Por Alberto Fuguet, escritor Junio 9, 2017

Hay algo que yo denomino arte urgente. O muy-al-día. Son aquellas obras, de cualquier tipo, desde música a series, películas o novelas, que logran hablar del hoy o, al menos, iluminarlo. Son de prioridad uno; nada de recuerdos o meditaciones sin una suerte de compulsión por captar el ahora o el estado de las cosas antes de que ese tema pase y sea recuerdo. Lo urgente es lo que está por debajo. Es cristalizar un estado de ánimo, unas prácticas, es condensar una cierta forma de ver la vida que uno la reconoce de inmediato. No son oportunistas, esas son otras y son las que miran el pasado inmediato para explotarlo. Lo urgente habla de hoy al mediodía sin darse cuenta. Muchas veces ni siquiera se dan cuenta que están auscultando y palpitando el pulso actual. Pueden parecer desechables porque parecen poco procesadas. Antes les decían pulp; hoy capaz que huelan a Netflix. Por ser tan urgentes estas creaciones logran incluso superar sus posibles falencias y transformarlas en virtudes. Hay mucho arte de este tipo decididamente chanta, pero que aún ése posee un cierto valor por hablarnos del hoy y ayudarnos a comprenderlo. Luego envejecen mal, es cierto, y se vuelven irrelevantes.

Empecé a ver Girlboss, la nueva serie para chicas de Netflix, para descansar mi mente, para no tener que ingresar a Twin Peaks o terminar Designated Survivor o el documental The Keepers, acerca de sacerdotes abusadores. Me dije: es basura light. A veces uno tiene derecho a descansar la mente y solamente mirar, no pensar. Me gustó Por trece razones y opté por repetir el plato. Error. Acá el único suicidio es ser considerado por los otros como un loser; los vacíos emocionales hay que llenarlos con éxito. No tanto para tener dinero, sino para no tener que deberle favores a nadie. Quedé prendado con Girlboss, pero algo alterado y capaz que asqueado con su visión moral. La serie intenta abrazar la causa feminista y millennial, pero al hacer casi las estrangula. Girlboss es urgente pero también es incoherente y eso la hace atractiva. No tiene claro lo que va a contar ni lo que opina de su heroína. ¿Es una arpía o adorable? ¿Puede una arpía ser adorable? Tiene algo refrescante que una chica tenga bolas y sea pura ambición. La serie se inscribe en esas sagas de gente que lo logró pero a su manera. El síndrome My Way. Esto es un nuevo tipo de autoayuda: no hay trizadura emocional que se supera con dinero, éxito y una empresa que resulta. En Wall Street, la cinta yuppie por esencia, Michael Douglas alababa la codicia y Daryl Hannah era un adorno. En Girlboss la chica es el centro y está dispuesta a todo excepto ser empleada. Vivan las pymes.

"Acá el único suicidio es ser considerado por los otros como un loser; los vacíos emocionales hay que llenarlos con éxito”.

Hoy en esta aspiracional/wanna-be al parecer los fracasados —los losers— interesan menos que los que lo lograron. Girlboss es una serie de ficción que intenta narrar de manera liviana y con tonos pastel la vida de una chica perdida en una gran ciudad como San Francisco. Hay una tradición de esta narrativa. Tiene algo de Desayuno en Tiffany’s, aunque la estética de la serie parece tener su matriz y su genética en comedias románticas para chicas tipo El diario de Bridget Jones o en la clásica Ni idea con Alicia Silverstone. Pero Girlboss posee una gran diferencia millennial que es decisiva: el chico no es tan importante, ni menos es la meta.

El príncipe azul, la vieja meta de toda comedia romántica, es un accesorio. La nueva chica moderna desea ser su propia jefa. Décadas atrás Cyndi Lauper escandalizó al dejar claro que las chicas sólo deseaban have fun; quizás terminó ganando la moral Madonna y La chica material. Sophia desea ser más virtual que material eso sí. Más que el dinero en sí, lo que aspira es ser el árbitro de la moda y transformarse en una suerte de mejor amiga virtual a través de vender ropa vintage que calme la ansiedad de sus contemporáneas.

Girlboss es la versión femenina de La red social, la obra maestra de David Fincher, aunque esta no tiene su espesor. Pero la apuesta por filmar con tonos rosados un mundo tan oscuro es respetable y jugada. Esta serie es más liviana, con más luz, pero devela un ser oscuro e intenso que es Sophia Amuroso. Una chica sin filtro. Si uno no supiera el final, creería que terminará saltando del Golden Gate embriagada en Prozac, pero estamos en otra era.

Si no fuera algo que sucedió, costaría creerlo.

Esta serie para chicas (con guiños LGBT con RuPaul sin disfraz como un inspector de aeropuerto) está basada en unas memorias que fueron reseñada más en Forbes que en Harper’s. El libro cuenta cómo Sophia Amuroso logró triunfar con un negocio web de ropa vinatage para mujeres: Nasty Gal. Se hizo rica, claro. Su libro es tan ultra-millennial que se llama #GirlBoss. La serie desechó el hashtag, pero goza con la idea de una chica que pasa de ser un cero a la izquierda a ir, poco a poco, triunfando con un negocio propio. Y virtual, además. Abrir una boutique sería tan noventas. La protagonista parte insultando al sistema y al capitalismo, pero al final lo que realmente quiere es ser parte de él y hasta alterarlo. Su novio guapillo queda como tonturrón que sólo desea vivir el momento. Sophia desprecia que Shane desee ser un mánager de rockeros desconocidos. La protagonista de Girlboss quiere ser su propia jefa, no tener oficina, que nadie la mande (pero sí mandar) y tiene como referente el personaje de Melanie Griffith en la ochentera, pero con una diferencia clave: sin oficina y sin vestirse con look corporativo. El diablo viste de Prada escribió una chica una vez al no tolerar a su jefa. Erró. El diablo al parecer hoy viste ropa usada y al no querer que lo manden termina mandando al mundo.

Girlboss es la serie más aterradora de la temporada.

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