Por Javier Rodríguez // Desde Londres // Foto: GettyImages Noviembre 3, 2017

Al llegar a vivir a Londres, hace un par de meses, lo primero que hice fue comprarme un televisor. En días en que en mi país se discutía sobre la existencia y el rol de la televisión pública, a propósito de la crisis que atraviesa TVN, quise ver la BBC, uno de los ejemplos más reiterados para la defensa del canal estatal. ¿Cómo sería llegar a la casa y poner la BBC? Tomar once viendo a Benedict Cumberbatch protagonizando una serie adaptada de una novela de Ian McEwan; desayunar escuchando los debates del servicio mundial de la BBC. Sonaba idílico. Pero había un problema: para acceder a la televisión abierta, hay que pagar un impuesto de 120 libras al año, poco más de $100 mil. En una ciudad con uno de los promedios de arriendo de vivienda más caros del mundo, que tiene gentrificada cada esquina, donde todos los extranjeros andan tiritones con la pérdida de sus beneficios sociales por el brexit, es un monto considerable.

¿Es la BBC, entonces, el modelo de televisión pública? Los estudiantes no pueden pagarla, aunque el inglés medio la defiende con uñas y dientes. Hace algunas semanas asistí a un debate sobre la cobertura internacional del canal, y un hombre de unos 60 años alegó sobre la parcialidad con la que cubren el conflicto palestino-israelí. Él, judío, encontraba que no existía empatía con su lado. Las miradas desaprobatorias de la audiencia fueron inmediatas. Terminó yéndose de la sala.

Acá no es políticamente correcto criticar a la BBC.

No hay que ser ciego: es un servicio estupendo. La BBC opera varias señales, donde la más vista y parecida a TVN es One. Su oferta es general, pero debe mantener valores de servicio público establecidos. Su parrilla está ocupada, principalmente, por documentales, noticieros y programas de entretenimiento (de aquí han salido especiales de Monty Python y Doctor Who, por ejemplo). Debo aclarar, sí, que veía más la BBC en Chile que acá. Es que ni la página de internet me atrevo a abrir: un chileno me contó que veía los programas en internet y que un día llegó un tipo de proporciones considerables —acá en Londres, los chilenos somos como hobbits— a cobrarle una multa de casi mil euros por no haber pagado el impuesto correspondiente.

"La BBC es parte de la identidad país del Reino Unido. Es parte del discurso inglés, de su marketing. ¿Pasa lo mismo con el canal de “todos los chilenos”? ¿Es realmente de todos los chilenos?”.

Tampoco es el bastión de progresismo que comunica ser: hoy por hoy, diez de sus más importantes rostros femeninos consideran demandar a la estación en el caso de no resolver, en el corto plazo, la brecha de género respecto a los sueldos.

Aparte de eso, la BBC es parte de la identidad país del Reino Unido. Así como la Reina aparece en todos los billetes, el canal está sintonizado en los bancos, museos y en todos los servicios públicos. Es parte del discurso inglés, de su marketing. Y los británicos lo asumen como tal. A pesar de los modelos de negocio, de si pueden sintonizarla en sus propias casas, la sienten suya. Hay un discurso colectivo, un acuerdo tácito. Para el mundo, la BBC es intrínsecamente inglesa. ¿Pasa lo mismo con el canal de “todos los chilenos”? ¿Es realmente de todos los chilenos? ¿Su programación está en sintonía con lo que pasa hoy en el país? Salvo algunas excepciones —La Colombiana, por ejemplo, o Ramona—, se ve una estación desconectada de la realidad. Y satanizar al mercado no es la opción; los mismos que hoy defienden el canal son los que plantearon su actual estructura de financiamiento público-privada, que en estos momentos hace agua por todos lados.

¿Qué es lo público? La discusión, en la que los rectores de las universidades chilenas aún no logran ponerse de acuerdo, llegó a la pantalla.

La crisis de TVN ha dado para una polarización extrema, que se entiende en un contexto de elecciones. Mientras algunos defienden la nostalgia, sin capacidad para criticar la pobrísima parrilla que presenta el canal, otros definen televisión pública como sinónimo de Telesur, el canal venezolano. Es ese grupo al que todo lo público le aterra, para el que los impuestos son sinónimo de lepra.

El debate, entonces, se convierte en un diálogo de sordos. De eslóganes.

¿Qué es la televisión pública? ¿Es necesario tenerla? ¿Pagaría usted, ilustrado lector, al canal cien mil pesos al año para seguir viendo Moisés o Los Milagros de Jesús cada noche? ¿No debería un canal público omitir los contenidos religiosos?

La BBC, finalmente, funciona tal como un servicio de televisión por cable, o de streaming, con la diferencia que tiene marcos valóricos que permiten que su audiencia sepa por lo que está pagando y tenga cierta sensación de control. La sienten suya, es motivo de orgullo. Si a Chile en el exterior se le reconoce por Alexis Sánchez y sus vinos, al Reino Unido se lo relaciona inmediatamente con la BBC.

Si quienes crearon TVN como es hoy sufren una crisis de identidad, una de sus últimas herencias también lo hace. ¿Por qué TVN no puede replantearse su forma de existir? ¿Tiene un rol hoy TVN? ¿Importa TVN, como bien se preguntó Óscar Contardo el domingo en La Tercera?

Aventuro una respuesta: puede importar. Con correcciones, puede volver a tener ese sitial. Pero TVN, como está hoy, no tiene razón de ser. Televisión pública y de calidad ahora parece ser el eslogan. Primero, hay que convenir qué es la televisión pública. ¿Un órgano del gobierno? ¿Un canal independiente que entregue contenidos pluralistas para todos? ¿Sólo para los que quieran/puedan pagar?

Contestadas esas preguntas, la gente podría elegir. Ir más allá del activismo de pantalla touch, sacar el digipass. Los que puedan; porque acá en Inglaterra, la televisión pública es un lujo que no todos podemos darnos.

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