Por Paula Namur Y. Julio 14, 2017

Mientras la noche del 25 de enero gran parte de los chilenos dormían, el poblado de Santa Olga (en la Región del Maule) desapareció bajo las llamas, en medio de uno de los incendios más destructivos que ha registrado Chile en el último siglo y que azotó a tres regiones. Promesas, subsidios, gestiones de distintos organismos y hasta denuncias de falsos damnificados ha habido en estos seis meses, pero los habitantes del desaparecido pueblo de Santa Olga aún no han podido reinstalarse en el lugar que —aunque nació como una toma— solían llamar hogar.

Las reconstrucciones toman tiempo. Eso lo sabemos por los innumerables desastres naturales que han golpeado a este país que muchos insisten en calificar de resiliente. También es cierto que parte de la reconstrucción de las cerca de 500 mil hectáreas afectadas ya está en proceso. Pero lo que preocupa de Santa Olga, y que parece ilógico, es que, teniendo los recursos y las intenciones, la excesiva burocracia sea la que está impidiendo que los habitantes puedan volver a ubicarse en ese lugar. Más inexplicable parece ser que no se pueda distinguir entre una época de catástrofe y una de normalidad, y que esta debilidad normativa sea la causa de la lentitud de los trámites.

Los miles de habitantes que vivían en este poblado están, ya sea en albergues o de allegados, a la espera. Seis meses y contando.

Paula Namur Y.
Editora general
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