Por José Ramón Valente Agosto 27, 2010

Una parte significativa de quienes votaron por Sebastián Piñera lo hicieron con la ilusión de que él pudiera traer "cambio". Este artículo trata de aquellos que no quieren cambiar las cosas, los conservadores de izquierda y derecha, que ponen atajo a la voluntad popular de producir los cambios que requiere nuestro país, para mantener sus privilegios y los de las minorías que los apoyan.

Mitchell David Kapor fundó, en 1982, Lotus Development Corporation. En 1986, Lotus 123 -la planilla de cálculo desarrollada por Kapor y sus socios- se había convertido probablemente en el software más famoso de la historia. No es una exageración señalar que, en ese momento, para los usuarios de PC, el mundo podía definirse como un antes y un después de Lotus. Como era de esperar, en 1986 Lotus vendió millones de dólares y generó suculentas ganancias. Sin embargo, ese mismo año Kapor anunció su alejamiento de la línea ejecutiva.

Hasta ahí, el párrafo anterior no pasa de ser un dato anecdótico, difícil de entender en el contexto de este artículo. Lo interesante es la razón que Kapor dio para su retiro. Si mi memoria no falla, dijo algo así como: "Con Lotus 123 todo lo que se podía inventar en computación ya está inventado". Pocos años más tarde, Microsoft lanzaba al mercado su primera versión de Office, un poderoso software que integraba planillas de cálculo, procesadores de texto y el famoso PowerPoint. Apenas diez años de la salida de Kapor de su compañía, el otrora famoso Lotus 123 era totalmente relegado al olvido y la empresa luchaba por su sobrevivencia.

El estereotipo del empresario tipo Rico Mc Pato, contando monedas sentado detrás de su escritorio y observando una bóveda repleta de monedas de oro, es una dañina falacia. En los países donde las personas son libres para emprender nuevas actividades, los empresarios exitosos, como el fundador de Lotus, son constantemente acechados por nuevos emprendedores, cuyo objetivo es generar un producto o servicio mejor que el existente, para ganar la preferencia de los consumidores y arrebatarles la supremacía del mercado a las empresas ya establecidas. Esta dinámica es la que permite que muchas de las cosas que en el pasado eran consideradas un lujo, hoy sean el estándar: como los vidrios eléctricos en los autos y la TV a color. Éste es el proceso que obligó a Apple a reinventarse cuando estaba a punto de sucumbir y que culminó con el lanzamiento de los sorprendentes iPod, iPhone y ipad, que, a su vez, hoy obligan a repensar las industrias de la música, la prensa, el cine y los libros.

Cuando hay libertad para emprender y un mercado libre para intercambiar los bienes y servicios que las personas quieren ofrecer, no hay espacio para los que quieren reclinarse en su asiento a mirar como caen las monedas. El cambio -entendido como una mejora continua- está garantizado por la acción de la competencia, y quien no lo entienda así queda rápidamente fuera del mercado.

Lamentablemente no todas las actividades económicas se exponen al rigor de los mercados competitivos. Hay muchos casos, algunos justificados y otros no tanto, en que para cambiar la forma en que se desarrolla una determinada actividad no basta con que alguien pueda hacerla mejor, y la sociedad ha definido que los cambios y el progreso en dichas actividades requieren modificaciones legales o normativas. La regulación, muy plausible en algunos casos, ha sido históricamente utilizada también por quienes desean mantener una posición de privilegio respecto de sus pares, sin tener que darse la molestia de competir por ganarse o mantener dichos privilegios.

En Chile, a pesar de significativos avances en los últimos treinta años, aún estamos llenos de casos como éstos. Es más: da la impresión de que en los últimos años se ha perdido el ímpetu y la convicción requeridos de parte de las autoridades para desmantelar estos privilegios. Algunos casos emblemáticos son la protección de que gozan los malos profesores en el sector público, la incapacidad de remover a los malos empleados públicos, el límite a la contratación de profesionales extranjeros en las empresas chilenas, que beneficia a los malos profesionales chilenos en desmedro de la competitividad de sus firmas. ¿Por qué a usted lo evalúan todos los años en su trabajo y los profesores se niegan a ser evaluados en los suyos? ¿Por qué Chile es uno de los pocos países donde no se puede comprar medicamentos fuera de las farmacias? ¿Por qué algunas de las empresas que proveen al Estado tienen que ser exclusivamente chilenas? ¿Por qué no se puede comprar anteojos para leer sin la receta de un oftalmólogo, como ocurre en otros países? ¿Por qué en Chile podemos vender vino a otros países pero no podemos comprar vino de otros países?

¿Por qué a usted lo evalúan todos los años en su trabajo y los profesores se niegan a ser evaluados en los suyos? ¿Por qué Chile es uno de los pocos países donde no se puede comprar medicamentos fuera de las farmacias? ¿Por qué algunas de las empresas que proveen al Estado tienen que ser exclusivamente chilenas?

Detrás de todos estos ejemplos -y de decenas de otros de similares características-, hay intereses creados de grupos minoritarios que despliegan todo su energía para para mantener sus privilegios, a costa del progreso que traería para la mayoría de los chilenos la eliminación de los mismos. El cambio y el progreso que se dan naturalmente en los mercados competitivos, se trasforma, en estos casos, en statu quo, es decir, ausencia de cambio. Las minorías vociferantes arman suficiente alboroto o amenazan con ello, para convencer al mundo político, gobierno y Congreso, que un cambio que afecte negativamente sus privilegios implicara automáticamente la pérdida de apoyo político de sus proponentes o de quienes los apoyen. Para quienes no están de paso en política, sino que han hecho de ésta su actividad para la vida, esta amenaza representa un riesgo significativo para su carrera profesional y su fuente de ingresos. Ante dichas perspectivas, la evidencia muestra que la mayoría termina cediendo a las presiones de las minorías privilegiadas.

Recientemente tuve la oportunidad de formar parte de la comisión presidencial Mujer, Trabajo y Maternidad. Confirmando la tesis de este artículo, independiente de la opinión de los expertos, los parlamentarios que concurrieron como invitados a la comisión manifestaron su total oposición a cualquier reforma que implicara cambios en los llamados "beneficios adquiridos".

De esta manera, permitir a las mujeres que voluntariamente puedan trasladar parte de su permiso maternal desde el pre hacia el posnatal, o permitirles que se tomen el posnatal en forma de jornadas parciales o reducir el uso del subsidio posnatal para focalizar mejor los recursos del Estado, constituye a los ojos de los parlamentarios propuestas "políticamente inviables". Es decir, que aunque tengan el mérito de corregir situaciones anómalas y mejorar las condiciones de vida, pueden generar suficientes detractores como para poner en riesgo la reelección de los parlamentarios que las patrocinen.

Es interesante constatar que políticos de izquierda y derecha están sujetos a las mismas presiones. Y tienden a actuar de forma muy similar ante ellas. De hecho, es común observar, como ocurrió en el caso de la comisión Mujer, Trabajo y Maternidad, que los congresales se alinean transversalmente para argumentar en favor de mantener un determinado privilegio de un grupo particular de ciudadanos. ¿Cuántos políticos de derecha o izquierda hemos visto abogando en favor de terminar con la inamovilidad de los funcionarios públicos? Sí, resulta paradójico que los políticos de derecha sean todavía apodados de conservadores, mientras que los de izquierda insólitamente se autodenominan progresistas. Una vez más, se demuestra que la izquierda es mucho mejor para el marketing y las comunicaciones que la derecha.

La captura de los políticos por parte de los grupos de interés constituye, como lo expresó acertadamente Milton Friedman, una tiranía del statu quo. La ausencia de un mecanismo automático y natural de cambio y progreso, como el que existe en los mercados competitivos, en todas aquellas actividades reguladas que requieren cambios normativos o legales, constituye una valla alta para que el presidente pueda honrar su promesa de "cambio".

Los incentivos de los parlamentarios para arriesgar su capital político son pocos. El costo de pasar a la historia por apoyar una buena reforma puede ser perder la pega en la próxima elección. El gobierno debe trabajar en reducir dicho costo a los parlamentarios que apoyen reformas difíciles, haciendo una buena preventa de las mismas en la opinión pública. Y el mandatario debe tomar el liderazgo arriesgando su propio capital político y el de sus ministros, apoyando con fuerza las reformas que la mayoría de los chilenos, más callados y menos vociferantes que los grupos organizados, le pidió que hiciera el 17 de enero pasado.

*Socio y director ejecutivo de Econsult.

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