Por Vicente Undurraga // Foto: Agenciauno Septiembre 15, 2017

Si las metáforas se hicieran realidad, muy difícil la tendrían los bomberos porque de un tiempo a esta parte medio Chile dice estar a cada rato “en un incendio”. Ante el menor requerimiento de atención o ayuda, la respuesta salta veloz: “Déjame apagar este incendio y lo veo”. O más cortante aún: “No va a poder ser, tengo un incendio”. Se da en muchos ámbitos, desde el laboral hasta el amistoso. Un incendio es una emergencia que debe ser atendida y controlada con absoluta prioridad, claro, pero el concepto aplicado a cualquier imprevisto, tarea o trámite es una metáfora desproporcionada. Y cuando la declaratoria de fuego se conjuga con esa creciente práctica del habla nacional que consiste en anunciarse siempre en modo-algo, es como para salir corriendo, para aplicar Modo Fuga.

Alguien que dice estar en Modo Incendio lo que está diciendo es: no me encuentro disponible para ti ni para tu necesidad, que al lado de aquello en lo que estoy metido es una nada que me resbala como agua por espalda de pato. En este sentido, el Modo Incendio es muy sintomático del Chile actual. Vivimos atosigados, a medio metro del colapso. Nadie nunca se extravía un lunes, por ejemplo, casi nadie duerme siesta, a nadie le sobra tiempo: se ha dejado la ociosidad totalmente de lado en este país trabajólico. Ahí donde la productividad es ensalzada como una virtud absoluta, como pasa en el Chile emprendedor, su exacto contrario, la improductividad, es vista como una alimaña inmoral. Pero hay algo en el alma chilena que choca con eso. Somos un país con forma de saco de dormir: una capitanía donde abunda el sacador de vuelta, el calienta-silla, el procrastinador, el vagoneta olímpico.

"Estar en modo-algo se ha vuelto, más que un tic hablado, una manera de estar en el mundo. O de no estar, porque el modo-algo excluye los otros modos que un ser humano debe conjugar para desenvolverse en sociedad”.

En los pueblos y ciudades chicas saben más: cierran el comercio de 2 a 4, en algunos incluso de 2 a 5, y ese es tiempo sagrado para almorzar, reposar, dormir siesta, estar con la familia, regar o fornicar. Nada de esto quiere decir que sea deseable que el país se llene de esos que trabajan de calmados, maestros zen de plumavit cuya pasividad irrita por falsa o, al menos, por voluntarista o discursiva. “La calma no significa nada para mí”, dijo alguna vez Violeta Parra, pero claro, sus urgencias se las dictaba ella misma, no el jefe ni el modelo sucio-económico. Y además, era una genia.

Modo Incendio es apenas una de las caras más visibles del modismo. Estar en modo-algo se ha vuelto, más que un tic hablado, una manera (iba a decir un modo) de estar en el mundo. O de no estar, porque el modo-algo excluye los otros modos que un ser humano debe conjugar para desenvolverse en sociedad. Así, por ejemplo, quien trabaje en una universidad y se declare en Modo Admisión no podrá atender, ni de soslayo, el problema de un estudiante, un docente o un administrativo, pues todas sus energías y voluntad estarán puestas en esos futuros alumnos que la casa de estudios pretende captar. Quien, por poner otro ejemplo, esté en Modo Marzo andará estresado, tacaño y apurado, rememorando amargamente el verano mientras rasguña la línea de crédito para llegar a fin de mes. Y qué decir del que anda en Modo Fin de Mes, en Modo Apoderado, en Modo Invierno, en Modo Viernes (“y mi cuerpo lo sabe”), en Modo Indignación. Un caso aparte y digno de estudio son aquellos que viven en Modo Moda. Una mujer que tiene 40, pero se viste como si tuviera 60 y viviera en los años 40, por ejemplo, o el tipo que en el supermercado compra rana y curry y va vestido con chaqueta militar, anteojos tipo Allende, peinado tipo Frei y reloj tipo Piñera.

El origen de esta muletilla está en la función de los teléfonos llamada Modo Avión, que es como si el móvil se tomara un alprazolam de 2 miligramos: queda –y por extensión su propietario– desconectado, funcionando a medias, ensimismado. Pero no todos los modos son de índole negativa. En un buen matrimonio, por ejemplo, es posible escuchar que un invitado se declare en Modo Desate, Modo Perreo, Modo Amnesia o Modo Whisky, todos los cuales implican una misma y feliz cosa: me entrego a la noche y que la mañana me perdone.

Por estos días, sin ir más lejos, la mitad de Chile entrará en Modo 18 y, de la otra mitad, una parte lo capitalizará (fonderos, botilleros, taxistas, lanzas) y otra lo lamentará (como José Antonio Kast) y lo reprochará (José Antonio Kast), aunque quizás secretamente lo anhelará (como José Antonio Kast). Es un gusto ver que el grueso del país se relaja, se desmadra y se entrega, como dijera Enrique Lihn, a ese “ocio increíble del que somos capaces”. Así, y para horror de la Sofofa –que luego podrá oficiar una misa de lamentación en la Enade–, la nación abandona la productividad y entra con espíritu ligero y carnavalesco en Modo Inutilidad y Modo Chupilca. Igual, no está de más recordar las palabras que, en febrero de 1972, en Penco, pronunció el presidente Allende: “Una cosa es tomar en condiciones normales y otra cosa, compañeros, es pegarle a la chupeta hasta quedar poco menos que inconsciente”.

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