Por Patricio Jara // Escritor Julio 7, 2017

La primera carta de rechazo editorial que recibí fue en 2001, un mes después de haber terminado, justamente, mi primera novela. No recuerdo bien qué decía, pero sí el tono impersonal y mecánico, como un informe de urocultivo: dos párrafos y siga participando. Un año después, esa novela tuvo un premio y en la ceremonia de entrega estaba, entre el público, el editor que había firmado aquella carta. Un amigo me contó que al momento de recibir el diploma, este señor le dijo: “Bah, esa novela yo la rechacé”. Después repitió el comentario en el cóctel. No le guardo rencor a aquel editor (hoy difunto), pues al menos leyó el manuscrito y se acordaba. Finalmente, la novela la publicó otra editorial en 2002 y diez años después tuvo una segunda oportunidad, tanto acá como en otros países, a través del mismo sello que él dirigía cuando la rechazó.

Había olvidado por completo esta anécdota hasta leer La biblioteca de los libros rechazados, la reciente novela del francés David Foenkinos, cuyo principal atractivo (y promesa) es mostrar, sin romanticismos, cómo funcionan los motores que mueven a la industria editorial. Es una mirada a las tripas de la maquinaria. Sobre todo en el primer tercio, con historias de éxito y fracaso llenas de tristeza por igual. No es una novela sobre los altos valores de la literatura (por suerte), sino sobre el camino que cruzan aquellas historias que logran llegar a las vitrinas y el de las que se pierden sin remedio.

Todo comienza con el hallazgo que una editora muy joven y matea hace de una novela extraordinaria que acumula polvo en la sección de libros inéditos (y rechazados) en una biblioteca francesa de provincia. Se llama Las últimas horas de una historia de amor y, luego de convencer a toda una fauna de intermediarios, la publica y tiene ventas asombrosas. Es un golazo. Sobre todo por su gancho: el autor, muerto hace unos años, fue un maestro pizzero llamado Henri Pick y escribió el libro en secreto. Luego de ser rechazado para su publicación, lo llevó a esa biblioteca que acoge las historias en las que nadie se ha interesado comercialmente. Foenkinos cuenta la novela de la novela y su crítica es frontal: para ganar en atractivo y ser más fácil de vender, el producto debe tener onda, cuento, estilo, actitud.

Pese a esto, La biblioteca de los libros rechazados está lejos de ser una gran novela. A mitad de camino el autor opta por lo fácil, por jugar para la galería: sacarle provecho al misterio de quién diablos fue Henri Pick, meter personajes como quien llena una micro y dar giros a la trama según dicta la maqueta de la novela comercial. Así, la ironía del comienzo, cameos de autores como Michel Houellebecq y Frédéric Beigbeder incluidos, termina vuelta en su contra. Aunque cumple (y se salva) al poner sobre la mesa un tema relevante (la última opción que tiene una novela que se descarrila). En su caso, hablar de las trampas más miserables del marketing y de la metódica fabricación de un best seller. Ambos aspectos tan fundamentales para quienes se atreven a definir qué diablos significa que un libro sea exitoso.

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