Por Jonás Preller R. Julio 21, 2017

“Sin prisa, pero sin pausa” fue la célebre frase que la presidenta Bachelet lanzó hace más de un año. Sin embargo, esta consigna hoy parece perder sentido.

La mandataria instruyó a sus ministros a acelerar el tranco en la agenda de reformas y conseguir el apoyo parlamentario necesario para su aprobación: apurar al máximo el proceso legislativo.

Que esta semana se hayan aprobado en el Congreso dos de sus proyectos estructurales (educación y aborto) es señal de ello. Aunque todavía queda sortear el paso por el Tribunal Constitucional, es muy probable que la gratuidad al 60% y la interrupción del embarazo por tres causales sean una realidad.

El apuro del gobierno radica en que restan sólo once semanas legislativas antes de la elección presidencial, hito que marca indefectiblemente el fin del gobierno. Por lo mismo, el apuro es mayor.

La administración, ya desafectada de las encuestas y teniendo a la vista un triunfo casi seguro de la oposición, sólo parece estar quemando sus últimos cartuchos, los mismos que han generado un quiebre dentro de su propia coalición de partidos.

Todo gobierno, por definición, quiere trascender, ser recordado, pasar a la historia. El problema radica en que hoy en Chile, esta ansiedad parece chocar con los reales intereses de los ciudadanos, quienes ahora castigan sin contemplación a la Nueva Mayoría y al legado que apuesta a dejar.

Jonás Preller R.
Director

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