Por Vicente Undurraga // Fotos: Agenciauno Marzo 16, 2018

La más favorecida con el nuevo gobierno será la inmigración. La inmigración de capitales. Y quizás, como quien no quiere la cosa, la inmigración humana. O no, ya se verá. Junto a los capitales extranjeros llegarán capitalistas extranjeros, esa es una verdad más elemental que Yerko Puchento. Pero también vendrán extranjeros de a pie, trabajadores: si hay capital, hay crecimiento y si hay crecimiento, hay más trabajo y si hay trabajo, Chile se volverá aún más atractivo para miles de latinoamericanos necesitados de estabilidad.

El problema, si se intensifica la inmigración, será el trato al amigo cuando es forastero, la reacción de un país siempre a la defensiva. Ya lo decía Benedicto Chuaqui, ese sirio que llegó a Chile a los trece años, en 1908, y que en 1942 publicó unas notables memorias (recién reeditadas por UDP): “Seguramente el instinto que hay en cada ser humano me hizo comprender, mucho antes de conocer el idioma, el sentido despectivo que aquí en Chile se le ha dado a la palabra turco”; no obstante, Chuaqui terminó amando este país, por el cual “daría con gusto la vida”.

"Al 2030 habrá en Chile 1,5 millones de inmigrantes. Es decir, tendremos más extranjeros que democratacristianos. ¡Cómo no va a ser una gran noticia!”.

¿Gobernará ahora el Piñera que en mayo de 2017 dijo “yo no tengo por qué aceptar a cualquier persona que quiera venir a Chile” o el que hoy dice que “Chile debe seguir siendo un país abierto y acogedor con los migrantes que le hacen bien”? ¿Hubo un cambio entre este Piñera y el que bromeó en la tele el año pasado con la dentadura del músico haitiano Givens diciendo que parecía “chocolate con crema chantilly en la boca”? ¿Habrá gente en la coalición gobernante que comulgue con las leseras de Raquel Argandoña, a quien, aunque no milite en la derecha, nadie asociaría con la izquierda, y que dijo hace poco tener “muchos amigos que prefieren contratar haitianos que chilenos, porque son gente que cuida el trabajo, que no pone problemas, no empiezan con el cuento de los sindicatos, no faltan a su trabajo”? ¿Se propiciará ahora un país moderno y abierto o se recrudecerá todo lo endogámico, claustrofílico y abusador que Chile ha ostentado por siglos?

Inmigrantes acá ha habido siempre. Desde quizá qué inca despistado hasta el abate Molina, desde Juan Yarur Lolas hasta Douglas Tompkins, desde María Graham hasta José Daniel Morón, desde Claudio Gay hasta Francini Amaral, desde Andrés Bello hasta Susana Tonda, la argentina que el presidente Piñera puso al mando del Sename. Y esto por nombrar sólo algunos famosillos. Son casos y no procesos migratorios, dirá alguien sensato, y tendrá razón. Pero el punto es que no existió nunca la pureza y en este país menos —menos mal—. Dicho eso, lo que evidentemente ha habido en los últimos años es un incremento migratorio inaudito y variado que sumando y restando le ha mejorado el caracho al país. Hace 25 años no había acá venezolanos, colombianos, peruanos, japoneses, gringos ni europeos; con suerte uno que otro errático estudiante de intercambio. Hoy se ve de todo. Hay, por ejemplo, tanto haitiano entrañable que ya no sólo la persona misma sino también el apodo de Miguel “Negro” Piñera resulta entre antipático y ridículo.

Al 2030 se calcula que habrá en Chile 1,5 millones de inmigrantes. Es decir, tendremos más extranjeros que democratacristianos: ¡cómo no va a ser una gran noticia! No es por caridad o por corrección política que este país debería acoger vecinos. Ni siquiera por devolver la mano que en momentos clave países como México o Venezuela les tendieron a miles de compatriotas, sino porque, sin inmigrantes, Chile se condenaría a una endogamia y una cerrazón que ya hace rato no daban para más. Hoy corre viento fresco por un territorio antes asfixiante. La delincuencia es otra cosa que, por lo demás, empieza por casa.

¿Sería menos incierto el escenario migratorio si hubiera ganado Guillier? ¿Qué pasaría, disculpando la digresión distópica, si hubiera ganado Guillier? ¿Tendríamos Villalobos para rato? ¿Estaría ya el país, como los viejitos, comenzando a decrecer hasta extinguirse? ¿Cundirían las colas? ¿Presidiría Sergio Bitar el Instituto Nacional de la Juventud? Misterio insondable. En materia de inmigración, volviendo al punto, de haber ganado Guillier todo dependería de cuál facción o fracción de la ex Nueva Mayoría comandara las políticas fronterizas. Un Fulvio Rossi, por ejemplo, que hizo campaña senatorial vinculando sin delicadeza las inmigraciones ilegales con la delincuencia, sería más candado que bisagra.

Lo bueno de una política seria de fronteras abiertas es que sirve para entrar y también para salir. Así, quien hoy se sienta muy inquieto con la creciente inmigración puede seguir los saludables pasos de Hernán Büchi, que decidió mandarse a cambiar urgido por la “incerteza jurídica” (sic) sembrada por el gobierno de Bachelet. Es lo propio del mundo globalizado: el desplazamiento. Así, Büchi pasó a ser un inmigrante en Europa (de donde alguna vez provino su familia), del mismo modo en que Betsy Camino lo es hoy en Chile. Es la puerta giratoria de la aldea global. Tiempos mejores.

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