Por Francisco Javier Díaz Enero 23, 2010

No será primera vez que la izquierda pierda una elección. Ocurrirá y ha ocurrido. Es importante mirar las experiencias e intentar adelantar tendencias. Pero es relevante también hacer el duelo apropiado. Darse un tiempo para el lamento, porque lo que ha pasado puede ser grave. Tiene mucho que ver con fallas propias, las que, en el caso de la izquierda, son aun peores que en la derecha. Porque mal que mal, la izquierda representa (o aspira a representar) a las grandes mayorías. A los desposeídos. A los vulnerables. A los trabajadores. A los que no tienen privilegios. Y perder quiere decir que o el mensaje no fue comprendido o que derechamente la gente no nos cree. Y esto último parece ser el caso: la fatiga política aparenta haber inoculado el virus de la incredulidad en nuestra gente.

La experiencia en otros países donde ha perdido la izquierda entrega buenas enseñanzas. Cada realidad es única, es cierto. Pero hay un par de características que son similares en cada caso. Por una parte, está la tentación de la izquierda de no hacer el duelo y salir al día siguiente a pelearle al gobierno de derecha, para lo cual recurre a lo conocido, a lo que sabe hacer, a los viejos conceptos y a la vieja guardia. Utilizando una metáfora alemana, se le pierden las llaves del auto y las sale a buscar debajo del poste, donde hay más luz, pero no donde realmente se le cayeron.

Por otro lado, está la tentación de la división, del fraccionamiento, muy asociado este proceso al mesianismo y la ideologización extrema. La izquierda es mandada a hacer para armar facciones. Especialista en las tendencias y subtendencias. Muchas veces el bien común izquierdista se ve pospuesto ante el bien individual de cada facción. Aquí caben las pasadas de cuenta, las zancadillas y cabe también el oportunismo de quienes se pasan al bando contrario.

Pero poco a poco, entre la oposición irreflexiva e intuitiva y el fraccionamiento sin sentido, comienzan a delinearse las grandes tendencias de la izquierda. Comienza a fraguarse el nuevo proyecto que se enfrentará a la derecha. Comienzan a oponerse los macrorrelatos de la derrota y la propuesta futura, y se rearma para la siguiente elección. Ésa es precisamente la tarea de los líderes de la izquierda derrotada: acelerar ese proceso. Vivir el duelo, oponerse a los retrocesos que proponga la derecha, pero ubicar precisamente las causas del descrédito ciudadano.

El Nuevo Laborismo en la Inglaterra de comienzos de los 90, por ejemplo, surge en parte en oposición a la izquierda clásica del laborismo sindical y a los intentos populistas de la Looney-left (o izquierda lunática) durante los 80. La Nueva Vía de Rodríguez Zapatero a comienzos de siglo se levanta como reacción a la caída de un polarizado Joaquín Almunia en 2000, quien es derrotado fácilmente por Aznar en su segundo período. Algo similar se puede decir del Nuevo Centro alemán y su alianza con los Verdes en 1998, que logra retomar el gobierno después de 17 años de gobierno conservador. También hay ejemplos en contrario: la actual situación de la izquierda en Francia o en Alemania, dividida en extremo y sin voluntad ni ethos común como para forjar un nuevo frente, demuestran la parte dolorosa de este parto.

Hablar del futuro de la izquierda no se trata, por tanto, de un esfuerzo más por el fraccionamiento. Eso se dará sí o sí. De lo que se trata es del proceso inverso. De identificar adecuadamente las tendencias y los incentivos para los escenarios que uno describe, y hacer lo posible por atemperar sus resultados más nocivos. Soy un convencido de que con mucho debate, pero con buena fe; de que con muchos frentes, pero con un solo objetivo; con orgullo por lo hecho, pero con autocrítica, la izquierda puede rearticularse en los próximos dos años en Chile, ganar la elección municipal y volver al gobierno nuevamente.

Porque lo que se juega en estos cuatro años es mucho más que la alternancia en el poder. Lo que se juega es la matriz electoral que puede configurar el país en los próximos 10 ó 20 años. Tal cual se forjó una matriz de relativa superioridad para la Concertación en 1988, el ingreso al padrón de todos los mayores de 18 años en los próximos años, vía inscripción automática, será terreno apto para moldear una nueva tendencia electoral de mediano plazo.

Las izquierdas

Las izquierdas que se pueden identificar son tres. Son tres conjuntos que se yuxtaponen en algunas áreas. Tres circunferencias que se intersecan en algunos puntos, donde hay temas y personajes que comparten más de un espacio. Pero el ejercicio sirve al menos para orientarse.

La primera es la "izquierda clásica". Se trata de la izquierda que se configura a partir de su extremo y que se refuerza con la llegada al Parlamento de tres diputados comunistas, los que probablemente realizarán alianzas coyunturales -y otras no tan coyunturales- con sectores del socialismo, del PPD, los radicales, e incluso, con más de alguno de la Democracia Cristiana.

A la izquierda clásica se le hace menor reproche -si es que se le hace- por la fatiga política. Llega para realzar las reivindicaciones de los trabajadores, de los DD.HH., del movimiento indígena, los profesores y del mundo estudiantil, entre otras causas. Es clásicamente reivindicacionista y estatista. Es una izquierda noble, pero hay que reconocer que las políticas públicas no tienden a ser su fuerte.

La segunda izquierda es la "izquierda factoría". Se trata de una izquierda de menor densidad ideológica y mayor dispersión programática. Cual buque factoría recorre el mar político agregando y procesando demandas múltiples, lamentos varios y resentimiento granado. Atrae como imán a todo tipo de ex militantes y organizaciones sociales de variada estirpe. Acumula todo tipo de causas etnográficas. La coherencia no es su fuerte. El populismo no lo descarta. Realiza alianzas coyunturales con una serie de caudillos regionales, sin importarle mucho la honorabilidad del prócer de turno. Puede hacerse muy popular en algunos casos. Su discurso es fácilmente moldeable a lo que pida la galería. Critica sin pudor a la clase política -como si ella viniera de Marte-, pero es eficaz en ganar negociaciones y prebendas.

La tercera izquierda es la "progresista". Se trata, básicamente, de la izquierda que ha gobernado Chile en los últimos años. La igualdad es su norte, pero el pragmatismo es su lenguaje. La responsabilidad económica es su taller y las políticas públicas son sus herramientas. Desde el punto de vista de cuadros técnicos e intelectuales, es la mayoría. Pero tiene una seria falencia: es la izquierda que paga gran parte -o casi todas- de las culpas de la derrota. Fue la que no supo renovar su práctica política ni sus cuadros dirigenciales. Justa o injustamente, la politiquería se asocia con su gente. Los privilegios del poder se asocian con su gente.

Tiene, eso sí, un gran activo: su alianza privilegiada y estratégica con el centro progresista socialcristiano, porque en lo básico -más allá de algunas contadas cuestiones valóricas-comparten casi los mismos conceptos y visiones acerca de cómo se debe gobernar con una mirada progresista. Esa alianza estratégica es la que puede desnivelar el triple equilibrio entre las tres izquierdas.

Pero insisto, la renovación de prácticas en esta izquierda es acuciante. No gobernará si es que no sabe remecerse. No ganará adeptos si es que no sabe examinarse críticamente. La cosmética en este caso de poco sirve. La experiencia comparada habla más bien de procesos profundos. Sólo hecho este proceso, la izquierda progresista podrá volver a convocar a todo el amplio mundo de la izquierda y constituir un frente mucho más amplio para volver al gobierno. Si no lo logra, les espera -a las tres izquierdas- una larga travesía.

* Abogado y cientista político. Asesor de Michelle Bachelet

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