Por Daniel Gómez Yianatos, Director de Comunicaciones de Grupo Etcheberry Junio 16, 2017

El grupo musical argentino Les Luthiers acaba de ganar el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, galardón que en su momento también recibieron Umberto Eco, Ryszard Kapuściński, Alain Touraine y Zygmunt Bauman. En el fallo, junto con calificar a esta banda como “uno de los principales comunicadores de la cultura iberoamericana”, se remarcó su original tratamiento del lenguaje, de los instrumentos musicales y de la acción escénica.

Puede resultar llamativa la mención al lenguaje para las nuevas generaciones, que no conocen el humor de estos artistas. Hoy el humor se valora más por el mensaje o su provocación social que por su forma. Nadie ha explotado mejor los modos del lenguaje en clave humorística que Les Luthiers. En esa faceta tuvieron a un aliado excepcional: Roberto Fontanarrosa. El Negro fue el beatle escondido, el director creativo que inspiró algunos de los espectáculos más célebres de la banda.

A pocas semanas de cumplirse diez años de la muerte de Fontanarrosa, este homenaje a sus viejos amigos brinda una excusa para repasar la pasión de este escritor por el lenguaje. Dicen que el hincha más famoso de Rosario Central, más que el Che Guevara o Fito Páez, fue un niño muy tímido. En silencio fue coleccionando anécdotas y cultivando su interés por el cómic. El dibujo sería su primer vehículo de expresión, antes de anclar en la ya mítica revista Hortensia, donde aprendió los secretos del oficio. Terminó a la par de gigantes como Caloi o Quino. Los personajes divertidos y entrañables de sus viñetas, muy distintos entre sí, como Inodoro Pereyra o Boogie, el aceitoso, mostraban un cuidado de las palabras que se diferenciaba de los trazos gruesos a los que solía recurrir en sus cómics, sobre todo con Inodoro. Da la sensación de que ninguna palabra estaba ahí por casualidad, como si cada una tuviera vida propia. Fontanarrosa fue capaz de capitalizar todo el potencial conmovedor del fútbol en sus cuentos. Sus relatos nos confirmaron a toda una generación lo que ya intuíamos en el barrio cuando niños: el fútbol es bastante más que un juego. Tal vez el hecho de verse obligado a dejar tempranamente la cancha, cerca de los 40 años, producto de los dolores que sentía en sus caderas, hizo que retara al canon literario con sus textos futboleros y así, de paso, también desafiar a quienes pudieran dudar del sentimiento de pérdida que le produjo el retiro de las pichangas con sus amigos.

Su amor por el lenguaje lo llevó incluso a hacer una defensa pública de las malas palabras. Y lo hizo ante el rey Juan Carlos de España en el III Congreso de la Lengua que se celebró en Rosario tres años antes de su muerte. En YouTube se puede revisar íntegramente esta intervención, con sello luthier: “La pregunta es por qué son malas las malas palabras, ¿quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras? ¿Son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar? Tienen actitudes reñidas con la moral, obviamente. No sé quién las define como malas palabras. Tal vez al marginarlas las hemos derivado en palabras malas, ¿no es cierto?”.

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