Por Vicente Undurraga // Editor literario Junio 2, 2017

Vamos a asumir que Fernando Villegas existe y a atender sus palabras del domingo pasado en Tolerancia Cero: “El pueblo mapuche es otra entidad que habría que examinar bien qué significa, pero vamos a asumir que existe”.

Puede uno hacerse, pero en serio, la pregunta que Villegas acota al ámbito del desprecio: ¿Cómo es el pueblo mapuche? ¿Qué particularidades definen su cultura? Es una cuestión amplia cuya respuesta requiere tiempo y espacio, por supuesto, pero puede empezar a contestarse accediendo a algunas manifestaciones de este pueblo. Y hay una sobresaliente circulando ahora: la poesía de Leonel Lienlaf (Alepue, 1969), que acaba de publicar su cuarto libro, Epu Zuam. Desde muy joven, Lienlaf ha urdido un arte verbal que podría describirse, parafraseando a Violeta Parra, como discreto, fino y sencillo. Discreto, porque sin alardes y en sólo cuatro libros ha construido una voz poderosa que da cuenta de una visión de mundo distinta y singular. Fino, porque sus versos logran transmitir, con delicadas imágenes y evocaciones, algunos rasgos esenciales de la cultura mapuche, como la incidencia clave de los sueños en las decisiones vitales, las luchas históricas o el protagonismo shakesperiano del paisaje y la naturaleza en el destino humano (hay en un poema un copihue que aconseja). Y sencillo, porque a través de versos ligeros y templados, Lienlaf  transmite atmósferas densas, cargadas: “Veo / ejércitos de pinos / bailando sobre los restos del estero / y camiones blindados / empolvando las estrellas / de kai kai”.

Lienlaf, que escribe en mapudungún y en castellano, ha sabido proyectar –sin estridencia ni maniqueísmo– una voz que transita desde las cavilaciones de un caminante nocturno al terror de un mapuche a quien los winkas le han amarrado a la cintura la cabeza sangrante de su propio cacique. Esta última imagen es inaugural: es la que abre el libro Se ha despertado el ave de mi corazón, su asombroso y temprano debut de 1989, y es apenas el primer indicio de una voz que por sí sola basta para acallar a quien con ironía gruesa y sesgo bruto niega la existencia de todo un mundo, en vez de apreciarlo o criticarlo en su justa medida, pero con seriedad.

“De ser un pueblo que estaba casi oficialmente desaparecido a comienzos de los noventa, hoy los mapuche muestran una vitalidad que ningún partido político o movimiento tiene en el país”. Si es cierta esta afirmación que Ana Rodríguez y Pablo Vergara deslizan en su lleno de aristas y excelente libro La Frontera. Crónica de La Araucanía rebelde, entonces mejor será abrir la mente y los sentidos y apreciar lo que hay de apreciable en esa cultura: no sólo el merkén sino también, por ejemplo, el canto vivo de Lienlaf y, a través de él, el eco de sus ancestros y compañeros de ruta. Hay un poema incluido en Kogen (2014), su tercer libro, que pareciera haber sido escrito el domingo pasado como carta abierta para un joven mapuche (vamos a asumir que existen) razonablemente irritado tras haber visto Tolerancia Cero: “No prestes atención a esos murmullos / que se agitan una y otra vez / son lejanos lamentos de olvidadas tristezas; / voces putrefactas bajo el agua encantada; / lágrimas ásperas de vertientes mudas”.

En 1994, Villegas probó suerte como vate publicando el poemario Teología para incrédulos. Seguro entonces sabrá apreciar la voz de Lienlaf, que gritando menos, resuena más.

Relacionados