Por César Barros Octubre 10, 2009

No hay una correlación clara entre conflictividad social y signo político de los gobiernos. En Bolivia hay uno de izquierda con muchísima conflictividad social. No es así en Colombia. México tuvo la rebelión de Chiapas bajo el PRI. Venezuela no es un oasis de paz social. Angela Merkel no tiene más problemas que Rodríguez Zapatero. Ni Sarkozy más que los que sufrió Jospin.

Y no veo por qué un gobierno de derecha en Chile vaya a tener más o menos violencia social que la suscitada durante los gobiernos de la Concertación. Ya nos vamos olvidando de las reacciones iniciales contra el Transantiago. Las protestas de los pingüinos. Las marchas de los profesores por la "deuda histórica". Las manifestaciones violentas del "día del joven combatiente" y del 11 de septiembre.

Me imagino que en un gobierno de derecha si no hay solución para la "deuda histórica", veremos a profesores marchando. Si no existen mejoras en la educación, veremos a los estudiantes en la calle. Y el lumpen de las noches del 11 de septiembre seguirá como antes. Y si no se llega a una buena solución en la IX Región, ídem.

Yo he visto violencia sindical en la minería y en la salmonicultura. Pero al final del día, los trabajadores no son violentos. Y no perdonan a los líderes que los llevan a la violencia y al fracaso. Lo importante para ellos son los dirigentes efectivos. Y son efectivos no cuando tiran bombas o cuando incendian sedes, sino cuando logran mejoras económicas o de calidad de vida para sus asociados. Y, en ese camino, siempre habrá algún grado de conflictividad. Pero, tal como los gremios patronales, gústeles o no el signo político de un gobierno, siempre tendrán que colaborar y trabajar con él, lo mismo les pasa a los gremios sindicales. Nadie quiere comprarse un conflicto gratis con la autoridad. Menos aun en un gobierno ultrapresidencialista como el chileno. Es muy caro. Y la posibilidad de derrocarlo o maniatarlo en la calle es baja o nula. No fue posible ni en los momentos de mayor debilidad del régimen militar. Y ésa fue la gracia de la Concertación. Dar la pelea con los votos, el diálogo y las ideas.

Lo mismo ocurre con los gallitos del mundo sindical. Al final, Cuevas con sus buses incendiados camino a la mina de El Teniente fue olvidado. En cambio, los líderes sindicales modernos salieron fortalecidos. Esto es verdad, cualquiera sea el signo político de los gobernantes. Los trabajadores, los profesores, los estudiantes y tantos otros, ya no son esclavos ni tributarios de ningún signo político. Menos ahora, que ese espectro está cruzado de contradicciones y que se puede hablar cada vez menos de las identidades que marcaron la guerra fría.

Pero, tal como los gremios patronales, gústeles o no el signo político de un gobierno, siempre tendrán que colaborar y trabajar con él, lo mismo les pasa a los gremios sindicales. Nadie quiere comprarse un conflicto gratis con la autoridad.

Tal como hay políticos renovados, tanto de izquierda como de derecha, y que al parecer son la mayoría (sobre todo cuando hablan en FM: en AM la cosa es más peluda), lo mismo pasa con el sindicalismo. Pretender que los trabajadores en bloque perjudiquen a un gobierno de derecha, cuando una parte de ellos votaron por ese gobierno (por eso, justamente, hay gobiernos de derecha: si no, serían todos de izquierda), es un sueño o pesadilla de hace 50 años.

E incluso entonces: yo vi la marcha de los mineros de El Teniente contra Allende: los chocos de dinamita estallando en la Alameda. Y al intendente de Santiago reprimiendo a los trabajadores. También vi -de muy niño- las huelgas y la violencia callejera en los gobiernos de Ibáñez y de Frei Montalva. Pampa Irigoin y otros sucesos luctuosos de aquella época. Y no eran gobiernos de derecha precisamente.

Pero lo más importante es que ha pasado el tiempo y todos hemos aprendido: trabajadores, estudiantes, y empresarios. Los métodos de violencia y de represión de los años 50 ó 60 ya no son validados por la sociedad. La violencia es repudiada en el mundo, venga de donde venga. La gente sabe que hay otros caminos para lograr los objetivos de justicia y equidad. Las metodologías violentas del marxismo y del fascismo ya no tienen asidero más que en reductos minoritarios de cada tribu. Igual existen: pero no tienen arraigo ni en la población ni en las elites.

Porque cuando los demonios del populismo y de la violencia se hacen carne en una sociedad, ni los gobiernos de izquierda se salvan. ETA no distingue entre el PSOE o el PP en España. El IRA tampoco perdonó a los gobiernos laboristas. Me imagino que los violentistas mapuches tendrán la misma posición, independientemente de si el presidente fuera Longueira, Frei o ME-O. Incluso hasta con Navarro serían esquivos.

No nos angustiemos. El gobierno militar asustó a una parte de los chilenos, haciéndolos creer que Patricio Aylwin era como Fidel Castro. Tremendo engaño, que tuvo el efecto de dañar la confianza en un gobierno perfectamente civilizado y normal.

Sería fatal que, ahora, la otra parte de la tribu chilena repitiera el numerito de 1988.

* Economista

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