Por Michelle Chapochnick y Claudia Farfán Agosto 29, 2009

© Felipe González P.

Esta vez, Eduardo Frei no pudo apoyar a Pablo Halpern con su silencio, como muchas veces ocurrió en los momentos más tensos de la actual campaña. El lunes pasado, el candidato rompió una regla que se había autoimpuesto durante 20 años y corrigió en público a su principal asesor, quien el viernes en una entrevista al podcast Mediápolis, le declaró la guerra a los presidentes de los partidos de la Concertación.

Halpern dijo entonces que la fotografía que se tomó Frei con los cuatro timoneles oficialistas era "letal" para la candidatura. Y que significaba ir "dos pasos para adelante y tres pasos para atrás".

A su pesar, según dicen en el comando, Frei tuvo que reaccionar frente a la ira de los partidos. Fue escueto: afirmó que los asesores comunicacionales no estaban ahí para hacer declaraciones. Era la noche del lunes y varios en la sede de Bilbao celebraban en su fuero íntimo la posibilidad de que el reinado de Halpern llegara a su fin.

Pero se equivocaban. Horas más tarde, dice un testigo de la conversación, fue el propio Frei quien dio por superado el impasse e  invitó a Halpern a sumarse a su gira a Puerto Montt. Como muchas otras veces, el candidato y su asesor no dejaron que una crisis enturbiara una relación incondicional que ya lleva más de dos décadas.

¿Por qué Frei confía en Halpern? Desde su candidatura senatorial, en 1989, mantienen una relación aceitada y férrea. Hay que remontarse a la historia para responder esa pregunta.

La primera osadía de Pablo

La personalidad del egresado del Grange dejó mudo al propio Eduardo Frei un día de mayo de 1989. Era la primera vez que el entonces candidato a parlamentario veía a Pablo Halpern, un joven de 29 años, desconocido en el mundo político chileno, que recién había regresado desde Estados Unidos después de cursar un doctorado.

Ante la presencia de los DC Ignacio Walker y Genaro Arriagada, el estratega comunicacional exhibió ante Frei, con la soberbia que muchos critican en él, su conocimiento de la política norteamericana y su visión de lo que debía ser una campaña parlamentaria moderna. En síntesis, el expertise fresco que le había dado su estada en Pennsylvania.

Cuando terminó su exposición, Frei mantuvo su característico silencio y se retiró de la reunión sin hacer comentarios. Halpern pensó que la osadía de marcar territorio frente al hijo de un ex presidente había fracasado. Pero al día siguiente, lo llamaron  para decirle lo contrario: el candidato quería integrarlo a su campaña como asesor de comunicaciones.

"Lo que llamó la atención a Frei no sólo fue su capacidad intelectual, sino también la independencia que evidenció en sus juicios y también su trayectoria como  profesional de Cieplan sin vínculos con el mundo partidario", recuerda un testigo de ese encuentro.

Ésta fue la primera conexión entre dos personajes que tenían mucho en común, pese a la diferencia de edad. Además de compartir el pragmatismo y el perfil técnico, también desconfiaban del mundo político en el que daban sus primeros pasos. Halpern era una suerte de álter ego del futuro presidente.

La sombra de un candidato

Es 1993. En el comando presidencial de Eduardo Frei todos se sorprendieron con lo que vieron  en televisión: su candidato aparece lustrándose los zapatos, tal como lo haría un ciudadano común y corriente, en medio de una concurrida calle de Santiago.

La imagen los desconcertó. Era una estrategia comunicacional impensada para esos años: un aspirante a presidente en esa actitud. Más aún: un personaje como Frei, retraído, parco y tímido.

Las miradas apuntaron entonces al jefe de comunicaciones de la campaña, Carlos Figueroa. Pero erraban el foco porque el artífice de esa performance fue Halpern. En medio de las críticas internas que generó esta situación, muchos se percataron de que el joven rubio de pelo largo, que ni siquiera tenía oficina en la sede central del comando, había logrado una insospechada influencia sobre el candidato presidencial.

Hasta entonces, el ascendiente del asesor no era muy perceptible, porque trabajaba en forma personal y reservada con el futuro mandatario. Lo que sí notó el entorno más cercano de Frei -como el propio Figueroa y Edmundo Pérez Yoma- fue que a Halpern no le agradaba que hubiese intermediarios entre él y el candidato.

Un ex colaborador de Frei dice que a este último le acomodaba esa forma de relacionarse porque Halpern ya se había ganado toda su confianza. Era el consejero incondicional. "Halpern era el asesor ideal para un  hombre que concentraba el poder. Sólo tenía lealtad con el senador y no mostraba aspiraciones políticas. Más aún, en forma frecuente le recordaba al candidato la cautela que debía tener frente a quienes pertenecían a los partidos de la Concertación", señala.

De acuerdo a este testigo, en ese punto se producía una sintonía fina entre ambos, porque Frei sentía que los dirigentes políticos oficialistas miraban su ascenso como resultado del apellido que llevaba y, por tanto, no lograba confiar en ellos, como sí podía hacerlo en Halpern, quien ad portas de la elección presidencial de 1994 ya se había convertido en su sombra.

Guardián de la imagen

Como director de Comunicaciones del gobierno, Halpern extremó al máximo su celo por cuidar la imagen presidencial de Frei. A toda costa. Para algunos se equivocó en su estrategia, pues lo aisló tanto de los problemas país que finalmente sus logros se hicieron poco perceptibles para la opinión pública. 

No obstante, el mandatario creía casi ciegamente en él y lo dejaba actuar con total libertad.

En TVN todavía recuerdan las órdenes que daba el consejero en su impositivo tono a los directores de algunos programas donde el principal entrevistado era el presidente. En cierta oportunidad, llegó de improviso a un set de televisión y, al ver que el ángulo de perfil de Frei que aparecía en los monitores no lo favorecía, exigió en forma autoritaria: "Muevan esa cámara de ahí". En cuestión de segundos, su petición fue atendida por el director de turno, ante la sorpresa del equipo. Aún no se reponían del impacto, cuando Halpern, alertado de que Frei tenía abierto el micrófono durante la emisión de los comerciales, instruyó de una esquina a otra al jefe de Estado para que tuviese cuidado con sus palabras, las cuales eran muy coloquiales para su investidura.

¿Por qué Frei confía en Halpern?

También es recordado por cómo cortaba los micrófonos después de las conferencias de prensa presidenciales en La Moneda, para evitar las preguntas de los reporteros. Frei parecía encapsulado.

Ése era el terreno donde Halpern no tenía contrapesos, a diferencia de lo que ocurría en otras esferas de gobierno. Un ministro de la época asegura que el asesor comunicacional no entraba a las reuniones del gabinete político de La Moneda y que, en general, no tenía buena llegada con los secretarios de Estado. Su modo arrogante y falta de tacto político, según dicen, despertaba antipatía en el palacio de gobierno.   

Su ascendiente fue sólo a través del propio Frei. A él sí que le interesaba escuchar su opinión personal en temas relevantes. Fue la época de esplendor del estratega. Como pocos, entraba a la residencia particular del presidente para compartir con su familia y participaba en las celebraciones de los Frei-Larraechea en Cerro Castillo.   

Pero su habilidad para permanecer en las sombras sufrió un severo golpe cuando estalló el escándalo político conocido como la "troika judía". En 1997, el ministro de Defensa, Edmundo Pérez Yoma, fue responsabilizado de comentar que el gerente general de Corfo, Eduardo Bitrán; el subsecretario general de la Presidencia, Jorge Rosenblut; y el propio Halpern, constituían un grupo de poder "judío y peligroso" dentro del gobierno.

Finalmente, los tres aludidos vieron mermada su influencia debido a que los acusaron de haber utilizado ese episodio para debilitar al secretario de Estado.

Rosenblut y Bitrán renunciaron poco tiempo después. Sin embargo,  el ex alumno del Grange sólo se retiró a una segunda línea, bajo el alero protector del jefe de Estado. Pero la relación entre ambos se enfriaría por largo tiempo, al punto que un año y medio después, el director de Comunicaciones dejó su cargo por petición del mandatario. ¿La razón?: su falta de sintonía con el gabinete de entonces.

Lealtad y olfato ganador

"Si hay algo que distingue a Pablo Halpern es su olfato para identificar a los ganadores", dice un ex ministro concertacionista, quien agrega que eso lo llevó a trabajar con Frei cuando todavía era un político inexperto y, más tarde, lo impulsó a sumarse tempranamente a la campaña de Michelle Bachelet. 

Con la llegada de Halpern al comando, Frei se volvió más invisible. De hecho, él es de los pocos que hablan a diario, en persona o por teléfono, con el candidato y ha intentado con más éxito que fracaso convertirse en un intermediario indispensable para el senador.

Si bien Frei intentó entrar a la carrera presidencial del 2005, no tuvo éxito. La actual mandataria arrasaba en las encuestas y los ímpetus del ex presidente no encontraron eco, ni siquiera dentro de sus más cercanos colaboradores. Es más: en público, su otrora círculo de hierro -Carlos Figueroa, Genaro Arriagada, Edmundo Pérez Yoma y Raúl Troncoso- lo desahució políticamente en una entrevista de El Mercurio.

Halpern tomó otro camino. Al sumarse a la campaña de Bachelet, lo primero que hizo fue informarle de su decisión a su antiguo jefe de La Moneda. Frei le dio su venia.

El actual candidato no olvidaría nunca la conducta de sus asesores. Para bien o para mal. De su famoso círculo de hierro nunca más se supo y las relaciones quedaron rotas para siempre. En cambio, a Halpern lo liberó de cualquier deslealtad. 

El nuevo compromiso entre el parlamentario y su consejero se selló en una comida a fines del 2008, cuando el entonces funcionario del BID, radicado en Washington, viajó a Chile para hacer gestiones por la devolución del préstamo de esa institución financiera al Transantiago. Ahí Frei le pidió que lo acompañara en su nueva aventura presidencial. Halpern aceptó de inmediato.

Frei: un antes y un después

El aterrizaje de Halpern en el comando de Bilbao fue un huracán. Desde su llegada muchos hablan de un antes y un después en la campaña. Incluso, señalan que, como en los viejos tiempos en la secretaría de Comunicaciones, él no sólo se apropió de la imagen de Frei, sino que, además, ocupó en los hechos casi todos los espacios de decisión política.

A su regreso, dicen miembros del comando, Frei se volvió más invisible. De hecho, Halpern es de los pocos que hablan a diario en persona o por teléfono con el candidato y ha intentado con más éxito que fracaso convertirse en un intermediario indispensable para el senador.

"Para ello lo ha cooptado mediante un juego sicológico en que genera una sensación de amenaza y desconfianza hacia quienes le rodean", sostiene, desde dentro del comando, un adversario de su gestión.

En sintonía con el ministro de Hacienda, Andrés Velasco, su gran amigo de la época escolar, el estratega facilitó por ejemplo el ingreso del economista Óscar Landerretche a la campaña. De esa manera, dobló la mano al equipo programático Océanos Azules, el grupo con el que ha tenido mayores conflictos.     

Halpern ha sido identificado como el principal responsable de la cuestionada estrategia comunicacional que ha distinguido a la campaña freísta en los últimos meses. También ha promovido la autonomía del candidato. En una entrevista a El Mercurio alabó su nueva independencia: "No tiene y sospecho que no volverá a tener círculos de hierro ni nada por el estilo".

Esta semana fue una de las más duras para Halpern. Sin embargo, frío y pragmático, en el comando saben que es duro de matar. Mucho dirán las encuestas, sobre todo la CEP. Halpern, en privado, comenta que los estados de ánimo en una campaña son pasajeros. Por ahora, Frei sigue confiando en él.

Relacionados