Por Jonás Preller Roldán Diciembre 1, 2017

Cada una de las tres coaliciones que quedaron mejor posicionadas tras las elecciones del domingo 19 ha vivido días de alta intensidad.

Sebastián Piñera, junto con Chile Vamos, entró de lleno al proceso de sumar caras nuevas y tender puentes, aparentemente rotos hasta antes de la elección. El más sonado fue el encuentro con Manuel José Ossandón, el mismo que lo obligó a dar un giro en su discurso original de campaña. Ejemplo de esto fue el anuncio de avanzar en la gratuidad de la educación técnico-profesional dejando offside el mantra original de Piñera, que, aludiendo a la responsabilidad fiscal, desechaba medidas de esta naturaleza.

Guillier ha buscado, con éxito acotado, sumar alianzas. La Democracia Cristiana, que vive su propio luto, no ha entregado un apoyo que se traduzca en acción.

La llave, más que nunca, la tiene el Frente Amplio, que, hasta el cierre de esta edición, no se ha cuadrado tras el oficialismo. Los acercamientos han sido casi nulos, mientras que las diferencias programáticas se han incrementado con el correr de los días.

No es claro que el Frente Amplio esté esperando un gesto del candidato. Parece más bien que aún no logran definir cómo se proyectan en el corto plazo, y si serán capaces o no de llevar sus votos a La Moneda.

Esa articulación es la que tiene hoy en suspenso tanto a Piñera como a Guillier. Saben que los 20 puntos de Beatriz Sánchez son los que marcarán la diferencia en la segunda vuelta. La decisión será actuar o, como lo han hecho hasta ahora, tomar palco y ver cómo las coaliciones que marcaron el tránsito de la democracia terminan por deslegitimarse y desaparecer.

Jonás Preller Roldán
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