Por Alberto Fuguet// Escritor // Foto: GettyImages Octubre 6, 2017

Mueren de a tres, dicen. En una semana. Así es el  morbo de los obituarios. Pero en un mes y medio han muerto tres figuras claves de lo americano. Artistas tan intensamente locales, pero no por eso universales, que no logran incluso ser exportables. Quizás por la capacidad sintética de sus letras, por su potencia lírica callejera, eran mucho menos populares afuera que adentro. Los tres tenían algo vaquero, algo errante, los tres eran quizás demasiado libres para agarrar. Eran genios en su capacidad de entender la poética de América, esa que fusiona el desierto y el mito del Oeste con los strip malls, las hamburgueserías de noche, la poética urbana encriptada por Edward Hopper: Sam Shepard, poeta y dramaturgo y actor; Harry Dean Stanton, el Travis de París, Texas, el actor secundario eterno, el personaje secundario que se roba la película; y ahora Tom Petty, un roquero de pelo rubio y liso, pero no por eso menos white trash (tal como lo declaraba él mismo). Surgido desde los pantanos de la ciudad universitaria de Gainesville, Florida, Tom Petty se crió escuchando rock y perdió la cabeza al ver a los Beatles en la tele y el día que Elvis Presley llegó a su ciudad a filmar una película.

Yo siempre amé y conecté con los temas de Petty.

Me abrió un mundo: la poética de lo suburbano.

Escribí un cuento (“Más estrellas que en el cielo”) donde, cada tanto, aparecen trozos de sus letras como ecos que anclan al narrador errante.

Uf, qué buen letrista era. Qué buen escritor y cuentista era.

Ni voy a citar su participación en la gran banda The Traveling Wilburys, una unión de amigos que se juntaron para tocar: Bob Dylan, Roy Orbison, George Harrison y Petty. Pero ellos escribieron “Handle With Care”.

"Nadie escribía letras, armaba cuentos, creaba personajes como Petty. Sólo él entendía las ganas de zafar de los suburbios. Lo hizo, pero en su arte nunca se alejó de sus orígenes”.

Tom Petty, a veces solo, a veces con su banda los Heartbreakers, tenía algo de Sam Shepard y algo de Harry Dean Stanton, y conectaba con el cine, por cierto, e hizo videos notables. Para aquellos que quizás conocen alguno de sus temas, pero no le ponen cara o no se declaran fans, me atrevo a decir que acaba de morir el Raymond Carver del pop.

Nadie escribía letras, armaba cuentos, creaba personajes como Petty.

Sólo él entendía las ganas de zafar de los suburbios.  Lo hizo, pero en su arte —y eso hacía: arte pop— nunca se alejó de sus orígenes. Tom Petty sonó en las radios y él mismo lo dijo en el documental sobre su vida de casi tres horas dirigido por Peter Bogdanovich: “No hay nada como la radio”. Tom Petty hizo álbumes, pero lo suyo eran los singles, incluso aquellos que no rompieron las listas, como esos clásicos“American Girl”, “Runnin´ Down a Dream” y “I Won´t Back Down” (verdadero himno rebelde). En cada tema, en cada letra, se le colaban mitos y conceptos ligados al Oeste, a la libertad real

(no la conceptual) y a las posibilidades de zafar.

En todas hizo lo mismo. En “Learning to Fly” la meta es volar pero como se hace si no se tiene alas. En “Into The Great Wide Open” (con video con Johnny Depp y Faye Dunaway), Petty canta como un chico tatuado que no triunfa en el mundo del rock. Tom Petty entendía a los que no lo lograban. Quizás su obra maestra es “Last Dance with Mary Jane”, la historia de una chica guapa de Indiana cuya madre era aún más guapa que ella, pero que nunca estaba presente. Como todos los personajes de Petty, ella está aburrida de sí misma y de su pueblo.

Tom Petty entendía algo que no todos entienden: que, incluso cuando no se logra el sueño, se puede pasar bien. “Free Fallin´” le dio un espesor a los malls, a las chicas que toman malteadas, a los vampiros que se pintan los ojos, a todos aquellos que viven en la parte no glamorosa de Los Ángeles. Ese tema notable elevó el concepto de caer, pero de caer libre, con estilo, con elegancia.  Fracasar, pero a tu manera. Qué grande.

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