Por Evelyn Erlij // Periodista y corresponsal en Europa Abril 21, 2017

El libreto del último debate presidencial francés podría haberlo escrito Molière. Los once candidatos, cada cual creyéndose más seguro que el otro, entran en escena. El asunto comienza como una cena de la alta burguesía, todos respetando las normas de cortesía  esperan su turno para hablar. Pero la sed de voto emborracha a los invitados, el ambiente se caldea y se encienden los ventiladores: “¡Patético!”, “¡Usted no sirve para nada!” y vuelan insultos. Hasta que Philippe Poutou, obrero y candidato del Nuevo Partido Anticapitalista, se saca la careta.

“Fillon dice que hay que ser riguroso y después roba de las arcas públicas. Le Pen también. Dice ser antieuropea y no le molesta robarse la plata de Europa”, acusa. No tiene nada que perder —tiene un 1,5% de los votos—, y no se calla: “Peor, el Frente Nacional (FN) se hacer llamar antisistema, pero se protege con la inmunidad parlamentaria para no asistir a las citaciones de la policía. Cuando la policía nos cita, nosotros tenemos que ir no más”.

Marine Le Pen frunce los labios para no reír y la sala estalla en carcajadas. Por cuatro horas, los candidatos espetarán arengas para llevarse el papel protagónico y ganar al público.

A los franceses les gusta imaginar la política como una obra de teatro, con “sus personajes principales, roles secundarios y extras; su dramaturgia orquestada, sus vuelcos espectaculares, sus líneas célebres y sus escenas de culto”, escribe el periodista Gérard Courtois en Parties de Campagne, un libro que acaba de publicar. De ser cierto, la trama de las últimas elecciones ha tenido más insidias, bajezas y tartuferías 21que cualquier comedia molièresca.

“Puñaladas por la espalda, rumores de homosexualidad, teorías de la conspiración, regalos que olían a soborno, acusaciones de nepotismo y corrupción

Hubo puñaladas por la espalda, rumores de homosexualidad, teorías de la conspiración, regalos que olían a soborno, acusaciones de nepotismo y corrupción. Los periodistas se frotaron las manos con los affaires de François Fillon y Marine Le Pen, los candidatos de derecha y extrema derecha; y la prensa rosa se nutrió con la historia entre el centrista Emmanuel Macron y su mujer Brigitte, su ex profesora de colegio 24 años mayor. Los medios extranjeros festinaron con esta “campaña podrida por los escándalos”, y Rusia aprovechó de meterse en el baile para difundir algunas fake news.

El protagonista del culebrón fue Fillon, perseguido por la justicia por desvío de fondos públicos, abuso de bienes sociales y empleos ficticios con los que se habría beneficiado por décadas. Prometió renunciar si lo imputaban pero siguió estoico en la carrera. Nunca un candidato había sido perseguido por la justicia, pero Fillon actuó a lo Trump: “Esto es un asesinato político”, acusó. Se victimizó, se vistió con ropas de mártir y denunció un supuesto complot de François Hollande.

Cuando se supo que Fillon recibió dos ternos por 13 mil euros de un poderoso de la red de influencia entre Francia y sus ex colonias africanas, contestó: “Un amigo me regaló ternos en febrero. ¿Y qué?”. Luego, se divulgó que recibió 50 mil euros para mediar entre un magnate libanés y de su cercano Vladimir Putin.

“Para gobernar un país, mi convicción es que hay que ser irreprochable”, tuiteó Fillon en septiembre pasado. Molière tuvo razón al escribir que “la hipocresía es un vicio de moda y todos los vicios de moda pasan por virtudes”. Está tercero en las últimas encuestas con un 21% de votos, tras Macron y Le Pen, los dos con un 22%.

Le Pen está acusada de mentir sobre su patrimonio inmobiliario y de pagar miles de euros a colaboradores por empleos ficticios en el Parlamento Europeo. Aseguró que Francia no fue responsable de la deportación de judíos durante la ocupación nazi. Su partido es investigado por financiamiento irregular de campañas políticas.

En la izquierda, un sector amplio del Partido Socialista dio la espalda a su candidato, Benoit Hamon, acusado de “radical” y apuñalado hasta por Hollande, quien dio su apoyo a Macron, su ex ministro del Trabajo. El seductor de los izquierdistas liberales recibió golpes bajos de gente que lo acusó de usar su matrimonio como fachada. “Tiene un lobby gay muy fuerte detrás suyo”, dijo Nicolas Dhuicq, que apoya a Fillon.

Cuando escalaba en las encuestas Jean-Luc Mélenchon, el aspirante de la izquierda radical, lo demonizaron como “el Chávez francés”. Y despertó el “diablo” de la política local, Jean-Marie Le Pen: “Mélenchon es el candidato de los comunistas, Macron, de los oportunistas, Fillon, de los delincuentes reincidentes. ¡Yo voto Marine!”, tuiteó.

Un tercio de los franceses no sabe por quién votar. Si Molière viviera y buscara inspiración, le bastaría con abrir los diarios.

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