Por Vicente Undurraga Marzo 2, 2018

Por muy larga que sea la lista de útiles, nunca lo será más que la lista de inútiles: esa que cualquier chileno podría elaborar mirando a su alrededor. Pero, claro, esto no es ningún consuelo porque la lista de útiles es apenas uno de los tantos ítems que hacen de marzo el mes más largo y espeso en Chile, ese que deja chatos y empobrecidos a todos –bueno, a casi todos–, partiendo por aquellos que vivieron febrero como si fuese un acabose de mundo y siguiendo por quienes ansiosos esperan abril para ver las primeras lluvias, los primeros cogollos o simplemente el primer fin de semana largo del año. “¿Cuándo se acaba marzo?”, andará preguntando medio mundo pasada la quincena.

"Como sea, este mes no será un marzo cualquiera. Será, por lo pronto, el comienzo de la era Piñera 2.0, lo que ya lo hace un mes muy distinto”.

Es duro marzo. Feo. Aparecen las caras largas y los roces ciudadanos: ayer nomás oí a un desquiciado automovilista gritándole “fíjate por donde andái, feminaziclista” a una distraída pedalera. Pero, sobre todo, marzo es caro hasta el descaro: permisos de circulación, SOAP, partes pendientes, intereses por partes pendientes más multas por morosidad (¡país castigador!), matrículas, inscripciones, uniformes, la ya mencionada lista de útiles, alzas de GES y un largo y desgarrador etcétera al cual habría que sumarle, en el plano anímico, la modorra posvacacional, el tedioso relato veraniego de amigos, colegas y conserjes, el retorno de los aullantes escolares a la locomoción colectiva, la reaparición de los tacos, la consolidación del esmog y el surgimiento en el horizonte de las contribuciones y los primeros romadizos.

Marzo supone el punto de partida del movimiento de Sísifo en que todos estamos inmersos porque así nomás es la cosa, qué se la va a hacer. Es arduo estar otra vez en el inicio, con todo un año por delante pauteado con feriados y eventos fijos: pobres tontos dando vueltas sobre lo mismo, como dice una legendaria poeta. No faltará quien diga que exagero, que este pesimismo es de cartón, que cómo tan depresivo, que me hundo en el vaso medio vacío, que vienen tiempos mejores. Pero simplemente describo hechos y conductas verificables y lo hago con más rigor que departamento de inteligencia policial, lo cual en verdad no es mucho decir.

Como sea, este mes no será un marzo cualquiera. Será, por lo pronto, el comienzo de la era Piñera 2.0, lo que ya lo hace un mes muy distinto porque la derecha, por las buenas, ha gobernado tan poco en nuestra historia reciente que verla aterrizar en buena ley sigue siendo un espectáculo novedoso, sociológicamente atractivo. Aunque hay quienes creen que nada variará mucho: que cambian los payasos pero el circo sigue, como dice el dicho. Lo cierto es que este marzo despega otro Chile: con las piñericosas y el zorronaje de vuelta, sin Nicanor Parra ni Agustín Edwards ni el Divino Anticristo vivos y con Carabineros de Chile, digámoslo, ya no siendo lo que era o lo que cándidamente creíamos que era, sino todo lo contrario.

Alguna vez, años atrás, el Divino Anticristo anunció que se iba de Lastarria por haberse llenado su emblemática calle de “giles huevonísimos”. Pero una reportera lo pilló a los pocos días a la entrada de Lastarria y fue a interrogarlo por la flagrante contradicción en que él y su carro de supermercado incurrían. El Divino fue contundente: Lastarria empieza en la curva, estos primeros 50 metros son la Alameda, dijo. La idea no sólo era y es plausible, sino, como podrá comprobar cualquier asiduo o visitante, ontológicamente cierta. Un cibercafé, una sede de Coopeuch, un centro ginecológico, una repartición judicial, una vieja fuente de soda, un local de juegos de azar, un desbordado contenedor de basura y un marcado olor a orín están en franca sintonía estética con la Alameda, no con el estiloso estilo de Lastarria (más conocida entre sus detractores como el huevonódromo santiaguino). Lo mismo podría decirse del año: enero y febrero fueron parte de 2017; el verdadero 2018 empieza en marzo.

Pero quizá lo peor de este mes sea la invasión de correos, mensajes y llamadas que ofrecen salvarte. Qué intrusión publicitaria: SOAP, planes telefónicos, créditos preaprobados, ampliación de las líneas de crédito, seguros y seguros para asegurar los seguros, incluso anda circulando un aviso de coaching con el lema “Líder-haz-GO!”. Tal cual. Qué desregulación, qué libertinaje para invadir. Hace tiempo, una empresa con la que no tengo relación comercial alguna optó por volver al viejo mensaje de texto para proponerme, una vez al mes, religiosamente, que tome un impresionante beneficio. Desde hace meses, dado que apareció un emoticón que representa una mano con el dedo del medio parado, me dio por responderle eso: una mano con el dedo del medio parado. Llevamos ya muchos intercambios así: propuesta y dedo parado, propuesta y dedo parado. No sé si alguien al otro lado vea mis saludos, pero ya tenemos toda una novela gráfica por entregas, una entrañable relación epistolar. Yo creo que me encariñé. Estoy esperando que me llegue la propuesta este mes. Quizás la acepte.

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