Por Álvaro Bisama / Escritor Mayo 26, 2017

A veces pienso que estamos en los 80. Hay algo parecido. Cierta sensación de amenaza en el aire, cierto tono apocalíptico que se cuela a diario en las conversaciones, como si las cosas estuviesen todos los días y por un segundo al borde del desastre total.

Me imagino que no soy el único que capta ese zeitgeist de película de ciencia ficción barata hecha de acontecimientos imposibles que suceden a diario. Basta ver las noticias, que parecen sacadas de alguna película de Paul Verhoeven o de un cómic de Frank Miller, ambos artistas expertos en usar las paradojas de la utraviolencia para describir ciertos movimientos de la sociedad. No creo que exagere al mencionarlos a ambos. Películas como Robocop o Total recall y cómics como El caballero de la noche regresa o Give Me Liberty hacen un uso interminable y provechoso de los noticieros, reportajes periodísticos y programas de debate como telón de fondo de lo que relatan. Las historias centrales están ahí (las vidas un policía cíborg, un agente doble de Marte, un Batman terminal o una soldado de la III Guerra Mundial) acompañadas de todas esas notas sobre la vida cotidiana del futuro que se colaban como telón de fondo a lo que veíamos o leíamos por medio de pantallazos de televisores prendidos de modo perpetuo.

Kike Morandé, Cecilia Pérez, Checho Hirane, Marco Enríquez-Ominami, Alberto Mayol, Alejandro Guillier: todos parecen personajes de una película de los 80”.

Son las noticias de esos presentes falsos donde hay crisis económicas, campañas políticas, guerras lejanas, escándalos sexuales. A Miller y Verhoeven les encantaba meterlas, haciendo que en esas cintas o en esos cómics uno se sometiese a la locura hiperreal con la que sus creadores estaban representando el mundo en el que les tocaba vivir. Por supuesto, eran una broma, sátiras que jugaban con los hechos hasta volverlos imposibles e irreales, pero que aun así se constituían como comentarios descarnados sobre el presente de ciudades como Detroit o Nueva York, sobre el funcionamiento de las megacorporaciones, sobre la estupidez de los discursos nacionalistas del gobierno de Reagan y del pánico a la diferencia.

Que Verhoeven y Miller se solazaran con aquella estética, buscando en el shock cierta clase de belleza violenta y vulgar, sólo volvía más ambigua su lectura, pero no quitaba el hecho de que quien se acercase a esas obras estaba sometido a la intensidad de ese noticiario crónico, salido de un mundo imposible que prefiguraba nuestro presente.

No creo exagerar. Hay días en que es imposible no sentirse parte de una de esas ficciones, pensarse a uno mismo avanzando en el decorado de una obra de ciencia ficción barata de los 80, con todo el horror o la comedia cruel que eso implica. Pienso en eso al ver a Kike Morandé en el Consejo Ciudadano de Piñera, al lado de Marcelo Zunino, un futbolista devenido a la vez en participante de un reality y en concejal de RN por La Florida. O en la resurrección mediática de Checho Hirane y Alberto Plaza. O el deseo de Cecilia Pérez de sacar una semana del aire a Canal 13 porque Yerko Puchento se mofó de ella en su rutina. Pienso en eso al ver cualquier noticia del PS. O la conversación entre Tomás Mosciatti y Marco Enríquez-Ominami (algo podría estar en cualquiera de las viejas de RoboCop; otra esquirla robada a la CNN de los 80; dos voces superpuestas sin punto de encuentro, ME-O pensando en Mosciatti como un prueba de blancura que es incapaz de pasar). Pienso en eso al ver a Alberto Mayol en campaña (hay algo ahí interesante, un relato sobre una caída sorda: cómo el viejo analista del 2011 carga con la mochila de sus propias palabras, cómo desaparece cualquier elocuencia, cómo se convierte la claridad de un discurso en un laberinto que lo asfixia y lo ahoga, dejándolo sin nada que decir, paralizado frente a Felipe Kast, que le respondió de forma artera con una falacia ad hominem de manual, a la deriva frente a Beatriz Sánchez; hundido en una primaria que lo desborda).

O en la languidez en la que parece haberse sumergido la candidatura de Alejandro Guillier, donde nadie, ni sus adherentes o él mismo, parece creer en ella; todos lucen entregados, avanzando en círculos, peleando minucias con los partidos políticos, sin un comando de rostros definidos o potentes; atrapados en la promesa de un triunfo que no sólo se ve cada vez más lejos, sino que también ha perdido sentido como aventura, como épica.

Todas estas imágenes podrían estar en esas viejas películas e historietas. Fragmentos de un mundo en crisis. Voces sin sentido, discursos inverosímiles proyectados en una pantalla dentro de la pantalla, en una viñeta dentro de una viñeta en medio de la historia sobre cómo un policía robot y un vigilante vestido de cuero salen armados a cazar delincuentes en calles sin luz o fábricas vacías mientras esperan que una bomba atómica caiga sobre ellos. Pero son imágenes reales. Es lo que hay, los apuntes de esta semana, de estos días; las noticias falsas de un mundo verdadero o al revés; las noticias verdaderas de un mundo falso.

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