Por Vicente Undurraga Noviembre 10, 2017

Los corpóreos, esos disfraces cabezones y risueños, se pusieron de moda como alternativa para visibilizar a los candidatos en esta campaña que, regulada ahora por una ley más estricta, no ha podido plagar las calles de palomas, gigantografías y carteles. Hay un dato estremecedor: hoy circulan por ferias libres, esquinas claves y paseos peatonales de Chile más de cincuenta Piñerines, es decir, corpóreos de Piñera. Desde el comando del candidato aseguraron que Piñerín “no habla, pero sí comparte emociones”. Exactamente lo contrario que el modelo real.Como sea, Piñerín (el sobrino bien aseado de Epidemia) carga con un nombre peligroso: apenas había nacido y ya se multiplicaba en redes su parodia: Pillerín. Y Cornetín y otros que acá será mejor callar.

Pero no es Piñera el único que ha optado por replicarse como gremlin hipertrofiado por el territorio patrio. En Vitacura hay peatones que aseguran haberse topado con Orreguín, una paradoja andante pues se trataría de una versión de Claudio Orrego, quien por su dimensión craneal, su sonrisa dentífrica y su cabellera tipo Avatte, ya en sí mismo ha parecido siempre un corpóreo. Para colmo, por esos mismos barrios pulula Nogueirina, el corpóreo de la diputada UDI Claudia Nogueira, que es de una fealdad sideral, a prueba del Halloween más exigente. Si se lo hubieran encomendado a la señora española famosa por reparar el cuadro “Ecce Homo”, habría quedado mejor.

"Desde el comando del candidato aseguraron que Piñerín ‘no habla, pero sí comparte emociones’. Exactamente lo contrario que el modelo real”.

Mención aparte merece el corpóreo del llamado “Rojo” Edwards, el diputado ex RN José Manuel Edwards, que es una cosa que no se puede creer. Véanlo: si ya en la realidad el diputado Rojo resulta poco serio, con su corpóreo uno se ve tentado a reconsiderar la seriedad y el vigor político de Ronny Dance.

Como se ve, es la derecha la que ha apostado fuerte por esta forma expresiva, al punto que cabe hablar de una teletubbización de Chile Vamos. Y si consideramos que los teletubbies son unos monos animados de fines de los 90 que perturbaron a una generación entera con su indisimulada sordidez, el panorama es, por decir lo menos, preocupante. Por eso, celebramos la sabiduría de Alejandro Guillier, que ha decidido trabajar su imagen con incorpóreos, es decir con nada, pues nada representará nunca mejor a la nada misma que la nada misma.

Con siete candidatos y medio (Navarrín) en “carrera”, esta elección calienta menos que microondas chino. Por eso todos los postulantes debieran haber optado por incorpóreos al modo de Guillier, pero como la política a menudo consiste en representar lo contrario de lo que se es, pues Chile se ha llenado de estos megapeluches de sonrisa lavinesca. Menos mal que Kast no ha sacado su corpóreo: sería duro para los niños, que son el futuro de Chile, ver en la calle a un vikingo sin barba vociferando barbaridades en pleno siglo XXI.

Lo bueno es que desaparecerán pronto los corpóreos políticos, tal como lo harán las monedas de uno y cinco pesos, que con emoción despedimos pues durante años las llevamos en el bolsillo perro como verdaderas salvadoras, aunque la desaparición del peso, simbólicamente hablando, puede representar un nuevo alejamiento nacional de la herencia de ese corpóreo pseudoprusiano que fue Pinochet, que reemplazó el escudo por el peso para luego robarse hasta el último (peso).

En política los corpóreos son nuevos, pero la existencia de este tipo de disfraces cabezones data de hace mucho, y en Chile tenemos una larga tradición que cualquier turista podrá comprobar paseándose por un supermercado o por afuera de ópticas, farmacias y locales de completos donde monigotes alusivos a tal o cual producto invitan a consumirlo. Ahora bien, como toda costumbre que se precie, la tradición chilena de los corpóreos ha proyectado una y otra vez su propia ruptura, su desarticulación crítica o irónica: he ahí los monos de Mundo Mágico convertidos en parodias alcoholizadas en el programa televisivo Plan Z; he ahí al pedagógico pájaro Guru-Guru del profesor Rossa devenido en ícono del humor picante bajo el nombre de Tutu Tutu en compañía del profesor Salomón y Kike Morandé, ese corpóreo gritón con máscara permanente. Pero nada se compara con el verdadero cóctel de homenaje, piratería y parodia que conformó por años la recién desarticulada banda K-Chureos, que durante años operó en celebraciones infantiles haciéndose pasar por la pandilla chillona del tío Marcelo de Cachureos. Plagios del Gato Juanito, Epidemia (el tío sucio de Piñerín) y otras pesadillas de nuestra infancia circulaban por el país estafando impunemente. Verlos en la ronda policial que los exhibía como evidencia era como estar ante una cumbre de los corpóreos políticos. Con esa imagen en mente se puede comprender a cabalidad una frase misteriosa que Leonardo da Vinci escribió en sus cuadernos: “De las cosas grandes que entre nosotros se encuentran, el ser de la nada es grandísimo”.

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