Por Eugenio Tironi Abril 3, 2010

Todo cambió de magnitud con el 27F. El caos, el dolor, la desprotección, la pobreza. La reconstrucción será larga, dura, dispersa. Pero es curioso. Ya se instaló la idea de no volver a levantar lo mismo de antes; que hay que hacerlo mejor, con mejores estándares, pensando en un país más rico que el de hoy. Esto en todos los planos. Desde la participación ciudadana a la calidad de las viviendas. Desde la sostenibilidad ambiental a la capacidad de creación de empleos. Desde la descentralización a la calidad de la educación. Parece que el terremoto hubiese estimulado el deseo de hacer todo aquello que, previo a éste, parecía imposible.

Quizás es la euforia inicial que provocan las catástrofes. O quizás es algo más profundo, que se venía incubando desde antes. Pienso que es lo segundo.

Hasta el 27F reinaba la idea de que las cosas se podían hacer sólo de una manera, y que cualquiera otro enfoque era irracional o voluntarista. Esto despertaba una sorda molestia, pero ésta no alcanzaba para dar vuelta el tablero. El fenómeno Marco Enríquez-Ominami expresó, a su modo, una rebeldía hacia ese clima conformista. Bueno: éste se acabó después que la naturaleza habló el 27F. Ella reimpuso la noción de que todo es posible. Y que es mejor que lo intentemos nosotros, antes que esperar que las cosas nos sean impuestas por el destino. El 27F, para decirlo así, apagó abruptamente el computador y ahora hay que resetearlo.

Mucho de lo que hemos visto en los últimos días va en esa dirección. Son cuestiones que jamás alguien se habría imaginado antes del 27F. Esta suerte de hemorragia solidaria promovida por la presidenta Bachelet y Don Francisco, por ejemplo, que llevó a los empresarios a subirse al escenario de la Teletón y a competir por quién donaba más. O esta empatía que hace que la gente que no sufrió daños siga pegada emocionalmente a la que sí los sufrió. O el ministro de Hacienda del nuevo gobierno anunciando que estudia un alza tributaria rodeado de las mayores fortunas del país. Incluso esa publicidad irritante de algunas marcas, que han transformado la solidaridad en un campo de batalla donde todo está permitido, desde la oferta a la liquidación, desde la letra chica al concurso.

En suma, todo se re-escaló. Lo que hasta el 27F parecía adecuado, hoy parece tímido. Lo que parecía imposible imaginar o proponer, hoy queda estrecho. Lo que ayer parecía un exceso, hoy peca de modestia. A quien no actúa y piensa en grande nadie lo toma en cuenta. Pero lo que estamos experimentando no tiene que ver sólo con el terremoto. Tiene que ver también con el ethos proyectado el 11M.

"Ésta es la hora de salir del metro cuadrado. De revisar lo que veníamos haciendo. De reorganizar nuestras estrategias de vida. De cuestionar los viejos paradigmas. De mirar a la gente con otros ojos, poniendo por delante la confianza antes que la sospecha. ¿Total qué perdemos? Si a lo mejor en pocas horas ya no estaremos contando el cuento".

En efecto, el presidente Piñera, en vez de contener esta inflación de proyectos y creatividad, la ha estimulado. De hecho, en vez de minimizar los problemas y las soluciones, los amplifica. Por ejemplo, cuando aún los damnificados no tenían un techo bajo el cual guarecerse, él ya estaba hablando de importar casas prefabricadas con estándares de países desarrollados. Esto se repite a diario, con un presidente que hace promesas, crea expectativas, toma riesgos, transpira voluntarismo. Lo que está bien, muy bien. ¿Que quizás no se pueda seguir indefinidamente por este camino, y deba resignarse a que las cosas toman más tiempo, que no se puede partir siempre de cero, que los mecanismos de mercado no siempre funcionan en el Estado, y así por delante? Quizás. Pero por ahora es bueno que lo intente, que no se "arratone", que siga siendo fiel a sí mismo, aun en la catástrofe. Para ensayar esta "nueva forma de gobernar" -y no para que lo hiciera como la Concertación- es precisamente para lo que se le eligió.

Hay pues que sumarse con entusiasmo y buena fe a esta suerte de re-escalamiento nacional. No quedarse al margen, arropándose en el escepticismo, la ironía o el cinismo. La Concertación tiene que evitar esa conducta, que es tentadora. Tiene que conectarse con el estado de ánimo del país, que está en la reconstrucción. Y ojo. Toda nueva generación necesita de un quiebre histórico; de un vacío desde el cual levantar un proyecto nuevo, diferente a aquel que le invitan a gestionar sus mayores. El 27F puede ser uno de esos quiebres, y de hecho, muchos jóvenes están contagiados por el re-escalamiento, y está bien que así sea. Si la Concertación se queda a la vera del camino, podría quedar divorciada del país y en una posición meramente contestataria en el nuevo ciclo histórico que podría estar abriéndose post-27F.

En suma, ésta es la hora de salir del metro cuadrado. De revisar lo que veníamos haciendo. De reorganizar nuestras estrategias de vida. De cuestionar los viejos paradigmas. De mirar a la gente con otros ojos, poniendo por delante la confianza antes que la sospecha. ¿Total qué perdemos? Si a lo mejor en pocas horas ya no estaremos contando el cuento.

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