Por Francisco Javier Díaz Septiembre 24, 2010

"Tráiganme a Plouffe", habría dicho Barack Obama hace un par de meses, cuando se dio cuenta de que se le esfumaban no sólo los puntos que necesita para ganar las elecciones congresales de noviembre, sino que parte importante del encanto que hasta entonces generaba entre los americanos. Enfrentado a una dificultad política mayúscula, Obama no miró hacia adelante ni hacia el lado, sino que hacia atrás, hacia la segunda fila, donde se encuentran los asesores de los líderes y desde donde se tejen estrategias y emociones.

Entre los avatares de una guerra que él no provocó; los altos y bajos de una economía que él no arruinó; y el daño ambiental en el Golfo de México provocado por un petróleo que él no derramó, Obama fue perdiendo aceleradamente la frescura y credibilidad de los primeros meses. A pesar de lograr un par de reformas históricamente progresistas para los estándares estadounidenses -la nueva regulación al sistema financiero y el sistema de salud-, lo cierto es que Obama arriesga seriamente perder las próximas elecciones parlamentarias.

¿Qué hacer? Volver a traer a David Plouffe, su antiguo mánager de campaña, para que se hiciera cargo de las alicaídas -y no muy fieles- huestes demócratas. Obama quiere de esta manera volver a los fundamentos mismos de su propia campaña: la empresa de un hombre honesto y bienintencionado, self-made man, alejado de los privilegios, ejemplo andante del sueño americano, que a través de la eficiente organización de las redes comunitarias y sociales, sean éstas reales o virtuales, puede movilizar a un país completo y hacerlo dar uno de los giros más importantes de su historia.

Eso es Obama y eso es lo que David Plouffe pudo hacer notar durante la campaña de 2008. Plouffe junto al estratega David Axelrod y el speechwriter Jon Favreau lograron crear un momentum político único en la historia de ese país. Y es por eso que, más allá del inmenso carisma que posee el presidente, en momentos de dificultad lo que se requiere es el talento y la frialdad de la segunda fila.

¿Quiénes son estos personajes? Si el candidato es bueno y tiene visión estratégica, ¿es tan indispensable que se deje asesorar por un jefe de campaña? ¿O puede llevar adelante el proceso sin empoderar a nadie en tal cargo y valerse más bien de la tercera o cuarta fila? Si todos son animales políticos, ¿hay espacio para la agenda propia en la segunda fila? Si son tan capaces de diseñar victorias, ¿por qué no ganan las batallas ellos mismos?

En el caso de Obama, la sinergia provino de la mirada del candidato respecto de su propia campaña, y de la manera como Plouffe supo traducir aquello en una organización eficiente. Pero hay que tener claro que sin Plouffe, Obama no sería hoy presidente. No habría logrado organizar ni los votos -ni la plata- para tamaña aventura.

La política chilena es algo distinta. Por diversas razones, la segunda fila tiene generalmente un origen político, mucho más que en Estados Unidos. Vale decir, el jefe de campaña posee una ligazón con los partidos y mantiene un contacto mucho más estrecho con ellos. Más aún: el jefe de campaña, más que ser contratado luego de una suerte de casting -tal como sucede en EE.UU-, es sugerido -o a veces impuesto- por alguna fuerza política. Y en muchos otros casos, también, el segunda fila tiene sus propias aspiraciones políticas.

Es cosa de recordar. El jefe de campaña de Aylwin era Enrique Krauss, futuro ministro del Interior. Y operadores estrella en lo estratégico y en lo político eran Edgardo Boeninger y Enrique Correa, respectivamente.

¿Por qué no resultó inicialmente la campaña de Hernán Büchi en 1989, cuando comenzaba llena de novedad y puntos en las encuestas, antes de transformarse en la simple continuidad del pinochetismo? Porque aparentemente el candidato no habría resistido el ritmo político que le imponía una segunda fila con clara vocación de primera fila, a cargo, ni más ni menos, que de Andrés Allamand y Sebastián Piñera.

Con Frei, en 1994, la segunda fila estaba compuesta por el famoso círculo de hierro, bajo la batuta de Genaro Arriagada, Edmundo Pérez Yoma y Carlos Figueroa, quienes darían orientación estratégica no sólo en la campaña, sino que durante gran parte de ese gobierno.

Joaquín Lavín, en 1999, remeció la política chilena de la mano de un jefe de campaña irreverente y desconocido, pero tremendamente efectivo, como era el entonces concejal Francisco de la Maza. A él se sumaba el pragmatismo electoral de Pablo Longueira y el olfato comunicacional de Juan Carlos Délano. Ricardo Lagos, por su parte, ese mismo año intentó desafiar la regla de oro y tuvo dos jefes de campaña: Genaro Arriagada -quien aparentemente ejerció muy poco el cargo- y Carlos Ominami, quien desde el crucial cargo de jefe de Comunicaciones imprimió gran parte de la estrategia de la primera vuelta. Luego, Lagos realizó su primer cambio de gabinete antes de ser elegido presidente, y puso para la segunda vuelta a Soledad Alvear como jefa de campaña, acompañada de Eugenio Tironi y Ricardo Larraín en la parte creativa.

Piñera, en 2005, casi no tuvo equipo de campaña: él mismo fue su jefe, a la vez que Lavín tuvo problemas para reciclar al exitoso equipo de 1999. Piñera en 2009, en cambio, tuvo un claro jefe de campaña, de interés enteramente subordinado al triunfo de su mentor, que fue Rodrigo Hinzpeter, quien logró como nunca antes en la derecha chilena imponer orden y mando único. Frei Ruiz-Tagle, en cambio, pecó en lo fundamental: nadie entendió nunca quién mandaba en ese comando, ni siquiera la gente del propio comando. ME-O tuvo en Marambio un fiero cancerbero y generoso mecenas.

En Bachelet 2005, se hizo algo difícil para la ciudadanía identificar un mando claro. Pero el solo hecho de que en un país tan machista como Chile nunca nadie se cuestionara que ella era la que realmente mandaba, habla de una sigilosa y disciplinada segunda fila, que entendió que la única estrella en esa empresa era la futura presidenta.

¿Qué dice este breve repaso? Que la segunda fila en Chile tiende a provenir de las fuerzas políticas, pero que una excesiva autonomía es nociva para la campaña. Que la segunda fila exitosa es aquella que trabaja por y para el candidato; en cambio, aquella que está exclusivamente pendiente de su futuro político personal, le hace un flaco favor al asesorado. Que el talento del candidato está en saber identificar claramente las agendas propias de su segunda fila, potenciarlas y orientarlas hacia un objetivo común y no antagónico. Pero, sobre todo, que son necesarias las segundas filas, aunque no se debe abusar de ellas.

*Investigador senior de Cieplan.

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