Por Vicente Undurraga // AGENCIAUNO Febrero 9, 2018

A esta altura del partido, la sociedad chilena en su conjunto se halla lo suficientemente madura como para dar un paso razonable respecto a Marcelo Ríos, con ocasión de sus recientes declaraciones, por supuesto, y especialmente tomando en cuenta la creciente tendencia revisionista nacional: desde hoy podríamos dejar de llamarlo el Chino y comenzar a llamarlo, de una buena vez y para siempre, el Chileno Ríos. Porque más que chileno, Ríos es, desde cierta óptica, “muy” chileno.

Dicho con más rigor, se reúnen en su personalidad pública, amplificados, una serie de rasgos y modos altamente característicos de cierto preponderante nuevo tipo de chileno, ese que emerge —y emerger es sin duda el verbo adecuado— en los años noventa y que se consolida en los 2000. De partida, está o estuvo, al menos, en el centro del éxito. Y el éxito es la hostia en la fe carbonera del nuevo chileno. Y el Chino fue un super y merecido ganador. Y famosísimo, claro, lo que seguramente colaboró en diluir de su personaje el factor reflexivo. Segundo, es agrandado. No se amilana, no se achica al medirse para arriba: véaselo si no poniéndose en cierto modo a la altura de Diego Armando Maradona, cuando cualquiera sabe que por excelente y grandioso tenista que haya sido, eso es un despropósito, un saque en falso: lo que cabría, no sé, es que se comparara con Claudio Paul Caniggia o René Higuita.

"En Marcelo Ríos se reúnen en su personalidad pública, amplificados, una serie de rasgos y modos altamente característicos de cierto preponderante nuevo tipo de chileno”.

Como sea, los barros del éxito y del agrandamiento no bastan para moldear al personaje Chileno Ríos. En su figura (él, finalmente, da lo mismo; lo que importa es lo que encarna) confluyen otras características y conductas. El tránsito desde el cómodo apoliticismo de los noventa, que encarnara ejemplarmente con su célebre frase “no estoy ni ahí”, hacia el activismo netamente reaccionario en que se lo vio incurrir en la última elección a favor de Piñera, es muy propio del chileno nuevo, ese que adelanta en los tacos por la berma y se pasa tres pueblos a la hora de discutir o enrostrarles sus diferencias a quienes por alguna razón mira hacia abajo.

La alta ostentación de un bajo sentido común y de una mala educación histórica —otra cosa no puede haber tras su reciente episodio con periodistas— es también un rasgo ostensible del Chino-Chileno que lo vuelven reflejo amplificado de un cierto nuevo tipo de ciudadano de esta larga y angosta faja de tierra, el país-raqueta donde a un ex deportista de éxito se le ocurre convocar a un grupo de periodistas (nada agresivos, dicho sea de paso, más bien todo lo contrario) para decirles, a pito de nada y citando mal los insultos de un grande, que la chupen y la sigan chupando. Maradona dijo su frase —brutal, sin duda, pero al menos efectiva— en el contexto de un duro asedio periodístico del que pretendía escabullirse. Y esa cuña que Ríos fallidamente quiso samplear es parte, mal que mal, de una obra, es decir, de un todo que podríamos llamar la ferocidad o la brutalidad maradoniana, que tiene otros hits, como el “La tenés adentro” que le espetó a un periodista famoso. La emulación plana y carente de gracia de Marcelo Ríos es, por decirlo de algún modo, lo que Coldplay a Radiohead. Además, una cosa: Ríos incurre en una soberbia contradicción performativa al decir: “No hablo con ningún periodista” para de inmediato agregar: “¿Pregunta?”. Revela cuán (mal) planeado tenía lo que en Maradona fue espontáneo y en él más acartonado que teleserie centroamericana de los noventa. Y es que Ríos, sobre todo, tiene del nuevo chileno la creatividad cero trenzada con una agresividad y una soberbia galopantes.

El mejor revés de su carrera, Ríos lo dio fuera de la cancha. Y le acarreó respuestas nacionales e internacionales, de las cuales ha llamado especialmente la atención la del argentino Gastón Gaudio, por las revelaciones que hizo: contó, por ejemplo, que una vez, en medio de un torneo, en un ascensor Ríos rechazó firmarle un autógrafo a una gentil admiradora. “No, los venden en Amazon”, le explicó a Gaudio. Por si fuera poco, al día siguiente de su fallida performance maradoniana, Ríos volvió a dejarse ver y entonces los periodistas lo interrogaron suavemente sobre sus malos modos. Y el ex tenista le dijo a uno: “¿Por qué no te vai a lavar los dientes? Tenís un tufo asqueroso”. La ordinariez y la mala leche cobran así un nuevo alcance.

Ahora bien, al cabo de una semana salió a pedir disculpas públicamente, lo cual desdibujaría en cierto modo buena parte de lo acá dicho. Pero no tanto. No es descartable que haya en ellas una buena dosis de frío cálculo ni que en cualquier momento nos desayune el Chileno con otra salida destemplada y maletera. Porque este modo de ser que encarna es así: oscilante. Como sea, sería bueno que salga a pedir disculpas no sólo a los impasibles periodistas que defenestró, tampoco al gremio reporteril ni mucho menos al país o a esa entelequia llamada la comunidad deportiva, sino sobre todo a Diego Armando Maradona, que ha visto su disruptiva, controvertida y célebre obscenidad rebajada a un nivel elemental.

 

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