Por Por Evelyn Erlij / Periodista y corresponsal en Europa Junio 2, 2017

Dicen que los diarios viejos sirven para envolver pescado, encender parrillas y acolchar cajas con objetos frágiles. Pero un periódico amarillento, archivado en una biblioteca, suele tener más valor que un libro de historia si se quiere estudiar el pasado. Las noticias antiguas, en otras palabras, son como un diario de adolescencia: las leemos con la vergüenza de recordar lo que alguna vez fuimos. Como cuando se abre un medio chileno de 1974 y se encuentra una nota así: “Blancos y negros: ¿qué raza es más inteligente? De acuerdo a tests de inteligencia se ha establecido que el negro medio tiene quince puntos menos que su homólogo blanco en la escala intelectual”.

Si los medios informan más sobre el vestido de Laetitia Casta en Cannes que del premio histórico a Mejor director de Sofia Coppola es porque muchos, como decía Mae West, siguen amando “la profundidad en las mujeres, pero sólo en sus escotes”.

Esa noticia es tan real como otra, del mismo año, en la que se habla del “crimen de un extraviado sexual” —término de la época para decir “homosexual”—, pero más allá de la anécdota, lo importante de estos ejemplos es que prueban cómo la evolución de la moral ha convertido en tabúes al racismo y la homofobia. Mucho de lo correcto hoy será políticamente incorrecto mañana, y aunque la especulación es un sucedáneo del periodismo serio, no está demás hacer un ejercicio de gimnasia futurista: ¿qué noticias del presente van a parecer aberrantes en un par de décadas más?

La semana pasada, en el Festival de Cannes, se estrenó la película The Beguiled, de Sofia Coppola, una de las tres cineastas en competencia en un evento históricamente masculino. En sus 70 años, sólo una mujer ha ganado la Palma de Oro (Jane Campion, en 1993), un récord que el Oscar tampoco mejora: cuatro realizadoras han sido nominadas a Mejor director en 88 años de historia. La cinta está basada en El seductor, de Thomas P. Cullinan, novela sobre un soldado yanqui herido que, durante la guerra de Secesión, termina en una escuela de niñas sometido a la voluntad de siete mujeres.

En manos de Don Siegel, director de Harry el Sucio —quien adaptó el libro en 1971—, la historia es una suerte de soft porno de terror en la que las protagonistas son rebajadas a animales en celo: sacan garras para cazar al macho y parecen hienas poseídas por lo que en otros tiempos se llamó histeria. Bajo el lente de Coppola, el filme es una fábula sarcástica y sutil de venganza femenina: el soldado es un objeto sexual subyugado al deseo y al poder de sus captoras. No todos apreciaron esa nueva mirada, pero la cinta fue definida por la mayoría de la crítica como “feminista”.

La revista Variety puso en portada a Coppola al lado de su actriz fetiche, Kirsten Dunst, junto al titular “El futuro es femenino”, y en una entrevista con ambas se tocaron temas como cuánto más difícil es para una directora hacer cine (en Hollywood, un 7% de los filmes son hechos por mujeres, y en Europa, un 19%), y cómo cambia el trabajo cuando se tiene hijos. En varios medios que citaron el artículo, la noticia fue: “Kirsten Dunst se negó a adelgazar para la nueva película de Sofia Coppola”. Algo que podría resumirse en el título de una columna de 2012 publicada en Le Monde: “en Cannes las mujeres muestran sus pechos, los hombres sus películas”.

Lo mismo pasó con las charlas Women in Movement organizadas en el festival: Robin Wright contó cómo exigió a los productores de la serie House of Cards que le pagaran lo mismo que a su coprotagonista, Kevin Spacey, y definió feminismo como “igualdad y punto”. En titulares que aparecieron al día siguiente, se leía: “Robin Wright lideró la alfombra roja en turquesa y sin sostén”. Pero la actriz cargó con su culpa y la de sus colegas que se irritan cuando les preguntan por sus vestidos en estos eventos: “Vas ahí a vender. (Las marcas) te hacen un favor y tú les haces uno a ellas al publicitarlas”.

Cannes, los Oscar o cualquier otro festival no son la causa, sino la consecuencia de un problema sociocultural mayor: nos acostumbramos a que el sexo femenino sea reducido a un atuendo o a un lote de estereotipos y comentarios objetivantes. Pero las marchas feministas contra Trump o el movimiento Ni una menos en Sudamérica parecen surtir efecto: el cine, el showbiz y los medios son un espejo de los que somos, y ese reflejo, por fin, nos empieza a parecer feo.

“La ley no castiga los comentarios sexistas salvo si remiten a injurias, a difamación o incitan a la violencia”, se leyó en el diario Libération, uno de los medios galos en los que comenzó un debate tras Cannes. Francia lleva años combatiendo la desigualdad de género en todos sus frentes, desde el salario igualitario hasta la paridad en el gobierno de Emmanuel Macron, pero recién se está discutiendo la creación de sanciones y medidas educativas. En Europa existen muchos estudios sobre los niveles de racismo y homofobia, advierten especialistas en el tema, pero ninguno todavía sobre sexismo.

Si los medios informan más sobre el vestido de Laetitia Casta en Cannes que del premio histórico a Mejor director de Sofia Coppola es porque muchos, como decía Mae West, siguen amando “la profundidad en las mujeres, pero sólo en sus escotes”. En el futuro, cuando abramos diarios viejos, leamos sobre actrices y sintamos la misma vergüenza que nos da hoy la citada nota sobre negros y blancos, recordaremos esa canción de John Lennon, “Woman is the Nigger of the World”: hemos avanzado mucho, sí, pero aún falta para que la mujer de hoy deje de ser el negro de ayer.

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