Por Vicente Undurraga, Editor literario Junio 16, 2017

Hay un prejuicio de clase —y no es el único— según el cual decir papi es lo más ordinario que hay. Lo mismo que decirle hijo a un hijo. De vuelta, llamar al progenitor por su nombre de pila o decirle padre, como se usa entre cierto cuiquerío y cierta clase media pasada de moda, es visto como señal de frialdad. Prejuicios cruzados que entre las nuevas generaciones se diluyen (ya no importa decir guagua o bebé).

Papá, papi, papito, papacito, papucho, viejo, taita. Formas de cariño, variaciones de un mismo amor: el que se le profesa al progenitor. Todo se enrarece, eso sí, cuando cambia el destinatario pero se mantiene el apelativo: ahí la cosa se chileniza. Popularmente se usa mucho decirle papito al hijo y mamita a la hija. Extraña inversión, aunque es afectuosa y está en línea con esa tan arraigada práctica nacional de decir una cosa a través de su contrario, como cuando alguien muy cansado dice tener “un poquito de sueño”. Pero hay un desvío aún más llamativo: decirle papito o mamita a la pareja. El hablante decide resignificar el apelativo de esa figura tan problemática como es el padre o la madre y endosarlo al objeto del deseo. Un freudiano podrá dar más pistas, pero la tesis patológica queda instalada cuando alguien le dice a su amante “qué rico, papi” o “dele así, mamita”.

"Hoy el rol paternal ya no es de aprovisionamiento, sino de repartición de funciones. Por eso, quizá, la baja de la tasa de paternidad”.

Qué aburrido criticar el Día del Padre. La paternidad es una experiencia de alta intensidad, fuente de asombro y alegría constantes, y también de desbordamiento y renuncias tan grandes como gozosas, por lo cual festejarla en un día específico es rico, justo y necesario. A quién le puede desagradar tanto recibir cariño y unos calcetines o un dibujo. Igual de ocioso es lamentarse por el consumismo que reduce a todo padre a un bípedo adicto a la tecnología, el fútbol y la cerveza. Es una fecha pensada desde y para el consumo: criticar eso es como reclamar por el apuro de un jinete en el Derby. Para qué perder tiempo fijándose, por ejemplo, en lo ridículo de una campaña comercial de homenaje al padre cuyo eslogan, “feliz te volvería a elegir”, ignora el meollo del vínculo filial: que no hubo elección alguna del hijo y que, por ende, es imposible que “vuelva” a elegir a su padre. Está mal formulada la frase y punto, dirá alguien, pero hay tanta plata y tanto supuesto creativo en el mundo publicitario que cabe conjeturar que se trata de algo más: ¿un lapsus que delata el tongo?

Hoy el rol paternal ya no es de aprovisionamiento y mera asistencia en las faenas hogareñas, sino de plena repartición de funciones. El patriarcado se derrumba. Por eso, quizá, la baja de la tasa de paternidad. Bueno, por eso y porque criar hijos en Chile es más salado que masticar cochayuyo. Lo positivo es que ya nadie es mirado como el tío raro o la tía amargada si ha decidido pasar por este mundo sin dejar descendencia. Allá ellos, felices dedicándose a lo suyo, a sí mismos, a ver series como locos.

Pero es verdad que todavía hay mucho ultraconservador preocupado de lo que hacen o no los demás. Más que provida, son propadres: se oponen al aborto y a la píldora del día después –si pudieran oponerse a la masturbación, lo harían con el mismo denuedo con que sin duda la practican–. En rigor, tendrían que promover calzoncillos blindados para los hombres en edad fértil. Bien lo hizo ver el filósofo Roberto Torretti en una entrevista del 2008 donde, con ironía, señaló que si la píldora lo que impide es la implantación, y si siempre se ha entendido que la vida nace con la implantación, por definición la píldora no es abortiva; si no se acepta eso, añadió, habría que “proteger los espermios que anda trayendo la gente; si alguien te patea y te mata diez millones de espermios, estaría impidiendo la vida de personas que estaban por nacer”. Y ya que estamos, cómo olvidar la vez que Humberto Giannini, refiriéndose a los garabatos, dijo: “Huevón es muy hermoso”. ¿Por qué? “Porque los testículos significan testigos. Cargan el peso del trabajo, pero no gozan de él, quedan fuera del negocio: esos son los huevones”. Habría que instaurar el día nacional del huevón: potenciaría el comercio y todo Chile rebosaría de hombres contentos, de papitos en potencia.

En todo caso, este ha sido desde siempre un país de padres huidizos: no se salvó ni el mismísimo Bernardo O’Higgins, padre de la patria. Hay un meme que simula el aviso de un estudio de abogados que, sobre la foto de un hombre con un niño en brazos, dice: “En este mes del padre, sorprende a papá con una demanda de alimentos”. Grito y plata sería. Tal vez lo más justo sea reemplazar el Día del Padre por el día del hijo. No del niño, sino del hijo. Todos somos hijos.

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