Por Alfredo Jocelyn-Holt Enero 23, 2010

A Piñera hace rato que lo conocemos. Y no impresiona por lo especialmente culto, estético o intelectual. Condiciones que tampoco suelen asociarse con la derecha política o el mundo empresarial, incluso en este último caso en que ha habido aportes y mecenazgos significativos.

Ello no obstante, Piñera no es tonto, no desprecia la cultura (estudió en Harvard); es pragmático y realista. Sabe que a gobiernos de derecha en el mundo, hoy por hoy, no les conviene generar un foco de confrontación en este ámbito. Es más, no se le puede escapar lo que es obvio. El mundo de derecha tiene en estas materias un déficit histórico que saldar. A la cultura se la castigó brutalmente en dictadura y, dejémonos de cuentos, los sectores duros con los cuales todavía se le asocia (está por verse si protagónicos en esta nueva administración) no son precisamente santos de devoción del mundo artístico e intelectual.

Situación, aunque adversa, que podría leerse, sin embargo, al revés: como una gran oportunidad y desafío. En una de éstas, intentar revertir prejuicios mutuos y enmendar relaciones, entre la derecha, el empresariado y los círculos culturales, desde el Estado y a nivel nacional, podría ser una ocasión única e inédita, a la medida de un personaje como Piñera que, insisto, de tonto no tiene nada.

¿Cómo y desde qué ángulos? He ahí la médula de un problema quizás fatalmente insoluble, o bien, si se lo mira en sentido contrario, el de una excitante competencia a prueba, aunque no más en canchas de tenis o en mesas de directorios, sino en el escritorio del despacho presidencial. Para lo cual, Piñera, concedo, ha dado ciertas luces y garantías, pero todavía ambiguas o no suficientes.

Luces ya claras, si le reconocemos -desde este otro lado de la mesa- sus bien ganados atributos personales. Piñera es un hombre de acción, no se quedará quieto. Ésta -la cultura- es una "esfera problema" para él (equivalente al mundo sindical o al profesorado), y donde así como puede perder -repito- también puede ganar y no poco.

Garantías: esto ya es bastante más complicado. Cuando plantea -en su programa presidencial y en algunas declaraciones de campaña- que mantendrá, no intentará innovar, en cuanto a la institucionalidad cultural vigente (Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Fondart, Dibam, o el Consejo de Monumentos Nacionales), ahí todo parece bien e irreprochable; no debieran generarse chispas. Cuando dice alambicadamente que va a "fortalecer la dimensión económica de la actividad cultural nacional" es que está pensando en invertir más platas fiscales en cultura, magnífico. Más esfuerzos en actualizar los principales teatros del país, entrar a ampliar o crear nuevos teatros de mediano nivel en lugares donde simplemente no los hay, estupendo. Lo mismo cuando afirma que trabajará para aumentar la participación y el aporte del sector privado, descentralizar la cultura (aunque habría que revisar la letra chica al respecto), rescatar barrios históricos y proteger la propiedad intelectual. Hasta aquí, impecable.

En cambio, no es tan seguro que se granjee confianzas si persiste en la idea de que "la cultura no puede restringirse sólo a los paneles de expertos". Tema, recordemos, que generó polémica durante la campaña. Piñera, entrevistado por Ignacio Franzani en Vía X, metió las patas a fondo cuando se refirió a cómo aspira a terminar con los favoritismos en la entrega de los Fondart. "Si los especialistas, al final, tú sabís que de especialistas tienen repoco y termina siendo puro cuoteo político... Nosotros pretendemos hacer una cosa mucho más democrática. Preguntarle a la gente, a través de una consulta, cuáles son los artistas, cuáles son las áreas de la cultura chilena que se quiera promover. Que la propia gente decida...". Es muy posible que Piñera haya tenido un punto a su favor -la necesidad urgente de transparentar-, pero que fue torpe, confuso y populista, despertando todo tipo de suspicacias, lo fue. En su comando dijeron que los comentarios fueron sacados de contexto. Vale, muchas gracias, pero, ¿y el populismo?

¿Es Piñera un populista en lo cultural? A juzgar por el cariz que les imprime a las obras en que participa como empresario cultural, digamos que se inclina preferentemente por lo recreativo y de extendida difusión popular, a la vez que esquiva todo aquello que tenga alcance sofisticado o sea gusto de elite. Su editorial Los Andes publicaba títulos como Las 100 aventuras del mundo o Las 100 ciudades del mundo; ahora último, según Ciper, gracias a una impresora en PVC, se ha ido extendiendo al rubro publicitario impresor. Fundación Futuro tiene como eje, amén de las encuestas de opinión,  una serie de proyectos urbanos (el borde costero de Viña del Mar, el Mapocho navegable), y programas educativos como "Museo a la mano" y "El arte se acerca a la gente" (exposición gratuita-itinerante de reproducciones de obras maestras). Entre sus pet projects eventuales figura el "Visita tu Historia", un plan para "revivificar" batallas y sitios históricos con la ayuda de las FF.AA., dirigido a un público masivo. Sus vínculos deportivos (Colo-Colo) y televisivos (Chilevisión) me ahorran comentarios.

Piñera, además, ya ha anticipado en su programa, que en lo que sí meterá fuerte mano es en la gestión. Esto de varias maneras: midiendo y evaluando, cual lógicas de "industria cultural" (PIB y demases), lo que se ha hecho y piensa hacer. También privilegiando el impacto en el "receptor" de servicios culturales (el público masivo) por sobre el del "creador" particular de obras; estas últimas más "autogratificantes", según él, para el artista que para el público. Es decir, piensa administrar mirando más a la demanda que a la oferta. Su otra gran propuesta consiste en impulsar la "gestión cultural" y revalorar el "patrimonio", ambos ángulos conocidamente conservadores; vale decir, la derecha más ultra y menos vanguardista del campo cultural en términos político-ideológicos, inevitables cuando se habla de cultura. Piñera, en ese sentido, no es neutro y puede que su gobierno vuelva a caer en sesgos y favoritismos parciales a ciertas claques y camarillas, justo lo que tanto critica.

Por último, debiéramos ponderar sus muy reveladoras preferencias literario-filosóficas. Cuando expone su programa cultural, Piñera comienza con una máxima (muy "Paulo Coelho"), la de un anciano pobre que teniendo dos monedas compra un pan ("para tener con qué vivir") y una flor ("para tener por qué vivir"). Termina, con una cita de Raúl Silva Henríquez  postulando que la cultura es el espejo del "alma" de Chile. Una idea muy conocida, más ontológica, nacionalista y vitalista mitificante, que propiamente histórica y pluralista, que ha causado graves daños en el pasado. En fin, mi impresión es que si Piñera persiste con su discurso cultural en esta línea vamos a tener problemas que él bien podría evitarse y evitarnos.

* Historiador.

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