Por Francisca Jara V. Octubre 1, 2010

© José Miguel Méndez

Cuando Antonio Villarroel (60) se enteró de la muerte de su primo Luis Elías Martínez, sintió un dolor tan inmenso, que enseguida supo que nunca más volvería a vivir en Caracas. El 15 de junio de 2006, Martínez -presidente de la Asociación de Ganaderos de Machiques de Perijá (Venezuela)- llegó hasta la hacienda La Frontera porque quería reparar su tractor. Siempre andaba con un guardaespaldas y aquel día no era la excepción. Sin embargo, cuando se alejó de éste fue interceptado por un grupo de ocho guerrilleros encapuchados que pretendían secuestrarlo para conseguir "la vacuna", una especie de pago a cambio de custodiar su vida. Martínez intentó zafarse, pero le pegaron tres tiros. Uno en el corazón lo mató.

"Que a uno de los primos con quien creciste lo asesinen, no es cosa de todos los días", afirma Villarroel, sentado en uno de los escritorios de la oficina de la cadena de restaurantes Subway en Chile, donde es el actual representante de la marca. "Te asesinan por un reloj o por un celular. Allá la vida no vale nada", dice.

Tal como Villarroel, son muchos los venezolanos que se radicaron en la última década en Chile y que dicen haber vivido bajo una permanente sensación de inseguridad en su país, la que apenas los dejaba dormir tranquilos. Como le ocurrió a Jesús Colmenares (45) -un arquitecto que llegó hace 11 años a Santiago y que hoy es dueño de la constructora Belco-, quien fue víctima de un secuestro express. Estuvo 8 horas recluido por un grupo de delincuentes que estrujaron sus tarjetas bancarias y comerciales. Sebastián Contreras (28) -empresario gastronómico caraqueño- tuvo más suerte y logró huir, junto a su novia, cuando un vehículo de la Guardia Nacional comenzó a seguirlo mientras manejaba una camioneta 4X4. "Querían robármela", afirma.

Buena parte de estos inmigrantes son de los estratos altos venezolanos. Ellos explican que son el grupo que está bajo constante riesgo desde que, el 2 de febrero de 1999, Hugo Chávez asumió el poder.  "En Venezuela puedes tener la plata para comprar un súper-Mercedes, pero no lo haces porque te conviertes en un blanco de los delincuentes", dice Colmenares.

Los antichavistas no pisan la embajada: no confían en ella. Pedro Flores dice que cuando llegó a Chile, el 4 de enero del 2009, tenía toda la intención de registrarse, "pero me pareció un interrogatorio". Así que desechó la idea.

En el 2009 se registraron en Venezuela 19.133 muertes violentas, según la "Encuesta de victimización" del Instituto Nacional de Estadísticas de dicha nación. Casi cuatro veces más que en Irak el mismo año.

Según los residentes en Chile, Chávez no controla la delincuencia. También critican que exista un control de divisas o que se les amenace con limitar su acceso a la propiedad privada. Y no les gusta que haya llevado la política hasta la mesa de sus hogares, quebrando amistades e incluso familias. Por eso huyeron de su tierra. Por eso viven en Chile.

No pisan la embajada

Si bien en la embajada de Venezuela en Chile cuentan que la cifra oficial de inscritos en la sección consular es de 1.950 -entre estudiantes de postgrado, contratados en trasnacionales y pensionados-, no existe consenso sobre el número de venezolanos que han llegado a nuestro país arrancando de Chávez.  "Sabemos que hay mucho más que esa cantidad, pero que no necesariamente están inscritos aquí", explican. Al interior de esta comunidad de inmigrantes se rumorea que hay alrededor de 8.000 en la capital y,  aproximadamente, 12 mil en todo Chile.

La confusión sobre las cifras obedece a que, aparentemente, los antichavistas no pisan la embajada: no confían en ella. Pedro Flores (34), gerente general de EF en Chile -compañía que ofrece programas para estudiar idiomas en el extranjero-, dice que cuando llegó a Chile, el 4 de enero del 2009, tenía toda la intención de registrarse, "pero me pareció un interrogatorio". Así que desechó la idea.

Los que han llegado huyendo de Chávez son un contingente de profesionales, muchos de los cuales ocupan altos cargos ejecutivos y gerenciales. Trabajan en trasnacionales del sector bancario y del retail, en empresas energéticas o mineras canadienses. Viven en el sector oriente de la capital y han matriculado a sus hijos en colegios particulares.

Otros han montado negocios propios. Y les ha ido bien. "Es gente con dinero arrancando de Chávez, para no perder la plata que hicieron en Venezuela", dice Sebastián Contreras,  quien instaló en Bellavista el restaurante de comida venezolana La Suite de Caracas, que inauguró el pasado 5 de mayo, aprovechando de emplear a dos "panas" -como en Venezuela les dicen a los compadres- para que lo ayuden en la cocina.

Little Venezuela

Antonio Villarroel tenía la franquicia de dos locales de Subway en Caracas y una situación que le permitía vivir cómodo. Pero apenas tuvo la oportunidad de venir a Chile como agente de desarrollo, hizo su respectiva postulación y consiguió el puesto. Está aquí desde el 2006, ha invertido US$ 500 mil en sus locales y todavía conserva el primer Subway que abrió en la capital venezolana -en el barrio Rómulo Gallegos- para costear con ese dinero la universidad de sus dos hijos -Antonio (25) y Patricia (22)- que aún viven allá. Planea llegar a 76 locales en los próximos tres años.

Jesús Colmenares también ha sido elogiado en revistas de decoración por sus innovadoras apuestas en el diseño de interiores. Su empresa Belco se especializa en la construcción de tiendas en centros comerciales como el Alto Las Condes, Mall de La Dehesa y Parque Arauco. Y entre sus clientes figuran conocidas farmacias, tiendas de ropa italiana y de comida rápida.

Lo Barnezuela

De la comunidad de venezolanos existe un grupo que vive en La Florida, Ñuñoa y Santiago Centro. Se reúnen en La Suite de Caracas, donde comen arepas y el pabellón criollo, un contundente plato de carne mechada con arroz blanco, porotos negros, plátano frito y queso. El considerable número de esta colonia de inmigrantes abrió un nuevo mercado, y supermercados como el Jumbo y los locales peruanos de La Vega importan sus productos. Un caso similar ocurre con la malta sin alcohol que acostumbran a beber en los desayunos. La produce en Chile -y distribuye a nivel nacional- el venezolano Jorge Herrera, dueño de la microcervecería Maltine. Elabora semanalmente entre 1.500 y 1.800 botellas.

Tampoco han querido dejar atrás su deporte nacional, el béisbol. Es común verlos entrenar todos los domingos al mediodía en las cuatro canchas que hay en el Estadio Nacional, compitiendo contra ligas centroamericanas o japonesas. De los 250 inscritos en los 12 equipos de la liga adulta de la Federación de Béisbol de Chile, al menos 50 son venezolanos. Y aunque el tema político se evita para que no haya roces, "hay muchos que tienen su postura clara y la dicen abiertamente", cuenta Marcos Meza, quien dirige desde hace 9 años la liga "Venezuela".

Otro grupo vive en Las Condes, Vitacura, La Reina, La Dehesa, Huechuraba y Lo Barnechea o "Lo Barnezuela", como la rebautizaron en broma por la gran cantidad de venezolanos que reside en esa comuna. "El pie para comprar una casa en Venezuela es de un 50% y el resto lo pagas en cinco años con un interés del 11% anual, cuando la inflación está por encima del 30%. Es una locura", dice Colmenares.

Chile es su prioridad

No es un secreto que no piensen en volver mientras esté Chávez. No quieren retornar a un país en donde, dicen, está en riesgo su vida.

"Los chilenos se quejan mucho. Yo les digo anda un fin de semana a Caracas y ve", dice Pedro Flores, quien salió de Venezuela cuando sólo habían pasado seis meses desde la elección de Chávez, en 1999. Volvió a los dos años, pero "cuando el presidente empezó a salir todos los días por televisión y las huelgas se transformaron en permanentes, comencé a pensar más en serio la posibilidad de irme".

Algunos pretenden traer a sus familiares, como es el caso de María Gabriela Moreno (31), coordinadora de marketing de seis McDonald's de la zona oriente de Santiago, que planea acarrear a su madre -chilena-, quien vive sola en el estado de Vargas. Moreno llegó a Chile hace dos años junto a Cristián Avendaño, su marido y gerente de negocio del McDonald's del Parque Arauco.

No ha sido fácil para ellos adaptarse a Chile. Les sorprende lo burócratas que somos, pero, a la vez, les gusta porque se refleja en el orden del país. Nos consideran más reservados -y no fríos- que el resto de los latinoamericanos. Antonio Villarroel, por ejemplo, se ríe cada vez que recuerda la cara de sorprendidos que pusieron sus vecinos chilenos -y hoy grandes amigos- cuando los invitó a un asado en su casa para conocerlos. Extrañan las playas y los días calurosos de Caracas.

Chile se ha transformado en la prioridad dentro de Latinoamérica a la hora de buscar un país para vivir. Luego vienen Estados Unidos o España. Eligen Santiago por el idioma y por su ubicación: a sólo ocho horas en avión. Además, ya existe una población que puede orientarlos e integrarlos. Migrar no es una decisión trivial. "A Venezuela se le está yendo la clase preparada con plata. Para el país es una pesadilla lo que está ocurriendo", dice Pedro Flores.

Relacionados