Por Fernando Paulsen Enero 23, 2010

En ese período se concibió y materializó la Reforma Procesal Penal, el cambio más importante en la administración de justicia en la historia de Chile. Se fijó la Jornada Escolar Completa. Se privatizaron las empresas sanitarias que no generaban niveles aceptables de eficiencia, recaudando cerca de US$ 2 mil millones. El crecimiento económico alcanzó un promedio de 7,8%. Se estableció la igualdad jurídica para hombres y mujeres a nivel constitucional. Se eliminó toda diferencia legal entre hijos nacidos dentro y fuera del matrimonio. Se estableció por ley que no se puede hacer un test de embarazo a una mujer que está postulando a un empleo.

En materia internacional, Chile estableció doce TLC,  solucionó todos los temas pendientes con Argentina, se hizo parte de la APEC y de la Organización Mundial de Comercio.

En ese mismo tiempo, se dio inicio a los nuevos Tribunales de Familia, se promulgaron las leyes de Violencia Intrafamiliar, de Maltrato a Menores y de Delitos Sexuales. También, en ese periodo, se dio un impulso extraordinario a la transparencia pública y a la modernización del Estado, con el Consejo de Auditoría Interna General de Gobierno -con lo que más adelante sería ChileCompra- y se promulgó la Ley de Probidad Administrativa, base de toda la legislación posterior al respecto. El gobierno electrónico se hizo posible con la modernización del SII y la creación del sitio web del Estado, antesala del desarrollo tecnológico y digital que hoy se ve en casi todas las reparticiones públicas.

No costaría mucho defender la obra del gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, si su mandato hubiera durado lo mismo que el de Michelle Bachelet: cuatro años. Ningún otro gobierno de la Concertación sentó más bases de modernidad, en tantas áreas, como el de Frei en sus primeros cuatro años. Pero su gestión duró seis años y no cuatro, y esos dos del final marcaron la imagen, en forma injusta quizás, una década después. La crisis asiática y la errática forma de manejarla por parte del Ministerio de Hacienda y del Banco Central tiñeron un gobierno que iba para récord de efectividad en tan poco tiempo.

Crueles y veleidosos dos años que en los últimos tres gobiernos de la Concertación han mandado al piso o ensalzado sus imágenes, han destrozado la popularidad de un presidente y alzado la de otros dos a niveles de semidioses. Porque esos dos años, según dónde se ubicaran, si al final o al principio, hicieron la diferencia entre la posibilidad de reelegir a un ex mandatario o mandarlo sin demasiada gloria al ostracismo.

La tómbola del azar político quiso que al socialista Ricardo Lagos, los dos años apocalípticos le llegaran al principio, como extensión lógica de los dos últimos nefastos de Frei. Y también que muy temprano, cuando su popularidad no era descollante para nada, estallara el escándalo de las plantas de Revisión Técnica de Vehículos, que afectó al subsecretario de Transportes, Patricio Tombolini, y que, más tarde, derivaría en el MOP-Gate. Otro caso que desató críticas por doquier fue el de Corfo-Inverlink, donde se vio involucrado hasta el yerno del presidente Lagos, que dirigía la Corporación de Fomento. Se conoció cuando terminaba su tercer año de gobierno, en marzo del 2003, y no alcanzó a calar muy hondo, antes de que explotaran los beneficios del sistema de concesiones que tuvo llenas de trabajo y reestructuración las principales ciudades del país. Carreteras sin peaje se avizoraban como la integración de la capital al mundo moderno. Se concesionaban cárceles, tribunales por todo el país, puertos siguiendo el modelo que había dejado instalado Frei. Al mismo tiempo, empezaba a rendir sus frutos la idea del superávit estructural, donde el país ahorraba parte de los excesos de ingresos en épocas de vacas gordas, para enfrentar momentos malos en el futuro. Con un precio del cobre en alza permanente, las arcas de ahorro del Fisco se incrementaron por esta regla. Los TLC con la Unión Europea y Estados Unidos acicatearon la imagen pujante del país y la forma en que Lagos trató el tema de la invasión de EE.UU. a Iraq y cómo encaró al presidente de Bolivia cuando la tele estaba mirando ("ofrezco relaciones diplomáticas aquí y ahora"), marcaron el fin de la zozobra inicial y un viaje en velocidad crucero que implicó garantías de salud en torno al AUGE, más carreteras concesionadas, anuncios de puentes en Chiloé, trenes que viajaban al sur en flamantes estaciones, el cambio del sistema de transporte de Santiago por uno moderno. El presidente de la Asociación de Bancos, Hernán Somerville, sintetizó el ánimo de sus ex detractores de los primeros dos años con una frase para el bronce: "Los empresarios amamos a Lagos".

Si el gobierno de Frei hubiera durado cuatro años, quizás estaría reelecto. Si el de Lagos hubiera durado lo mismo, quizás nadie lo hubiera propuesto como el Salvador de la Concertación, cuando la campaña aún no tenía candidato. Si los dos años malos de Bachelet hubieran estado al final y no al principio, no sería la madre de Chile.

Ricardo Lagos salió de su gobierno con casi 75% de popularidad y quedó listo para la foto del 2009. Lo sucedió una compañera de partido, Michelle Bachelet, la primera mujer en llegar a la presidencia. La lotería de los dos años le tocó a ella también al principio. Recibió más plata en las arcas fiscales que ningún otro gobierno en la historia, un precio del cobre disparado y, aun así, los dos primeros años fueron pura tormenta. Cambió tres veces de ministro del Interior, enfrentó una revolución de escolares secundarios que hasta ahora deja huella y para lo cual no tenía respuesta. Cayó su ministro de Educación por lo mismo, reemplazándolo por una ministra que no tenía experiencia relevante en educación pública, que también se iría luego de una acusación constitucional. Para colmo le tocó implementar el proyecto estrella de Lagos, el Transantiago, y fue un desastre. Por primera vez la Concertación hacía una política pública que conspiraba contra el bienestar de sus propios votantes.

Se habló de que no daba el ancho, su popularidad entró en caída libre, en la misma Concertación mascullaban que sólo era muy simpática. Todo eso en los dos primeros años. Los dos siguientes son la historia de hoy: EE.UU. y Europa entran en recesión. Chile consigue transmitir que es víctima de la recesión, que no hay causa propia en ella. Y que ahora se verá el plan de Protección Social, que es la base de las intenciones desde el principio de Bachelet.

El resto es historia reciente: Bachelet se va del gobierno, entregando la banda a sus adversarios, pero con 80% de popularidad, gracias al buen desempeño en los dos últimos años de su mandato.

Si el gobierno de Frei hubiera durado cuatro años, quizás estaría reelecto. Si el de Lagos hubiera durado lo mismo, quizás nadie lo hubiera propuesto como salvador de la Concertación, cuando la campaña aún no tenía candidato. Si los dos años malos de Bachelet hubieran estado al final y no al principio, no sería la madre de Chile y la mejor ubicada para recuperar el sillón presidencial el 2014.

Son sólo dos años, pero han sido claves en los últimos tres gobiernos. Y como la percepción humana fija su imagen de acuerdo al tiempo más cercano, los dos años malos al principio benefician a Lagos y Bachelet y cuando están al final perjudican a Frei. Es la misma lógica de las encuestas sobre el mejor deportista chileno de todos los tiempos. El Sapo Livingstone, Leonel Sánchez, Lucho Ayala, Manuel Plaza y Marlene Ahrens no tienen opción frente a los que realmente han visto los entrevistados. El Coto Sierra tiene más chance de quedar entre los mejores que el Cuacuá Hormazábal. Es la injusticia de quedar impresionado por lo último que se vio y vivió.

No se recuerdan los cuatro años buenos de Frei, ni los dos malos de Lagos, ni los primeros dos de Bachelet. Al que le toca le toca. Y al candidato de la Concertación este año la lotería de los dos años malos le tocó cuando el votante todavía se recuerda de ellos.

Relacionados