Por Jonás Preller Roldán Mayo 12, 2017

Mientras el mundo celebraba el “triunfo de la democracia” en Francia, sonaba el Himno a la alegría, y la fachada del Louvre con un joven Macron jurando proteger la libertad del pueblo era la imagen de base de cualquier noticiero, a miles de kilómetros de distancia se vive —desde hace años— una de las crisis humanitarias más complejas que recuerde el mundo.

Es cierto, no estamos hablando de represiones con caracteres genocidas, como en Medio Oriente, ni barcazas llenas de inmigrantes hundiéndose en el Mediterráneo, pero no por eso el drama pierde relevancia. No por eso Venezuela no es un problema para un mundo que la mira con distancia e indolencia.

En los últimos treinta días, Venezuela ha sido el escenario de cerca de 1.000 protestas que han dejado un saldo de casi 50 muertes, todas a manos de fuerzas represivas del gobierno.

Pero las crisis humanitarias no sólo se reflejan en la conflictividad de su pueblo, también se dan en el día a día: ¿Sabía que un venezolano promedio ha perdido 9 kilos en el último año debido a la escasez de comida? ¿Que el gobierno fija un día de entrega de suministros, donación que se reduce a algo de aceite y harina de maíz? ¿Que la inflación ronda el 700%?

Pero Caracas no es París ni Washington. A ojos de la comunidad internacional, Venezuela deberá seguir esperando.

Jonás Preller Roldán
Director

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