte llamado al desarrollo de una política de acuerdos que fortalezca las instituciones públicas del país. O el presidente hace un giro profundo en el modo de gobernar o esta situación va a ir de mal en peor. Desde ese punto de vista, la opción de integrar a políticos de fuste es buena. Naturalmente, todos los ministros están subordinados al presidente, pero ni Evelyn Matthei ni Andrés Allamand son ministros que van a permitir modos de gobernar impropios. Ellos van  a hacer pesar su opinión y van a tener línea directa con el presidente. Supongo también que no van a tener más intermediarios que lo estrictamente indispensable.

-¿Con su designación ingresan políticos al gabinete, pero entran también sus colectividades?

-Siempre que entran políticos al gabinete los partidos tienen una palabra que decir. Además, ellos son ministros de una naturaleza distinta, saben también que deben mantener una buena relación con los presidentes de los partidos y que no basta con tratar de conseguirse a un diputado para tal o cual votación. Creo que si hubieran llamado a Pablo Longueira hubiera quedado mejor el tema.

-¿Es Pablo Longueira el gran perdedor de esta pasada?

-No sé. Pero con Longueira también en el gabinete, tendría mucho de comité de gobierno.

-¿Con Ravinet fuera del gabinete, de alguna manera se acaba la ilusión de que gente de centroizquierda participe en el gobierno?

-¿Usted cree realmente que alguien soñó con eso? Si es así, no se entiende que frente a cada problema que tiene el gobierno aludan a las "dificultades heredadas". Volvamos a comparar a Aylwin y Piñera. En todos los gobiernos que ha tenido el país en los últimos 20 años ha habido de parte de la Secretaría General de la Presidencia un esfuerzo por llegar a acuerdos en el Parlamento, esto también ocurre hoy con el ministro Larroulet. Pero hay dos asuntos que opacan este esfuerzo institucional: la tendencia de los personeros de este gobierno a culpar de todo lo malo a la "herencia nefasta de la Concertación" y a que busquen siempre el voto de los descolgados por encima de los acuerdos generales. Si nosotros hubiéramos buscado siempre el voto desertor en el Parlamento no habríamos hecho la política que hicimos. En segundo lugar, no les pedimos a los ex dirigentes de la dictadura que dijeran que lo que ocurría en el país era producto de una nefasta herencia. Al revés, los aceptamos como actores políticos legítimos.

"Si nosotros hubiéramos buscado siempre el voto desertor en el Parlamento no habríamos hecho la política que hicimos. Además, no les pedimos a los ex dirigentes de la dictadura que dijeran que lo que ocurría en el país era producto de una nefasta herencia".

-De todos modos, la política de los acuerdos utilizada en la administración Aylwin está también dando ciertos frutos hoy. Por ejemplo, en la aprobación de la Reforma Educacional.

-Creo que el ministro Lavín sí tiene elementos parecidos a los que primaron en los gobiernos de la Concertación: él prefirió un acuerdo con toda la oposición, que la pequeña ganancia de obtener un voto disidente de algún parlamentario díscolo. Lavín, en cambio, construyó un acuerdo nacional y creo que ha tenido un éxito que es provechoso para el país. El mérito es tanto de él como de todos los líderes de la oposición que participaron de las negociaciones. Ése es el modo de hacer las cosas.

"Es erróneo revisar la vigencia de la Concertación"

- El acuerdo educacional, sin embargo, tuvo costos para la Concertación. Vimos allí las primeras amenazas serias de división.

-Durante el mediano plazo, la Concertación tiene que tener mucho cuidado y no debe hablar con liviandad acerca de la revisión de la vigencia de la coalición. El conglomerado es un logro, constituye el núcleo de nuestras fuerzas y de la oposición. Ponerla en duda sin una reflexión mayor y sin una propuesta mejor, me parece un error. No creo que sea correcto favorecer una revisión de la vigencia de la coalición. Asimismo, debemos evitar que la Concertación sea precipitada a una situación de división. La idea de un conglomerado homogéneo, en el que todos piensan igual y donde se descarta a los que opinan distinto hiere una idea matriz de la Concertación: la inclusividad.

-¿Qué la parece la discusión sobre la ampliación de la Concertación?

-La Concertación es una realidad en sí misma. Es el núcleo principal de la oposición y tiene dos misiones. La primera es resguardar su propia integridad favoreciendo su renovación de ideas y rostros. La segunda, es unir a la oposición en el sentido más amplio de la palabra.

-¿Es partidario de incorporar fuerzas como el PC?

-Yo soy partidario de que la Concertación tenga una política de alianzas que una a la oposición para enfrentar juntos las elecciones. Eso va a significar, sin duda, algunos acuerdos programáticos.

-¿Qué le pareció la actitud de José Antonio Gómez?

-No voy a opinar sobre él en particular. Pero me parece errónea la idea de desechar a la Concertación como la coalición a la que todos pertenecemos, para cambiarla por algo que nadie sabe lo que es. Además, me parece trivial comenzar esta discusión por el tema del cambio de la "marca", eso no nos llevará a buen puerto.

"Este gobierno es un paréntesis"

"La Iglesia pagó caro el olvido de lo social"

-El gobierno ha recurrido a la Iglesia como mediadora en varios conflictos sociales. ¿Qué le parece que adopte este rol político?

-La Iglesia Católica y las iglesias en general siempre tienen un papel muy importante en la interlocución entre la ciudadanía y el poder. Eso es parte de su vocación más profunda. Así, la Iglesia no se sale de su misión: se saldría de ella si se identificara con el poder.

-¿Su rol político actual no es poner en entredicho la división Estado e Iglesia?

-No. El rol que ha ejercido la Iglesia en este contexto ha sido de intermediación y no creo que desmerezca al Estado laico. Desmerecen más al Estado laico las amenazas que hacen algunos sacerdotes a los parlamentarios que votan a favor de la Ley de Uniones Civiles, el divorcio o el aborto terapéutico. Transformar esos temas en un sine qua non de la religión es un error profundo y una injerencia en la voluntad ciudadana. Los parlamentarios tienen que votar con arreglo a los intereses de sus electores.

-¿Lo ve como estrategia de la Iglesia para reposicionarse ante la ciudadanía?

-A partir de la presidencia de monseñor Alejandro Goic en la Conferencia Episcopal -y ahora con mucha fuerza en el arzobispado de monseñor Ricardo Ezzati-, hay un retorno de la institución eclesiástica a lo social. Después del Concilio Vaticano II en el mundo y bajo el liderazgo del cardenal Silva Henríquez en Chile, la Iglesia fue una de las instituciones más respetadas. Ello se debió a su identificación con los asuntos sociales, el sufrimiento humano, la experiencia de la exclusión y la persecución. Pero en la medida que fue dejando de lado su vocación por lo social y pasó de ser una Iglesia protectora a una Iglesia censora, perdió respaldo en la opinión pública. La Iglesia pagó muy caro el olvido de lo social.

El rol que ha ejercido la Iglesia ha sido de intermediación y no creo que desmerezca al Estado laico. Lo desmerecen más las amenazas que hacen algunos sacerdotes a los parlamentarios que votan a favor de la Ley de Uniones Civiles, el divorcio o el aborto terapéutico. Transformar esos temas en un sine qua non de la religión es un error profundo y una injerencia en la voluntad ciudadana.

-También ha dañado la imagen de la Iglesia el tema de los abusos sexuales.

-Efectivamente. Sucede que este perfil de gran censor que adoptó la Iglesia tenía pies de barro: precisamente muchos de los que preconizaron con más fuerza el conservadurismo fueron a su vez responsables del encubrimiento de crímenes, como es la pedofilia. En la medida que la Iglesia ponga fin a esta conducta -como lo ha hecho el papa Benedicto XVI- y se reencuentre con su misión social va a recuperar su posición dentro de la sociedad.

-¿Como sucedió en Chile con el Ejército?

-Si miramos las encuestas desde 1987 en adelante, la Iglesia era una de las instituciones más prestigiadas del país, que tenía por encima del 60% de respaldo. El Ejército estaba en su momento más bajo. La mayoría de la gente estimaba al Ejército como un riesgo. Al comenzar la década de los noventa, el 42% de los chilenos le tenía más temor a lo que podían hacer los militares que al desempleo. Hoy, el porcentaje de apoyo del Ejército supera el 70% porque es una institución que es vista como protectora.

La agenda 2011 para la Concertación

Enrique Correa entrega las claves para que la Concertación recupere el gobierno: desarrollar un acervo de opiniones propias y consolidar el convencimiento de que las reformas estructurales deben tener acuerdo entre el gobierno y la oposición. Por ello asegura que "votar en contra de la idea de legislar sobre estos temas no es bueno". Aquí la agenda temática que según él debiera primar en el discurso de futuro de la coalición opositora.

Salud: "Se debe reconocer el espacio para la salud privada, pero el eje central debe estar puesto en el fortalecimiento del sistema público".

Educación: "Es importante promover un sistema educacional moderno, en el que juegue un rol clave la educación pública de calidad".

Trabajo: "A raíz de la promesa de modificar el multirrut empresarial, deberíamos impulsar un nuevo acuerdo social en torno a una reforma laboral amplia".

Impuestos: "La reciente discusión del royalty abre una estupenda oportunidad para discutir una nueva relación tributaria, que permita al Estado contar con mayores recursos para financiar las grandes reformas".

Medioambiente: "Es importante que la Concertación tenga una palabra combinada sobre energía y medioambiente. Quizás éste sea el tema donde más nos cueste llegar a acuerdo dentro de la coalición, pero es clave para el destino del país".

Reformas políticas: "En esta línea, son vitales la aprobación de la Ley de Primarias y la de Financiamiento de los Partidos. Sobre la primera existe un proyecto que elaboramos en conjunto entre Proyectamérica y Libertad y Desarrollo, éste estipula que los partidos pueden optar a ellas o no, pero que si lo hacen deben ser vinculantes y contar con supervigilancia del Servel. En cuanto al financiamiento de los partidos, los recursos deben ser públicos, pues las colectividades políticas, a su vez, cumplen una función pública".

Economía: "Vivimos en un mundo que experimenta el síndrome de las dos velocidades: mientras los países emergentes crecen por sobre el 6%, los desarrollados lo hacen en no más de 2,6%. Así, la lluvia de dólares sobre las naciones emergentes continuará. Hay que favorecer reformas que reposen menos en el tipo de cambio y más en la competitividad. Se debe puntar a la innovación, la tecnología y a la productividad. Si esto se produce estaremos frente a una segunda oleada de reformas económicas importantes y deben consensuarse entre gobierno y oposición".

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