Por Vicente Undurraga Diciembre 22, 2017

Como el sexo, pero más, la plata es una cuestión tratada muy bipolarmente en Chile: o se la sobretematiza hasta la agresividad o se la subtematiza hasta la beatería. Se habla de ella hasta por los codos y se la calla hasta el timo.

Que está sobretematizada se ve cada vez que un winner o zorrón o nuevo rico suelta, como quien dice qué calor, frases como “30 palitos me salió el jeep”, “puse la firma y pah, 80 guatones de one por la pasada” o “chhh, pago 500 lucas por la universidad del Caco y lo reprueban”. La ostentación es una patología que tiene que ver con muchas cuestiones incrustadas en el ADN patrio: el sentido extremo de la competencia, la primacía del parecer, la incultura, la posibilidad de ascender socialmente proyectando los logros en pesos obtenidos con ingenio, talento o pillería, qué más da: lo importante es triunfar y crecer y que se vea: que no se note pobreza sino riqueza.

‘Mi madre me dijo que era de mal gusto hablar de plata´, dijo el entonces candidato Sebastián Piñera. Un clásico para tirar la pelota al córner.

Por otro lado, está esa manía nacional que también tiene ribetes patológicos: omitir el tema de la plata en situaciones en donde lo que corresponde es, justamente, referirse de manera explícita a ella. Es un error inconsciente a veces, malintencionado otras (“por si pasa”), que consiste en aplicar en planos equivocados un principio pertinente en otros, como el recato. Un ejemplo fue cuando, en plena campaña, Piñera respondió a una pregunta sobre su patrimonio diciendo: “Mi madre me dijo que era de mal gusto hablar de plata”. En realidad, eso fue más bien el clásico tirarla al córner. Más claro se ve cuando a alguien se le pide un trabajo sin aludir jamás al estipendio, a veces o mitiéndose no sólo el monto sino la existencia misma de un posible pago. La retribución como tema tabú, lo justo como vulgaridad.

Quizás para algunos todo esto suene a realidad lejana, a WTF, pero para esa inmensa cantidad de chilenos que trabaja de forma independiente, como el free lance o el profesor taxi, esto es una realidad casi cotidiana, desgastante y, a veces, denigrante.

Dada la suspicacia que hacia la plata se tiene en el submundo cultural, esto a menudo puede alcanzar el nivel de un flagelo en esa zona de la sociedad. “Pásate una fotito p’al catálogo”, “escríbete una columnita”, “vente a dar una clasecita”; frases así se usan a menudo para calzar a incautos que entre darle o no darle curso a su vocación preferirán decir que sí, aunque a fin de mes las cuentas haya que pagarlas sobreexigiéndose por otros lados, pituteando en ámbitos mucho más descorazonadores que lo que pudiera ser cobrar abierta y claramente por un trabajo bien hecho en el ámbito de los propios talentos o saberes. Los argentinos no dicen “me pagaron tanto”, sino “cobré tanto”.

¿Quiere esto decir que lo gratuito ha de ser erradicado? ¿Qué ha de cobrarse hasta por prestar fuego?

En lo absoluto.

Es justo y necesario el trabajo gratis y colaborativo, el trueque y el hoy-por-ti-mañana-por-mí, pero cada cual sabe a quién le regala su tiempo y su saber, y a quién no. Es cosa de criterio. Un gran poeta chileno no hacía nada gratis si el solicitante podía pagar: si el gásfiter por cada destapada del water me cobra un ojo de la cara —decía—, por qué iba yo a estar recitando gratis como perro que ladra. Y un gran intelectual chileno tiene casi como bandera el visibilizar los desiguales pagos y no-pagos que le hacen por sus colaboraciones,  justamente para romper el círculo vicioso del tabú, del falso pundonor pecuniario: en definitiva, para que no le sigan pegando abajo.

Quizás la razón última de ambos lastres, el hablar mucho y el no hablar nada de plata, no sean sólo la ostentación y la mezquindad, respectivamente, sino un hecho que Quevedo plasmó en un poema inmortal hace cuatro siglos: el “poderoso caballero” que es Don Dinero “da autoridad / al gañán y al jornalero”. Es peligroso, puede producir sublevación. El poeta Germán Carrasco ironizó con eso: “...a estos rotos de mierda / hay que ponerles / monedas de poco valor / al rojo vivo / en el culo / como si fueran juguetes a cuerda: / esa es la única manera /de hacerlos producir”.

Ahora es el turno de un Chile más pujante y triunfante, pero también más ostentoso, ese que –con entusiasmo, con energía, con pachorra– mientras más prosperidad alcance, más agrandado se irá poniendo, vistoso como el reloj del presidente, gritón como su hermano: es la hora del país ganador, del que sí habla de lucas y a mucha honra, una nación más fluorescente que cálida, una república más platona que platónica: el Chile jaguar que de tanto rugir tiende a olvidar que tiene guata de perro, cola de ratón y cabeza de chorlito.

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