Por Vicente Undurraga // Foto: Latinstock Septiembre 8, 2017

El 2006 tuve el honor de trabajar, a medias con Adán Méndez, en la edición de los Discursos de sobremesa. Escritos en los 90, en ellos Parra desarrolló una estrategia retórica para hacerle frente a la avalancha de premios que se le venían encima. Los discursos marcaron el aterrizaje de la primera persona en la escritura antipoética tras medio siglo de enmascaramientos como el del Cristo de Elqui o el locutor de noticias.

Había que revisar con Parra verso a verso los manuscritos. Si en una hora se avanzaba en quince páginas, en las siguientes dos visitas podía no salirse de una línea. Cuando revisamos el discurso “Happy Birthday”, por ejemplo, nos demoramos en “Explosión demográfica”: “culpables/ el lingam & la yoni/ sí señor:/ extirpación del miembro viril/ es lo que corresponde en estos casos”. Parra lo repetía y se agarraba la cabeza como constatando con espanto que la sobrepoblación mundial terminaría más temprano que tarde con la humanidad, ante lo cual la única solución sería extirparles el miembro viril a todos. Nada menos. “Salgamos mejor a dar un paseo, compadre”, propuso. Caminó hasta la playa, a sus 91, como si tuviera 19. A la vuelta dijo: “Hay que ponerlo en mayúsculas: Extirpación del Miembro Viril”. Sólo las mayúsculas darían con el tono tragicómico de la cuestión. Más adelante, en cambio, la L de “la Moneda” la dejó en baja, pese a que en versos previos iba en mayúscula. “Mejor –dijo–, así parecerá un error”.

"La atención de Parra a Chile es insospechadamente mayor que la que Chile le presta a él. Por eso es que no sólo está a la altura de su leyenda, sino que resiste de pie los 103 años y las sucesivas olas de admiración desatada y de suspicacia enconada”.

Otro día me preguntó: “¿Usted se maneja con la expresión dar jugo?”. Le expliqué que aludía a quien se expone vergonzosamente con un dicho o acción. Horas después interrumpió la edición para ir a comprar empanadas. “Vamos en mi auto”, dijo, “vamos a dar jugo”. Al subirnos a su escarabajo, divisamos una mujer a 200 metros. “¡Es la Diamela!”, dijo, y aceleró hasta llegar a su lado. Casi derrapa. Mientras bajaba la ventana, recordé el artefacto que dice “La Diamela se está desangrando/ Aprovechemos para hacer un video”. Yo suponía que eso había propiciado una distancia, pero lo que siguió fue una gentil conversación. Parra se despidió haciendo el signo de la paz y comenzó un recorrido por Las Cruces a alta velocidad y con excelente ánimo. Al pasar cerca de una escalera que sube desde la playa, me contó que ahí casi lo cogotean “unos flaites”, pero que todo quedó en nada porque cuando le pidieron una moneda, les pasó $10.000: “Desde entonces me respetan y protegen”.

Al volver, nos instalamos en la terraza bajo el sol invernal. De repente, algo en el aire se quebró y el reposo dio paso a una mueca de melancolía. Tras un silencio, Parra señaló una mariposa que revoloteaba: “La Violeta”. Recordé entonces su “Defensa de Violeta Parra”, donde Nicanor se hace la que quizá sea la gran pregunta de la segunda mitad de su larga vida: “Dónde voy a encontrar otra Violeta/ Aunque recorra campos y ciudades/ O me quede sentado en el jardín”. Luego volvió a una mudez que combinaba resignación, tristeza y una irreductible ilusión, como la que aparece en ese mismo poema: “Cántame una canción inolvidable/ Una canción que no termine nunca…/ Álzate en cuerpo y alma del sepulcro/ y haz estallar las piedras con tu voz/ Violeta Parra”.

Ese día perdí el bus y debí alojar ahí. Comimos y tomamos mucho vino. Parra siempre procura que la delantera en materia de vino la lleve el otro, de manera de seguir llevándola él en todos los demás frentes (“Para que los ratones/ No se rían del gato”). Revisando fotos y cuadernos viejos volvió Violeta a la conversación. “¿Usted se maneja con la carta?”. Dije que sabía de su existencia, nomás. “Ah, no, no, no”, dijo, “espéreme aquí” y subió a su pieza, pero no volvió hasta el día siguiente. Esa mañana fue fructífera, revisamos el discurso “Talca, París & Londres” y Parra cambió el verso “somos alérgicos” por “somos asmáticos de jornada completa”. Es probable que el concepto “jornada completa” lo haya tomado de las marchas de los pingüinos de ese 2006. La atención de Parra a Chile es insospechadamente mayor que la que Chile le presta a él. Por eso es que no sólo está a la altura de su leyenda, sino que resiste de pie los 103 años y las sucesivas olas de admiración desatada y de suspicacia enconada. En vez de marearse, Parra escucha, cede la palabra y, si cabe, se la apropia. Como Violeta.

Al mediodía, Rosita, la mujer que trabaja con Parra, anunció que el almuerzo estaba servido. Nervios, angustia, desesperación: eso sentí al ver las prietas con puré. Sería capaz de mascar neumáticos antes que comer prietas. Pero a Parra no se le rechaza la comida. Acompañado por un vaso de vino y una conversación dispersa, el almuerzo consistió para mí en moler, revolver y camuflar la prieta n°1 entre el puré. La situación se volvería de un minuto a otro insostenible. De repente, Parra se volteó para alcanzar la botella y de un manotazo me metí la prieta n°2 al bolsillo del polerón. Tuve la impresión de que, al volverse, Parra miró de reojo mi plato, pero no dijo nada. Suspiré aliviado, me volvió el alma al cuerpo, me interesé vivamente en la conversación (sobre una foto de Fidel y García Márquez en traje de baño). Entonces oí alzarse la voz de uno de los grandes poetas de Occidente:

–Rosita, tráigale otra prieta al invitado.

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