Por Óscar Landerretche M.* Abril 16, 2010

A diferencia de lo que muchos parecen pensar, no hay contradicción en reconocer que las dos grandes opciones políticas que existen en Chile reflejan efectivamente diferentes visiones de país, y, al mismo tiempo, también que estas dos grandes culturas políticas tienen que aportar a la construcción del proyecto nacional.

La razón por la cual no es contradictorio es la noción republicana de que aunque uno tenga su propio proyecto para Chile, éste debe incluir al "otro" como cultura nacional y sector político. Por cierto: uno siempre quiere ganar las elecciones, pero de todos modos desea seguir viviendo en un país en que están los "otros". El problema, claro, es que nuestra historia política tiene unos esqueletos en el clóset más o menos significativos y con ciertas tendencias a ponerse inquietos y sonoros -esqueletos que no eran ni tolerantes ni republicanos-, pero, así y todo, estoy convencido de que uno tiene que hacer la contribución de imaginar cuál es el "otro" que uno respetaría y admiraría, para darle la oportunidad de serlo. Claro que no ayudan ciertas incipientes tendencias avasalladoras que se han visto en el nuevo oficialismo, pero, en fin, después de algo de turbulencia, tengo la esperanza de que terminará predominando el estilo y convicciones de esa derecha que todos sabemos que Chile necesita.

Pretensiones y realidades, igualdad y excelencia

Por eso quiero tomarme en serio la pretensión de excelencia de la nueva administración. Pero antes de decir exactamente lo que sugiero, quisiera hacer un pequeño preámbulo en contra del cinismo con que enfrentamos este tipo de temáticas políticas y discusiones públicas. A nivel conceptual, la "excelencia" en la derecha tiene un parentesco con la "igualdad" en la izquierda: ambas son pretensiones políticas y culturales, no necesariamente realidades, pero sí ejes ordenadores del esfuerzo público.

Por ejemplo, en la izquierda sabemos que para todo lo que hablamos sobre igualdad, ésta no se practica tanto como quisiéramos. El poder en la izquierda tiene las mismas tendencias oligárquicas y elitistas de la sociedad chilena, lo que es una fuente de vergüenza entre los nuestros. Pero sería injusto no reconocer que la izquierda siempre ha luchado por la igualdad y que esas luchas, con todos sus ires y venires, han introducido más equidad, justicia e integración en Chile. Es decir, la lucha por la igualdad en un país caracterizado por la desigualdad se hace en un estado perpetuo de angustia, cargando una deuda y siempre luchando contra uno mismo, sus propios instintos y prácticas. Muchos -no todos- de los que luchamos por la igualdad desde la izquierda sabemos que no somos expresión social de la igualdad, todo lo contrario.

La "excelencia" tiene este mismo potencial conceptual en la derecha, y los mismos problemas que son, finalmente, producto de luchar por la "excelencia" en un país caracterizado por la falta de excelencia (privada y pública).

El problema es éste: no hay nada "excelente" en ser de una familia con alto capital humano, social y financiero; estudiar en los mejores colegios y, por ende, en las mejores universidades; obtener un máster o doctorado en una buena universidad internacional; y luego tener éxito profesional en un país en que escasean las competencias. Recorrer ese camino no genera, a mi juicio, ninguna garantía de excelencia y no es especialmente meritorio. Los que hemos hecho, finalmente, es cumplir con lo mínimo que se esperaría de nosotros; esto es, no desperdiciar las oportunidades que se nos dan.  Entonces, he aquí el problema: los que quieren luchar por la excelencia saben que, en el fondo, no son expresiones de excelencia (me imagino que se darán cuenta), igual como ocurre con la igualdad en la izquierda.

No tenemos autoridad moral ni aquí ni allá (con excepciones, por cierto).

Pero, del mismo modo como ocurre con la "igualdad" en la izquierda, todavía es posible que la derecha luche por la "excelencia". Pero esto se hará -forzando el paralelo- en un estado perpetuo de angustia, cargando una deuda y siempre luchando contra uno mismo, sus propios instintos y prácticas.

"Hay otra cosa que me gusta de la excelencia como concepto ordenador de la derecha: tiene un intercepto con el concepto de igualdad, lo que nos permite construir consensos políticos. Ese intercepto es la meritocracia, algo que nos duele a todos, en la izquierda y en la derecha, en lo público y en lo privado".

El desafío de esta administración es enorme porque la "excelencia" es uno de los conceptos ordenadores de la derecha. El otro es "el orden": los instintos más tradicionales de la derecha están allí. No hay nada malo en luchar por "el orden" si es que eso se hace en el marco de un estado de derecho. No, lo que digo es que "el orden" es una identidad más concreta, en cambio la "excelencia" es una promesa conceptual. Por ende, será un logro clave de este gobierno hacer creíble que existe una derecha que lucha fundamentalmente por la "excelencia" y todos sus sinónimos: eficiencia, innovación, logros, progreso, etc.

Y como a mí me gustaría que la identidad central de la derecha sea la lucha por la "excelencia" y no (tanto) por "el orden", me atrevo a dar algunas sugerencias. Por lo demás, hay otra cosa que me gusta de la "excelencia" como concepto ordenador de la derecha: tiene un intercepto con el concepto de "igualdad", lo que nos permite construir consensos políticos. Ese intercepto es la "meritocracia", algo que nos duele a todos, en la izquierda y en la derecha, en lo público y en lo privado.

Método, método, método

Para ser sincero, no creo que sea razonable demandar a las autoridades tener ya listo un plan de reconstrucción. Llevan muy poco tiempo y las calibraciones, cálculos y diseños que requiere implican tiempo y energía. Además, la necesidad de lidiar con la emergencia conspira contra la elaboración de un buen plan. Mejor que se demoren un poco más, pero que lo hagan bien, con metas claras, fechas e indicadores objetivos.

Pero quisiera, además, pensar un poco más allá de los eventos derivados del gran terremoto. Esta administración tiene, a pesar de ese evento, la oportunidad de avanzar en la lucha por la excelencia (que era, por lo demás, su promesa implícita en el eslogan "la nueva forma de gobernar"). Y creo que la forma de hacerlo requiere un método.

El método es simplemente autoimponerse una disciplina de planificación, seguimiento y enforcement.

Por ejemplo, antes de tener su cargo, muchas veces se le escuchó a Rossana Costa, la actual directora de Presupuestos, reclamar sobre la falta de transparencia de la Dipres. Lo "excelente" sería que ella definiera ahora (antes de que termine el semestre, por ejemplo) cuáles son, durante su gestión, sus metas (verificables) en términos de transparencia para la Dipres y cuáles son los plazos para el logro de esas metas. La directora podría autoimponerse, de ese modo, un elemento disciplinador. Podría exponer su plan en términos públicos y en el Parlamento, y luego convocar a contrapartes que hagan seguimiento y verificación de los logros.

Otro ejemplo, Camila Merino, la nueva ministra del Trabajo, tiró un globo sonda sobre el tema de la reforma de las indemnizaciones por años de servicios. Sería excelente que ella expusiera ante el público y el Parlamento cuál es el detalle de logros, indicadores y plazos que debiéramos esperar de su gestión. ¿Qué tasa de sindicalización quiere lograr? ¿Qué tasas de participación femenina? ¿Qué objetivo de creación de empleos reemplaza al del millón? ¿Qué reformas a qué códigos, agencias y procedimientos? ¿En qué plazos? Así, podremos ir juzgando con un sustento más claro el éxito que de seguro tendrá.

Último ejemplo: uno de los secretarios de Estado al que yo le tengo más fe es a Felipe Kast, el joven ministro de Planificación, que se nota con ánimo, energía y buena onda. Aquí existe un área importante en que sería muy útil un método como el que propongo. Que él defina cuáles son los indicadores sociales o de gestión que va a afectar, en cuánto los afectará y en qué plazos (incluso si exceden su período).

Esto es especialmente importante en el caso de uno de los proyectos estrella del gobierno: el ingreso ético familiar. Éste, tal como fue anunciado en la campaña, tiene más objetivos que sólo aumentar los ingresos de las familias (por ejemplo, incrementar la capacitación y productividad en las familias tratadas). Mucha gente no sabe esto. Por ende, sería sano que el ministro declarara cuáles son sus objetivos (nuevamente: verificables), por ejemplo, en términos de capacitación y logro de competencias para este proyecto en particular, pero en general para el resto de su gestión.

Si esta administración adoptara un estándar de transparencia técnica y honestidad como el que propongo, por cierto que le haría un bien a la gestión pública; pero además haría creíble el objetivo de "excelencia" como eje político rector de la derecha chilena.

* Académico del Departamento de Economía de la Universidad de Chile.

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