Por Daniel Hojman Abril 9, 2010

El terremoto del Bicentenario coincidió con la culminación de la transición a la democracia. Sin respiro, la llegada a La Moneda de un opositor a Pinochet liderando a la centroderecha todavía tiene marcando ocupado a la Concertación. El desalojo después de los logros históricos en el desarrollo político, económico y social del país tiene sus propias réplicas. Con un cónclave ad portas, escuchamos una explicación tras otra de la derrota electoral: malas prácticas, falta de liderazgo, descomposición, división, poca audacia, el candidato. Hay un grano de verdad en cada una, pero ninguna parece dar en el clavo y más de alguno martilla el clavo que le conviene. Por ejemplo, echarle la culpa al candidato desconoce el millón de votos perdidos en las municipales entre 2000 y 2008, o la caída de a lo menos 8 puntos en las senatoriales entre el 2001 y el 2009.

En los mercados políticos el votante y el analista tienen la difícil tarea de evaluar un producto con muchos atributos: programas de gobierno, visión de país, características individuales de los candidatos, historia y prácticas, entre otros. Pero algo ausente en el balance de estos días es que las elecciones son juegos de suma cero: si uno pierde, el otro gana. Por eso, cualquier explicación razonable del triunfo de la centroderecha pasa por entender lo que ha ocurrido con la Alianza, y no sólo con la Concertación. Al igual que en los mercados de bienes, en política, el respaldo de cada opción depende de los atributos en que las propuestas se parecen o se diferencian. Por décadas, Newsweek y Time se han repartido el mercado norteamericano de semanarios de actualidad. Las dos revistas cuestan lo mismo, cubren las mismas noticias con líneas editoriales similares, pero difieren en la historia de la portada. Se juegan el mercado en esa diferencia.

Después de veinte años, la Alianza y la Concertación son productos más homogéneos para el votante. Eso por dos razones. Primero, el sello político de la transición fue la convergencia ideológica. Democracia, protección de los derechos de propiedad, erradicación de la pobreza y protección social son, mediando importantes diferencias de énfasis, parte de un vocabulario común. Asimismo, la condena de Sebastián Piñera a los crímenes de la dictadura refleja una transformación profunda aunque sin duda incompleta de la centroderecha. En concreto, la elección sugiere que la Concertación no tiene el monopolio de representar a las grandes mayorías y la condena de las violaciones de derechos humanos ha dejado de ser un eje distintivo.

"La gestión eficiente, por importante que sea, no es un proyecto político. Reformas administrativas, como la del SII desde 1990, demuestran que la excelencia en gestión pública puede ser de centroizquierda. Tampoco es un proyecto político el carisma de Bachelet. Es factible que los chilenos también se encariñen con un presidente o un presidenciable de derecha".

En segundo lugar, hoy en Chile, ni la Alianza ni la Concertación tienen un proyecto político coherente. La Concertación no tuvo una posición en temas que están en el corazón del progresismo: regulación de mercados laborales, políticas de calidad para la educación pública, profundización de la democracia, sistema tributario. Como muestra, al debatir la reforma laboral, la tensión al interior de la Concertación entre el "excepcionalismo liberal norteamericano" y la "Europa social" se resolvió en la parálisis. Es difícil que una coalición sometida al desgaste del poder sobreviva electoralmente sin un norte claro. La ausencia de un proyecto potente es quizás el síntoma más grave de un deterioro que persistirá sin una renovación radical.

Cruzando la vereda, la Alianza tampoco tiene un proyecto político. Cuesta saber si es conservadora o liberal. Sus líderes han criticado la desigualdad pero también la redistribución. Algunos apoyan fortalecer la educación pública y otros incrementar el rol de los privados. Sin embargo, a diferencia de la Concertación, para la Alianza un proyecto político ambiguo es una estrategia perfecta. Por un lado, el limbo ideológico le evita realzar las tensiones internas y visiones dispares respecto de Pinochet. Por otro, es posible que la estructura económica actual sea cercana al ideal de la Alianza, haciendo creíble una postura continuista y minimizando la necesidad de un proyecto nuevo. Con un adversario desarticulado y en medio de la reconstrucción, la asepsia ideológica y el énfasis en la tecnocracia de la Alianza funcionan.

La convergencia parcial sobre parámetros básicos del desarrollo y la memoria colectiva explica por qué la apuesta de la Alianza por diferenciarse en el margen de la gestión, contrastando "la nueva forma de gobernar" con  las "malas prácticas", fue un factor decisivo en la elección. Pero la gestión eficiente, por importante que sea, no es un proyecto político. Reformas administrativas, como la del SII desde 1990, demuestran que la excelencia en gestión pública puede ser de centroizquierda y que la "nueva forma" es una promesa que enfrenta el duro test de la reconstrucción. Tampoco es un proyecto político el carisma de Michelle Bachelet. Es factible que los chilenos también se encariñen con un presidente o un presidenciable de derecha.

Al avanzar la recuperación, lo esperable es que surjan proyectos políticos en respuesta a la sobria radiografía del país que asoma después del terremoto. Esa reconstrucción, la de la política, marcará el sello del Chile desarrollado.

* Economista chileno. Es profesor de políticas públicas de la Universidad de Harvard.

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