Por Marisol García // Periodista y crítica de música // Foto: GettyImages Septiembre 22, 2017

De la contracara entre talento en el canto y fragilidad psíquica se hablaba ya con Billie Holiday, o incluso antes, y no hay cómo sorprenderse ahora, ochenta años más tarde, de la carne narrativa que entrega un éxito musical puesto de pronto en riesgo por trampas mentales. La alerta sostiene incluso todo un apartado en el género de documentales musicales, con estrenos importantes al menos una vez por semestre. El más reciente, Whitney: Can I be me, expone un drama de depresión, drogas y maltratos domésticos más largo que las vocales del estribillo de la canción central de El guardaespaldas. “No es el éxito lo que te cambia —dice ahí Whitney Houston (1963-2012), encantadora y quebrada—: Es la fama”.

El mercado es cruel, la pasarela del pop necesita arquetipos y a una cantante exitosa, el desvarío mental puede afirmarla en su identidad distintiva, como prueba de entrega vital a través del canto. ¿O acaso no era precisamente eso lo que admirábamos en Amy Winehouse y en Janis Joplin? La industria disquera aprendió rápidamente a acoger el dislate de sus fichajes más talentosos como un filo del cual profitar, haciendo de su sintomatología un cliché del exceso y la vulnerabilidad. Pero ni en eso quiere ser obediente Sinead O’Connor. El desbarranco psicológico que la irlandesa despliega en público hace al menos seis años es incómodo de atestiguar porque descoloca esas viejas licencias de trastorno pop. Posteos y videos en Facebook con mucha más información íntima de la necesaria son la entrega regular de quien se volvió inolvidable cantándole a la fragilidad del amor joven, y que hoy encauza, en monólogos desesperados ante la cámara de su computador, el relato del quiebre de sus vínculos de afecto y su incapacidad de autocuidado. El llanto y los anuncios de suicidio se repiten en esos videos sin director al frente ni logo promocional sobrepuesto. Hace poco más de una semana, la cantante de 50 años le dio a un conocido psicólogo televisivo estadounidense (Dr. Phil) su primera entrevista extensa en mucho tiempo. Contó allí que un nuevo diagnóstico la tiene bajo tratamiento por desorden bipolar —había sido tratada por trece años con los remedios equivocados, dijo—, que ya no usará ni responderá a su nombre de pila (“Sinead se dejó morir, y es culpable”), que no quiere volver a pisar Irlanda, aunque allí esté gran parte de su familia; y que, sí, que es verdad que en un año intentó matarse ocho veces.

Al definirse como “sobreviviente de abuso infantil” —un asunto sobre el que ya hablaba cuando explotó “Nothing compares 2U”—, Sinead O’Connor subvierte la norma de un grito musical emitido desde el hastío y las complicaciones de la fama. Su dolor es desesperación auténtica, de torcidas y profundas raíces, como pocas veces la emitió tan destempladamente una estrella de la música. Y así, incluso frente al reguero de tácticas de impacto que se han hecho habituales en la promoción pop, la irlandesa activa otro tipo de alerta.

“Mira a todos los músicos que en el último tiempo se han quitado la vida o tenido sobredosis de droga”, comenta la cantante en la entrevista, probablemente pensando en Chris Cornell. “Necesitamos hablar sobre esto. Ya no quiero seguir en la sombra. Quiero ser una herramienta de enseñanza sobre enfermedad mental”. Otra vez, Sinead O’Connor aborda un tabú.

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