Por Vicente Undurraga // Editor literario // Foto: Latinstock Julio 28, 2017

Si el romanticismo le puso paños fríos a la fe en el progreso y la razón, ¿quién se los pondrá a la devoción por la tecnología que tienen algunos —que en Chile abundan—?

Hace poco recibí una visita que apenas vio mis CD —el más viejo, Help, me lo regalaron en 1992 y todavía suena impecable— se sorprendió y dijo: “Y esos, ¿son de broma?”.

—No, ¿por qué?

—Porque están obsoletos, ya no tienen sentido, fueron superados, no sirven. Absolutamente todo está en la web.

Su postura evidencia dos cosas: la fe que muchos tienen en los avances y las novedades tecnológicas y cierta prepotencia con que la profesan. Son los tecnochilenos que ya andan en un auto 2018 y tendrán el iPhone 8 apenas salga humo blanco en Silicon Valley. ¿Adónde irán tan apurados? Viven en modo moda y siempre profetizan la muerte de algo (del libro, el taxi, la cocina a gas, las llaves, la tele y todo lo análogo). Son devorados por la serpiente tecnológica, en cuyas fauces caen sonrientes y orgullosos, al punto de que pueden ir a una casa y burlarse de eso que, como el CD, no se aviene según ellos con los tiempos. Pero a diferencia del casete, oír CD no es un acto de nostalgia, sino una tecnología perfectamente suficiente que se escucha muy bien, sólo que ya no es la reina de la fiesta como hace diez o veinte años. A diferencia del vinilo, es portátil y sencillo de oír. A diferencia del MP3, Grooveshark y otras plataformas que duraron menos que un candy, los CD se siguen produciendo y vendiendo. Y a diferencia de Spotify o del iPod, el CD toma tiempo: hay que buscarlo (y comprarlo o permutarlo o heredarlo o robarlo, para el caso da igual), llevarlo a la casa y meterlo en un aparato. Ese ritual, que para los voceros de la nanotecnología es un sinsentido anacrónico, establece una relación de atención y de tiempo que cierta música se merece y que la oferta infinita e inmediata de un soporte inmaterial puede muchas veces diluir en la nadería del todo.

"Los adictos a la última chupada del mate hacen funcionar varios nichos de mercado y son el sujeto ideal del neoliberalismo desatado”.

No se trata de quedarse pegado, sino simplemente de considerar suficientes ciertas estaciones de la tecnología. El CD, como el libro impreso o la sala de cine, puede reservarse para aquello a lo que siempre se vuelve: los notables, los favoritos y los clásicos, mientras los soportes inmateriales pueden quedar para lo tentativo y lo efímero. Es una fórmula posible, no la única, por cierto, pero tampoco “es una broma” como creen los devotos hi tech.

Los adictos a la última chupada del mate hacen funcionar varios nichos de mercado y son, de hecho, el sujeto ideal del neoliberalismo desatado. Nadie dice que la tecnología haya que despreciarla (qué absurdo) ni ignorarla (¿sería posible?), pero tampoco hay por qué comportarse como su ansioso feligrés. Es posible y sensato hacer un trato con la tecnología, decidir hasta dónde se la va a dejar entrar en la vida personal: no se trata de impugnar las últimas aplicaciones técnicas, que sin duda son muy buenas y democráticas, pero cada quien sabe qué formatos le acomodan, le gustan, le bastan.

Tal vez la pausa que le hace falta a Chile pueda empezar por ahí: por bajarse un rato del pony de la tecnología. O al menos por tomarle las riendas y conducirlo. Tenía razón Ernst Jünger cuando escribió que “a veces se apodera de nosotros una imaginación tan exuberante que llegamos a creernos capaces de ordeñar el universo con nuestras máquinas”. Paterson, el protagonista de la gran película de Jim Jarmush (que uno puede darse el gusto de ir a ver al cine), no usa celular. Vive en pleno siglo XXI, maneja un bus y su mujer toca guitarra eléctrica, es decir no es ningún ermitaño, ningún Thoreau, pero no usa celular. Y esa decisión marca su vida, feliz y serena. No vendría mal bajarle las revoluciones a este “país ganador”, como llamaba la centroderecha a Chile en su franja del plebiscito de 1988. “Yo no tengo prisa, yo me quiero dar el viaje” es una frase de Daddy Yankee que podría ser el lema de quien se toma el tiempo de poner un CD, de quien prefiere no tener smartphone o no cambiar de auto si el que tiene aún le funciona bien.

35 años cumple ahora el CD, que debutó mundialmente con un álbum de Claudio Arrau interpretando los valses de Chopin (el segundo fue uno de ABBA). Cuando en la televisión le preguntaron por su secreto para estar tan bien a los 80, Arrau dijo: “Es que nunca creo que he resuelto los problemas de la vida definitivamente. Siempre estoy tratando de aprender y de nunca considerar mi desarrollo como terminado”. Sabias palabras del genio de Chillán. No es malo tomar distancia, demorarse un poco. Ir como rebaño glotón detrás de cada nuevo avance tecnológico es como confiar a ciegas en uno mismo, en el mercado, en el Estado o en la palabra de un falso justiciero.

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