Por Vicente Undurraga // Editor literario Julio 7, 2017

Caricaturas hay en todas partes, pero suelen ser de tinta y papel, no de carne, hueso y gomina. A estas alturas, el pastor Soto está muy desacreditado, y no tiene mucho sentido seguir deplorando sus actitudes despreciativas, fóbicas y prepotentes contra los homosexuales. Sería gastar pólvora en gallinazos. Más útil, quizás, sea analizarlo y preguntarse por las circunstancias e instituciones que lo validan: ¿Nadie de las muchas iglesias evangélicas que hay en Chile le ha pedido que no hable tanta cabeza de pescado, que se “dentre”? ¿No hay un Ezzati evangélico dispuesto a esconderlo en un convento? ¿O es que acaso las mediáticas intervenciones del pastor representan y enorgullecen a los evangélicos? En tal caso, hemos de suponer que son sus posturas y no las palabras y gestos con que las expresa lo que hace sentirse representada a la comunidad evangélica. Pero ¿son separables? Toda la bibliografía filosófica, lingüística, sicológica y literaria llevan a pensar que no, que no son disociables forma y contenido, menos en casos tan pedestres. Esta disquisición es para decir una cosa: pastores Soto hay en todas partes.

"No hay un Ezzati evangélico dispuesto a esconderlo (al Pastor Soto) en un convento?”

Soto es apenas uno entre muchos de ese tipo, pero tiene vocación y ocasión televisivas: quiere ir a la tele y de la tele quieren que vaya. Si lo van a invitar, seguro rendiría más en uno de esos realities cachonderos que están de moda o, por qué no, convertido en el “Pastor Poto”, un nuevo personaje que le permita a Kramer seguir mostrando lo mejor de lo nuestro en HD. Lo malo es que de repente estas figuras agarran vuelo y empiezan a tener imitadores y adeptos, y terminan de candidatos a alcalde, a diputado, a presidente. Como sea, el problema no es tanto el pastor como individuo, sino como emblema de un tipo humano que pulula mucho por Chile. ¿Cómo negar que tiene algo de Gaspar Rivas, de Francisco Huaquipán, de Carlos Larraín, de Daniel Farcas, de Patricia Maldonado, de Raúl Hasbún, de Arturo Longton?

Por otra parte, ¿cómo se explica que José Antonio Kast haya elegido al pastor Soto como rostro de su fantasmagórica campaña presidencial? ¿El mismo circo con distinta carpa?

Entre los denuestos preferidos de Soto está “inmundicia”. Lo dice como lamiéndolo, como si le excitase la carga denigratoria de ese vocablo. Dijo que José Miguel Villouta llora “como porrista abofeteada”. ¡De dónde sale esa comparación! ¿Quién y cuándo abofetea porristas? Si lo sabe, ¡que lo denuncie! ¿O acaso estará viendo muchas películas gringas sobre la secundaria? El pastor ha declarado “yo no digo garabatos” y, como si fuera una consecuencia lógica de eso, “yo no insulto”. Pero una y otra vez habla de “manga de…” y de “plaga de...” para referirse a las organizaciones que llevan adelante ideas que él deplora y a quienes, dice, se propone a toda costa “pisotear”. Anda muy descarriado este pastor: quizás sea hora de invitarlo a contar peras al Peral.

Su caso, además, es representativo de ese típico chileno que lee mal, muy literalmente. Para justificar sus camorras, Soto remite una y otra vez a Romanos I, 24-28, pasajes bíblicos que lee con una parcialidad que da calambres: “Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que contaminaron entre sí sus propios cuerpos (…) y dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo cosas nefandas hombres con hombres”. Ya lo dijo un viejo teólogo: Dios es un autor muy mal leído. Por suerte, hoy están empezando a alzar la voz los evangélicos millennials, menores de 30 que han declarado que “Dios es una categoría tan inestable como el propio sexo”.

Mención aparte merece la viralizada comparecencia de Soto en Síganme los buenos, el late show de Julio César Rodríguez, quien lo invitó para subirlo al columpio. Como haciéndose eco de un clamor popular, le dijo: “Usted queda como payaso, huevón, tonto e ignorante, como un imbécil”. Pero la tele es sin llorar. En todo caso, en términos performáticos esa columpiada es la nada misma si se la compara con la forma en que, en ese mismo programa, la novia del Huaso Isla, Gala Caldirola, se metió al bolsillo al propio Julio César. Filtró dos o tres líneas de un audio en que el Huaso Isla le hablaba a su amada con cierta ternura y lascivia, Caldirola dejó pasar unos segundos, y arremetió: “Querido, no estamos en Primer plano, me han llamado de ese programa muchas veces para que me siente a hablar sobre ciertos temas… pagándome; no los voy a hablar aquí… sin cobrar”. Se escuchan unos platillos antes de que uno de los comparsas pegue un grito que la teleaudiencia debe haber hecho suyo: “¡Ahí quedaste, guatón!”. Por la boca muere el pez.

Relacionados