Por Alberto Fuguet // Escritor Mayo 5, 2017

A veces se producen conexiones. O esa es la gracia. Para eso uno tiene un GPS secreto interno, incrustado que une todo lo pop, que te guía y te hace encontrar justo-lo-que-necesitas en el momento adecuado. Es ese chip (que no se adquiere sino que se forja, se pule, se nutre, se educa) lo que le da sentido a todo lo que uno lee, ve y escucha. Este GPS (así se llama esta columna que ya lleva unas semanas y es sigla de Global Positioning System) es un sistema entre consciente e inconsciente que uno tiene para posicionarse en el sistema. A veces pienso: ese es el secreto. Posicionarse. E intentar dilucidar qué posición es la correcta o si vale la pena desgastarse en una trifulca o si es hora de ir a la guerra. ¿Es posible lograrlo? Da la impresión de que es casi imposible: está el sistema y está cómo te posicionas. ¿O es al revés? A veces creo que para tener una posición clara es importante bloquear lo que no necesitas saber, por un lado, pero también estar al tanto de lo que importa. Qué podcasts sirven, qué cuentas de Instagram te asquean, quién en Twitter te potencia y quién te quita energía, si vale o no vale la pena ver Por trece razones en Netflix, una serie sobre el bullying y el suicidio adolescente o si es necesario husmear mejor en las profundidades de Facebook a partir de la polémica generada en torno a una reciente e irónica entrevista de Rafael Gumucio donde,  con un humor que no se entendió del todo, explora su propio bullying colegial y el de los demás a partir de una de esas entrevistas-donde-lo-dice-todo o más-de-la-cuenta. Quizás dijo demasiado para estos tiempos sensibles. Donde a muchos le falla el GPS es en procesar la ironía y entender cómo funciona el humor, incluso el hiriente. La agudeza debe pinchar si no es un cuchillo sin filo.

"Lo importante es que, en estos tiempos saturados,  la literatura salte de la minielite y llegue a manchar las redes sociales y las páginas de los medios”.

El galán imperfecto, su nueva novela, debuta en sociedad en medio de mucho humo, pero también está ardiendo. Ha generado mucho debate y ruido innecesario, pero también ha hecho brotar un par de ideas interesantes que te hacen dudar y cuestionarte y, una vez más, ha llevado el debate a los sótanos de las redes sociales en vez de la prensa establecida. Pero todos han ido tomando posición y eso tiene algo tan respetable como admirable. Así, el tema que estaba algo escondido o relegado a las encuestas (la clase media es la que polariza y determina; quizás el nuevo resentimiento va de arriba hacia abajo y no al revés; que el apelativo de llorón hoy duele más que el de desclasado) se torna público y, por lo tanto, tangible. Hasta apareció un término nuevo: el de resentido regalón que tiene algo de genial y algo que sin duda debe molestar y que es casi perfecto como marca y como insulto.

Todos los bandos que han salido al ruedo lo han hecho con furia y nuevas voces se han potenciado. De paso, dos libros que no fueron nombrados/mencionados terminaron por aparecer y ser citados y hasta baleados en algo así como una fusión de fuego amigo y daño colateral. El GPS apunta ahora hacia Qué vergüenza de Paulina Flores, que lo he leído y me gusta mucho; y otro que ahora me intriga y que —lo reconozco— no sabía nada de él ni de su autor: Richard Sandoval y Tanto duele Chile. ¿Es bueno que te lean en medio de una polémica? ¿Incluso una que no inició el autor? Creo que sí. Lo importante es que, en estos tiempos saturados y a veces hasta anestesiados, la literatura salte de la minielite y llegue a manchar las redes y las páginas de los medios. Pase lo que pase con El galán imperfecto (que al parecer está llena de un humor autoflagelante que es muy de Gumucio) lo cierto es que ha provocado debate, lo que no está nada de mal. La aparición de un libro debería provocar eso, ¿no?: armar una conversación o incluso una mocha. Hace unos días, en Lima, en un local del sánguches llamado La Lucha, un periodista se me acercó mientras hacía hora antes de entrar a una charla al lado y me recordó que, justo hace 50 años, Vargas Llosa había agradecido su premio Rómulo Gallegos sosteniendo que la literatura es fuego. Y sí: la buena debe quemar. El humo que esconde todo no basta, la idea es arder. Veo un documental (I Am Not Your Negro) acerca de un libro que James Baldwin no alcanzó a escribir. El autor de La próxima vez el fuego entendía que la literatura debe arder y entendía que el resentimiento es combustión, pero el odio, la ira, el asco, son inspiración. Vargas Llosa hace cincuenta años decía que un autor debe ser febril y entender que la vocación de escritor hay que hacerla “como una diaria y furiosa inmolación”. Hoy la exposición es mediática, pero aun así no hay fuego sin chispa y la ironía y el humor son capaces de hacer arder la madera seca de ideas. “Es preciso, por eso, recordar a nuestras sociedades lo que les espera. Advertirles que la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón del ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica. Explicarles que no hay término medio”.

Así es; no hay término medio; que viva el fuego.

Relacionados