Por César Barros Enero 21, 2011

El adjetivo "tecnócrata" es la forma peyorativa que usan los políticos de profesión para referirse a quienes no son sus pares. Pero la verdad es que los "técnicos" difícilmente llegan a cargos políticos, porque no circulan en esas esferas. Un "experto" en computación o en fitoplancton, es un verdadero "tecnócrata". En cambio, un gerente general de una gran empresa o un profesional destacado del mundo empresarial, difícilmente será un "tecnócrata". Los científicos, que son los verdaderos técnicos o especialistas, no llegan a esos cargos.

Los gerentes de grandes empresas requieren de fuertes dosis de liderazgo. No conocen de verdades puras, sino de matices. Trabajan con información incompleta, pero se fijan metas muy concretas y cuantificables. Entendiendo esto, queda claro por qué los ministros "gerentes" han sido un tremendo éxito.

Por eso, bautizar de tecnócrata al gabinete del presidente Piñera es un grueso error. Porque los "tecnócratas" fueron una minoría. Y también una equivocación. Los académicos son técnicos especialistas del más alto nivel. Pero su modo de vida, su enfoque del mundo, los deja muy mal equipados para el trabajo ministerial y/o  político.

Para ver ciertas diferencias, nada mejor que la descripción de George Stigler (Premio Nobel de Economía 1982) sobre otro Nobel -mucho más político que científico-, Milton Friedman (1976), su colega de Chicago. "La diferencia mía con Milton, es que yo trato de explicar el mundo. Milton trata de convencerlo". Friedman, a través de sus libros y programa de televisión "Free to Choose", fue -ni más ni menos- el respaldo ideológico de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher. Y, además, uno de los causantes de la derrota intelectual de la izquierda dura en el mundo. Pero su premio Nobel se lo dieron por su trabajo, muy temprano, de la función del consumo. No por "Free to Choose" o por sus artículos en teoría monetaria que, académicamente, fueron de una calidad muy debatible.

Sucede que un académico busca la verdad. Trabaja con un grupo pequeño de acólitos, que son sus ayudantes, y no requiere buscar consensos. Tampoco necesita ser políticamente correcto. De hecho, lo usual en la academia es justamente lo contrario: la fama se gana destruyendo teorías aceptadas. Así lo hicieron Newton, Einstein y Göbel. También hay otro detalle, y ése es que sus tiempos son pacientes. La única comunicación social que conocen es con sus pares, y a través de revistas especializadas que publican sus obras: nada de televisión ni de diarios. Las publicaciones científicas, la carrera académica y el reconocimiento de sus iguales son sus únicas ambiciones.

Y pasa que el trabajo ministerial es todo lo contrario. Se manejan enormes equipos humanos y hay que convencer tanto a partidarios como adversarios, sin olvidar nunca que la incorrección política se paga cara ("Se acabó la fiesta en Magallanes".). Además, a diferencia de los ritmos de la academia, aquí los tiempos son urgentes y la comunicación vía televisión y prensa escrita es una necesidad. Por si fuera poco, la verdad en política no sólo es escurridiza sino que, además, suele cambiar de signo en forma frecuente.

Estas razones explican por qué los ministros "académicos" resultaron ser una desilusión. Igual que Schiefelbein y otros tantos en los gobiernos de la Concertación. 

Los gerentes de grandes empresas, en cambio, suelen no ser "especialistas", sino más bien "generalistas". Requieren de fuertes dosis de liderazgo, capacidad de convencer y, sobre todo, de entusiasmar. Tienen que arbitrar diferencias todos los días entre sus subordinados, sus directores y sus sindicatos. No conocen de verdades puras, sino de matices. Trabajan con información incompleta, pero se fijan metas muy concretas y cuantificables. Se deben preocupar de la imagen pública propia y de su empresa: conocen muy bien lo que es crear una imagen y mantenerla. Saben del impacto de los medios y de las noticias negativas.

Entendiendo esto, queda claro por qué los "ministros gerentes" han sido un tremendo éxito. Por eso, también, no me cabe duda que Piñera será recordado como un gran presidente, que Golborne iba a solucionar exitosamente la crisis del gas en Magallanes, tal como lo hizo con el rescate de los mineros en Copiapó; que Mañalich se la va a poder, a pesar del gremio médico, y que Moreno pasará cero falta los difíciles años que vienen por delante con Perú y con Bolivia. Porque ese mundo en el que han tenido que moverse los acondiciona para que, potencialmente, resulten excelentes ministros y hasta buenos políticos cuando se dedican a ello.

Pero la pregunta que queda pendiente después de este análisis es qué pasará con los ministros "políticos". Porque de los gobiernos de la Concertación no salió ninguna estrella fulgurante de sus filas, salvo Insulza que, al final, "guateó". Es cosa de revisar: en los mandatos de Aylwin, Frei, Lagos o Bachelet, ningún ministro puramente político salió más famoso de lo que entró. Ni siquiera Ravinet. De hecho, la mayoría terminó en embajadas anónimas o en centros de pensamiento desconocidos. ¿Entonces qué pasará con Allamand, Lavín y Hinzpeter? Ya vamos a ver, (porque Evelyn Matthei tiene, aparte de experiencia política, buena formación técnica: mal que mal yo fui su profesor).

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