Por Alfredo Jocelyn-Holt Enero 16, 2010

Me piden que explique por qué, en esta vuelta, no voy a votar por Frei ni por Piñera. La respuesta es Twitter simple: me dan lo mismo, son más de lo mismo. Pero dado que el porqué obliga a un poco más de neuronas, permítanme contextuar la respuesta para que se entienda.

Está visto que, desde 1988, nuestro sistema político privilegia la estabilidad. Por eso, aun cuando Pinochet fuera derrotado en el plebiscito, él siguió pautando la transición. Otro tanto se desprende de los consensos, cuoteos y transversalismos producidos entre la Concertación y la Alianza durante dos décadas. Recordemos a Aylwin, secundado por Boeninger, quien con los años terminó cheek to cheek con moros y cristianos; a Frei, el "presidente de los empresarios"; a Lagos "amado por los banqueros"; a Lavín promoviendo el "lavinismo-bacheletista"; y a Bachelet con un récord africano de aprobación. Recordemos, también, la perpetuación del modelo económico, el binominal y los senadores "designados" (Frei, por ejemplo, amén de su calidad de vitalicio, sin competidor serio dentro de su pacto cuando lo "eligieron" por Los Ríos).

Uno repara en esta historia y comienza a comprender cómo funciona, de verdad, el sistema entre nosotros. Según el mundo político y el establishment, impecablemente bien, sin polarizaciones odiosas, debiendo todos aglutinarse en torno de un centrismo totémico, nuestra supuesta democracia responsable y "modelo".

Conforme, pero cuidado también con problemas graves y desatendidos: desafección ciudadana (aumento de no inscritos o que se abstienen, votos nulos y blancos) al punto que en 1999 se llegó a elegir a Lagos con sólo un tercio del universo total de electores potenciales; desafección parlamentaria (los "díscolos") que ha impedido que existan mayorías en las cámaras; y repudio de la política, en especial a las cúpulas partidistas. Los dos últimos, fenómenos claves detrás del apoyo sorpresivo o voto protesta no sólo contra la Concertación, también contra el sistema, que marcó por ME-O en primera vuelta.

Justamente la postura que yo asumí en diciembre, pero que ha vuelto a no tener cabida en el actual balotaje dados los dos platos fijos que agotan el menú único. No lo que cierta minoría significativa, al parecer, está pidiendo, sino lo que el sistema, en aras de la estabilidad consabida, es capaz de imaginar y ofrecer. Lamentablemente, no disponemos de un esquema parlamentario que podría aprovechar nuestra sólida base partidista y la tendencia de sus líderes a negociar y transar. Por el contrario, se insiste en propuestas cada vez menos representativas -las dos caras de una misma moneda- a espaldas de una cada vez mayor pluralidad país.

Frei ya tuvo su oportunidad de gobernar, mientras Piñera no es ninguna novedad que digamos. Dos "refritos" o "reciclados" que despiertan legítimos resquemores aún no resueltos. En el  caso de Frei, habiéndole restado popularidad los "pinocheques", la vuelta del general, el comienzo del apernamiento concertacionista en el Estado, y el manejo de la crisis asiática. En el caso de Piñera -habiéndole costado ya una vez la elección presidencial-, su doble calidad de hombre de negocios y figura pública, su indefinición que lo llevara a votar No en 1988, no obstante abanderarse después con partidos y figuras que se cuadraron a todo dar con el Sí pinochetista.

Ante tal disyuntiva, me abstengo. Si gana Frei es porque seguimos pegados en la esquizofrenia legada de 1988, aunque cada vez más tenue. Si gana Piñera es porque la Concertación se derrotó a sí misma.

Reducida la primera vuelta a estas dos únicas opciones, se pide a muchos pronunciarse forzada o confusamente. Desde ambas candidaturas se apela, desesperadamente, al "voto útil" o al "mal menor" de parte de votantes que de llegar a sufragar lo harán pero sin convicción. Progresistas que aborrecen a Piñera, en contra de Piñera, pero no necesariamente a favor de Frei. Derechistas que nunca han mostrado afecto hacia el candidato RN, "a favor de" Piñera únicamente porque tiene una buena chance. Y concertacionistas recién desertados que se pueden haber arrepentido, de nuevo por Frei, o por el contrario, con el ánimo de seguir castigando al actual oficialismo, a favor de Piñera. Precisamente quienes decidirán la elección, pero que, en una perspectiva de más largo plazo, no permite avizorar un futuro gobierno sólido, cualquiera sea éste. De ahí que, terminada la jornada cívica, lo más probable es que entremos en una "tercera vuelta" -el próximo gobierno- con más desafiliaciones y fragmentaciones, provengan de donde provengan. En síntesis, lo que se nos pide resolver este domingo es quién tendrá que administrar desde La Moneda semejante escenario "díscolo".

Ante tal disyuntiva, me abstengo. Si gana Frei es porque seguimos pegados en la esquizofrenia legada de 1988, aunque cada vez más tenue. Si gana Piñera es porque la Concertación se derrotó a sí misma. Cualquiera sea el caso, nos moveremos a un escenario más convulsionado y bisagra -"desconcertante"-, fuertemente marcado  por chaqueteos, volteretas y conversos que estrenarán su nuevo look.

Un poco lo que pasa en La Nana, la película de moda de Sebastián Silva. En efecto, cuando la vi tuve la extraña sensación de déjà vu, como si la película nos estuviera dando cuenta de Chile y la Concertación en clave metafórica. Para quienes aún no la han visto, la Raquel es una vieja empleada que se ha estado comportando un poco rara últimamente. Los 23 años en la casa donde trabaja (¿desde 1987?) le están cobrando la cuenta: funciona un tanto robótica a punta de aspirinas y desmayos. Sus empleadores ABC 1 están disconformes con su desempeño pero tampoco se muestran dispuestos a despedirla. Contratan a otras "nanas" que puedan ayudarla, pero no, la Raquel, obstinada, se aferra a su pega y las ahuyenta. Hasta que llega "Luci", una muchacha joven, despercudida, moderna, cariñosa y para nada una amenaza. Ella conquista a la Raquel, la desarma y hace renacer. No sé sí un tanto espirituado o sugestionado por la analogía, pero le encontré a la Luci cierto parecido, incluso físico, con la Bachelet  joven. Al final, la Raquel, "a-luci-nada", se transforma en otra; enteramente fuera de carácter, se pone unos audífonos y anuncia que va a trotar antes de servir la mesa.

¿La Raquel se ha "renovado"? ¿Es la misma Raquel de siempre u otra versión distinta? ¿Frei 2.0 o Piñera? No lo sabemos. Lo único claro es que la Raquel seguirá trabajando otros 20 años más y sus patrones ricos la seguirán encontrando indispensable. Ante tal disyuntiva, me abstengo. En mi casa, a las empleadas las elige mi mujer; también a los presidentes de la República.

* Historiador.

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