Por Francisco Javier Díaz Noviembre 19, 2010

Es un hecho que el gobierno del presidente Piñera terminará un año en apariencia exitoso. Más allá de la fortuna y de los méritos ajenos, lo concreto es que culminará el 2010 con un gobierno razonablemente afiatado en torno a su figura y la dupla Interior-Segundo Piso; con una alta aprobación en las encuestas tanto para él como para su gobierno; con un trío de ministros en pole position para asumir una eventual candidatura en 2013 (como son Golborne, Lavín y Hinzpeter); y con una economía creciendo vigorosamente sobre el 5,5%. Pero quizás si lo más importante es que termina el año con una oportunidad única, que es la de dotar de un relato central a su gobierno. Porque los gobiernos sin épica no son más que meras administraciones. Y Piñera, producto de los mineros, tiene la oportunidad de imprimir un pequeño sello, modesto, pero al menos un sello, en nuestra historia republicana post dictadura.

Pero todo eso está por verse. Por el momento se trata de oportunidades más que de realidades.  Por una parte, no todo es mérito propio, aunque en política eso poco importe. La economía crece por la buena base heredada del gobierno anterior. Y el episodio de la San José fue un hecho fortuito que vino a significar un impulso decisivo a un gobierno que languidecía en las encuestas a pesar de las buenas cifras económicas. El manejo de la imagen presidencial y los conflictos de interés eran criticados por sus propios partidarios, a la vez que los peores dardos contra el gabinete provenían de los partidos de la Alianza y sus parlamentarios. La prensa extranjera apenas mencionaba a Piñera, en contraste con la figuración internacional de Bachelet, y cuando lo hacía, se refería a él como el Berlusconi chileno.

Pero política y justicia no siempre van de la mano, y Piñera pudo zafar del mediocre momento que vivía hacia mediados de año gracias al episodio de los mineros. Vio la oportunidad, arriesgó y hoy puede cosechar sus frutos.

La pregunta, sin embargo, es qué hará con dicho éxito. Si Piñera optará por el camino fácil de la popularidad inmediata o por la pedregosa vía de los cambios profundos, por impopulares que éstos sean. Si será más farándula que gobierno. Si será más Thatcher que Sarkozy. Si será más Büchi que Moreira. Si será más José Piñera que Miguel Piñera. Ése es el verdadero dilema, y lo que desconcierta a muchos, sobre todo en la derecha profunda, es que no sabe aún para dónde va.

Las cacareada nueva derecha, hasta ahora, es un discurso político de rompimiento con el pasado dictatorial, pero no mucho más que eso. Por sus obras los conoceréis y las obras de Piñera poco dicen todavía. Tiene todas las posibilidades de realizar cambios revolucionarios de gestión, de proponer un proceso de reconstrucción audaz e innovador,  e incluso de retomar la senda neoliberal que la "socialdemocracia en la medida de lo posible" de Lagos y Bachelet pretendió alterar. Pero al mismo tiempo, tiene todos los incentivos para dormir un buen rato en los laureles de las encuestas, y bien montado sobre sus zapatos de terraplén, preocuparse más de su imagen y repartir el chaucheo que le dará generosamente el precio del cobre y el relajamiento de la regla de equilibrio estructural.

Hasta ahora, el populismo soft parece ser lo suyo. Ciertamente no calificará para el libro de Edwards y Dornbusch, pero queda la sensación de que se quiere repartir pescado más que enseñar a pescar.

En política social, el gobierno ha anunciado ya durante 9 meses la profunda reestructuración del Ministerio de Desarrollo Social (con oficina en La Moneda, se llegó a decir), y el ingreso ético familiar, como la palanca definitiva que sacaría a los chilenos de la pobreza. Nada parece haberse concretado de esa manera. El ministerio propuesto no es más que una reorganización de programas y mejoras marginales en control de gestión, a la vez que el ingreso ético familiar puede pasar a la historia como una de las promesas más alambicadas del último tiempo. En la discusión de la Ley de Presupuesto, no sólo no se entregaron antecedentes de su operación e instrumentos, sino que se intentó, incluso, hacerlo operar por la vía del decreto y la discrecionalidad, y no la ley.

"Hasta ahora, el populismo soft parece ser lo suyo. Ciertamente no calificará para el libro de Edwards y Dornbusch, pero queda la sensación de que se quiere repartir pescado más que enseñar a pescar".

En salud, el bono privado AUGE no parece ser más que pagar más caro por la prestación de salud a todo evento, más que concretar la reforma que todos los chilenos esperan, que es mejorar la eficiencia y control en el sistema público de salud. Con el ministro Mañalich ejerciendo de paramédico de cabecera en la mina San José, poco tiempo debe haber quedado para planificar algo más elaborado. En seguridad ciudadana, la cantidad de recursos discrecionales para el Ministerio del Interior sólo tiene parangón en los gastos reservados del pasado, más que una política de seguridad ciudadana seria y no mediatizada.

La reconstrucción ha sido otra de las enormes deficiencias del gobierno. Ya nadie duda que está al debe. Las casas se demoran, los puentes no se hacen, los caminos siguen cortados, los hospitales no tienen para cuándo. La Ley de Financiamiento se transformó en una reyerta simple antes que un momento de unidad. Finalmente, el gobierno logra recaudar los recursos anunciados (8 mil millones de dólares), pero se insiste en el déficit estructural hasta el final de su período. Y de diseños novedosos en Dichato, Constitución o Talcahuano, nada de nada. Toda esa energía de privados, alcaldes, empresas y estudiantes que se vio en marzo y abril se ha ido diluyendo en subsidios Serviu de pasmosa lentitud. Las encuestas confirman esta percepción: el gobierno no se ha aplicado ni el 10% de lo que se aplicó con los mineros en el caso de la reconstrucción. Jacqueline Van Rysselberghe -la Laurence Golborne de hace algunos meses-llora por su ausencia.

El resto de los ministros son básicamente una incógnita. Si de verdad quiere aprovechar el momento de oportunidad, el presidente debiera hacer un cambio de gabinete, Por lo pronto, sacar a quienes no han funcionado (Von Baer, Matte, Merino) y dar unas buenas Red Bulls a quienes nadie conoce -se dice que el mismo presidente bromea con ello-.

El capital político no es para colgarlo en la pared en un certificado. Piñera debiera entender aquello. El papelito de los mineros no durará mucho tiempo. Muchas veces se dice que Bachelet no utilizó adecuadamente su popularidad, olvidándose que, más allá de que uno esté a favor o en contra de las decisiones específicas, ella no cedió ante un paro de profesores en plena época de campaña, no cedió ante el puente del Chacao, no cedió ante la organización profesionalizada de deudores habitacionales que hoy son tan amigos de Hinzpeter, y además, se atrevió a implementar la Ley de Transparencia -con publicación de sueldos incluidos- en pleno año electoral. Para eso se usa el capital político, para la pifia triste, no para el aplauso alegre.

Habrá que ver si Piñera opta por lo fácil o por lo difícil. Habrá que ver si el presupuesto se gastará en regalillos y bonos antes que inversiones duraderas. Habrá que ver si enfrentará el tema del Estatuto Docente con beneficios reales a los profesores -que tanto se lo merecen-e incentivos para que los mejores ingresen a esa carrera. Habrá que ver si eliminará trámites burocráticos. Habrá que ver si se atreverá a regular mejor a la banca o seguirá con reformas cosméticas como el Sernac financiero. Habrá que ver si no cederá a la tentación de nombrar a sus partidarios en los cargos relevantes y dejará de torpedear la Alta Dirección Pública. Habrá que ver si se atreverá a hacer algo innovador en materia internacional vecinal o si hará un giro definitivo en materia energética.

Habrá que ver si se atreverá o si seguirá marcando el paso. Con inercia, cambios de operadores políticos en cargos medios, y algo de discrecionalidad para solucionar problemas.

Ése es el dilema de Piñera. Ser Pepe o ser Papurri. Embriagarse con el elixir de los números o hacer lo que se espera del verdadero gobierno de la nueva derecha.

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