Por Álvaro Bisama // Escritor Julio 7, 2017

Todo sucede a la vez el domingo. Trato de escribir sobre ello para entenderlo. Narrarlo para resolverlo. A veces funciona. A veces, no. Al mediodía, Chile se prepara para la final de la Copa Confederaciones en Rusia, y el Frente Amplio y Chile Vamos tienen primarias presidenciales. Dos partidos simultáneos. O tres, en realidad. La expectación es deportiva pero no política, quizás. Entonces todo explota. Pero la realidad se encarga de sabotearse a sí misma: a esa misma hora un veterinario saca un arma del bolsillo y se pone a disparar en el casino Monticello, a la salida de Santiago. Es Osvaldo Campos y vive en Maipú. Ha salido en la tele un par de veces. Fue expulsado del Colegio de Veterinarios, la internet está llena de denuncias contra él por malas prácticas. Es ludópata y le gustan las armas. Los detalles sobre sus prácticas médicas son tan mezquinos como escabrosos. Campos lleva jugando horas y horas, días incluso. Ha perdido 18 millones de pesos. Entonces algo pasa. El video está ahí y es horroroso. Campos saca la pistola de su bolsillo con una naturalidad pavorosa y luego dispara a quemarropa una y otra vez, un cuerpo cae al suelo. Él huye, sale de escena. Mientras, la tele muestra colas y colas en los locales de votación, que están llenos, colapsados. El Servel ha unido mesas, todo parece colapsar. Todos quieren votar rápido. Chile es un gran asado mental. Aún faltan mesas por constituirse, la mesa de Beatriz Sánchez se niega a que la graben, un vocal no le da la mano a Piñera, Ossandón vota y luego sigue hablando de conspiración. Nos enteramos de un joven que llegó a votar en bicicleta y se tuvo que quedar de vocal. Escuchamos de una pareja a la que le pasó lo mismo y el novio salió arrancando y dejó a la chica sentada en la mesa. Entonces el partido comienza. La selección canta el himno nacional como si escupiera fuego antes de que Chile juegue como lo hace siempre: como una manada de lobos viejos

Los locales de votación comienzan a quedar vacíos. La gente no aguanta la espera. Huye. Entre el Chile de la política y el del fútbol, escogieron el segundo”.

tatuados hasta en el alma, atacando a toda velocidad. El partido anda bien hasta que Marcelo Díaz se equivoca. Sale jugando desde atrás, le quitan la pelota. El arquero chileno no alcanza a reaccionar. Los alemanes meten un gol idiota. Todo se va al diablo. Chile patea contra una pared. No concreta, todos los anhelos se asfixian. Mientras, los locales de votación comienzan a quedar vacíos. La gente no aguantó la espera. Huyó. Entre el Chile de la política y el Chile del fútbol, escogieron el segundo. Se entiende: el debate de Chile Vamos aún ronda en el aire con su carga de estupidez y falta de ideas y, en el Frente Amplio, Beatriz Sánchez ha pedido disculpas porque dijo en una revista que el gobierno de Allende fue totalitario. Pero Chile juega, Chile arde. Se estrella una y otra vez. La puntería falla. La mala suerte está ahí. Todo lo que podía ser felicidad se transforma en frustración. La selección ataca, pero no pasa nada. Ni siquiera el violento codazo de Jara a un alemán puede ser leído como una compensación simbólica. Mientras eso sucede, mientras Chile quema todo lo que tiene, Osvaldo Campos sigue encerrado en el baño, armado. En la TV dicen que están negociando con él sin resultados. Dos son las víctimas fatales. Al croupier muerto se le une una trabajadora del casino, madre de dos hijos. En los locales de votación, la gente mira sus televisores, ahoga los gritos y aprieta los dientes. Entonces el partido comienza a terminar. Los goles perdidos de la historia de nuestro fútbol rondan como fantasmas, acaso un estigma. El árbitro da cinco minutos de alargue. Alexis pierde un gol. Por ahí aparece el administrador de Monticello y dice que no sabe nada. Las cámaras enfocan todo de lejos. Puede que haya un rehén en el baño. Las informaciones son confusas. Entonces el partido termina. Todos lloran. Marcelo Díaz está destrozado. Vemos a Vidal lanzar varias botellas contra el suelo. El entrenador Pizzi abraza a Díaz. Los alemanes celebran, pero es imposible no ver su entusiasmo como algo falso. Las cámaras sólo muestran a los chilenos. Puro drama, puros abrazos silenciosos que terminan cuando el equipo recibe la medalla. Maradona se las pone. Los abraza. Empatiza. Le dice algo a Alexis o a Vidal. Maradona parece venir de otro planeta, él mismo es una máquina del tiempo. A estas alturas las primarias poco importan. En la tele comienzan a mostrar el conteo de votos. Son las cinco de la tarde. En Monticello se confirma que Osvaldo Campos ha muerto. Se inyectó un medicamento para animales. El hombre que estaba en el baño era un trabajador escondido, no un rehén. Aparecen los cuestionamientos al casino: la ausencia de detector de armas, el hecho de que, hace un mes, otro cliente le disparó a un guardia. En la tele, el fútbol comienza a apagarse y lo de Monticello pasa a un segundo plano. Empieza el conteo. Escuchamos la lectura de los votos a viva voz. Vemos a gente pelearse, a apoderados reclamar, a un concejal RN de Ñuñoa al que lo insultan diciéndole millonario. El que grita es un hombre cesante. Todo se vuelve predecible o no tanto. Manuel José Ossandón arrasa en Puente Alto. La votación del Frente Amplio es más baja de lo que esperaban. Piñera arrasa. Votaron un poco más de 1 millón 800 mil personas. Ganan Piñera y Sánchez. Los perdedores reconocen la derrota. Se empieza a hablar del derechazo, de que la votación del Frente Amplio completa fue menor que la de Ossandón. La noche del domingo está hecha de la resaca de las imágenes de los goles perdidos que conviven con los resultados de las primarias. Las imágenes incomprensibles del desastre del casino cierran todo. Coloco una canción de Nine Inch Nails en el computador. “Head like a hole”. No hay buenas noches, sólo la imagen del rostro del asesino sonriendo en alguna red social que genera un inesperado horror.

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