Por Mónica Pérez // Periodista TVN (desde Sao Paulo) Mayo 26, 2017

A las 10 de la noche de un día de marzo, el millonario productor de carne brasileño Joesley Batista llamó por teléfono al presidente Michel Temer. Quería conversar, a solas. Estaba nervioso. Menos de una hora después, entraba a una audiencia privada en el Palacio Planalto en Brasilia. Así de rápido, así de fácil. La familiaridad con la que conversaba con Temer quedaría de manifiesto en un audio que esa noche grabó Batista. Estaba en problemas con la justicia por abundantes pagos a políticos a cambio de favores. Su defensa lo había asesorado para seguir el rumbo de la delación compensada. Colaborar con la justicia a cambio de evitar la cárcel. Debería ir en contra de todos y entregar hasta al mismísimo Presidente de la República. Y lo hizo.

Bastó con un par de frases:

-Joesley Batista: Estoy ahí defendiéndome. Es que yo, lo que más o menos conseguí hacer hasta ahora. Ahora estoy bien con Eduardo.

(Eduardo Cunha es el ex presidente de la Cámara de Baja, cumple  pena de cárcel por esconder dineros de sobornos en el caso Petrobras).

-M.Temer: Tiene que mantener eso, ¿vio?

-J.Batista: Todos los meses. También estoy asegurando las puntas, estoy yendo. Estoy medio envuelto en el proceso. [...] Está bajo investigación. No tengo denuncia todavía. Entonces, aquí di cuenta, por un lado, del juez. Entonces me aseguré del otro lado, del juez sustituto, que es un tipo que quedó...

M.Temer: Se está asegurando con los dos.

Fue un audio confuso, pero delator. El diario O´Globo hizo públicos los registros. Indignada, la gente salió a las calles a pedir la renuncia de Temer. No había pasado más de un año desde que Dilma Rousseff, la presidenta constitucional, dejó el poder por su responsabilidad política en el mismo caso Petrobras. Y ahora el procurador general de Brasil acusaba a su reemplazante de corrupción pasiva, asociación ilícita y obstrucción a la justicia.

Y en días en que los brasileños creían que lo habían visto todo en materia de corrupción, Joesley Batista develó otra trama aún más escandalosa. Desde el 2010 repartió 430 millones de dólares para mojar a 1.829 candidatos y a todos los partidos políticos del país.

 ¿Qué brasileño querría reproducir el triste estado de las cosas con un nuevo presidente salido de la misma cloaca?”

Los brasileños están agotados, desapegados y desilusionados de la política. Dicen ¡“Que se vayan todos”!, tal como los argentinos en la crisis institucional de 2001. Observan la promiscuidad de los poderosos, quienes alejados de los problemas cotidianos, celebran sus vidas de lujo. Los ven enriquecerse, mientras que a ellos no les cae nada.

La clase política brasileña ha quedado mal parada. Se hace más patente la “transaca” de poder a cambio de dinero para los bolsillos o para campañas políticas. Los empresarios no hacen asco en coimear a los políticos a cambio de un trato preferente para sus negocios.

La estrategia para sobrevivir del presidente Temer ha sido erosionar la credibilidad de la grabación de Batista. El registro es técnicamente deficiente y se notan numerosas ediciones, como lo comprobaron varios medios de comunicación. Temer incluso contrató a un perito que la analizó y dio una conferencia de prensa  para exhibir cada una de las manipulaciones sobre lo grabado. La Fiscalía dice que el audio no es el único elemento en la acusación contra el presidente. Será la Corte Suprema la que determine si el material es válido o no.

En lo moral, sin embargo, Temer ya está juzgado. No es trivial que un presidente escuche sin chistar cómo Joesley Batista le cuenta que tiene comprados a miembros del Congreso y del Poder Judicial.

Sin embargo, sacar al Presidente no será fácil. Si cualquiera de las 13 peticiones de impeachement que están presentadas funcionaran, el proceso duraría más del año y medio que le queda de gobierno.

Además, la Constitución brasileña no permite elecciones presidenciales directas cuando el presidente es destituido en los segundos dos años de su cuatrienio. Es decir, si Temer cayese, habría elecciones indirectas y el Congreso debería votar por un(a) sucesor(a). El problema es que los líderes parlamentarios, así como la mayoría de los senadores o representantes, también tienen cargos por corrupción. ¿Qué brasileño querría entonces reproducir el triste estado de las cosas con un nuevo presidente salido de la misma cloaca?

El ex presidente Lula Da Silva es quien más apoyo marca en las encuestas para suceder a Michel Temer. Es el más popular, aunque cueste creerlo. Tiene cinco juicios abiertos (por malas prácticas o corrupción) y contando. A pesar de ello, la legislación brasileña le permitiría presentarse a elecciones, porque aún no sido condenado en una instancia definitiva. Parece ridículo, pero así son las reglas.

Lo que ocurre en Brasil es como lo que hemos visto en Chile, pero proporcional al tamaño de país. La corrupción y el enriquecimiento ilícito de los brasileños están mucho más extendidos. El sistema federal no ayuda. Es difícil descubrir si un gobernador de un estado lejano está robando o no.

La única posibilidad de que Michel Temer caiga es, precisamente, que los ciudadanos salgan a las calles, protesten y presionen de tal manera que la continuidad del presidente se torne insostenible.Y en eso están.

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