Por Vicente Undurraga // Editor literario Abril 21, 2017

“Por un mundo en el que nadie haga comillas con las manos en el aire”, dice Jovana Skármeta en su biografía de Twitter. Y en verdad abunda la gente que al conversar levanta las manos estirando los dedos índice y medio de cada una hasta dibujar un efímero doble signo de la paz, para de inmediato doblar sobre sí mismos los cuatro dedos y volverlos a estirar, repitiendo la operación una o dos veces. Ese gesto implica poner en cuestión, relativizar, sembrar la duda, o la cizaña incluso, sobre lo que se está diciendo.  ¿Por qué tantos chilenos sienten la compulsión al escribir, y de un tiempo a esta parte también al hablar, de marcar esa distancia con lo que dicen?

Como dice Wikipedia –ese Diderot electrónico de pacotilla pero imprescindible–, las comillas “son signos tipográficos utilizados para marcar niveles distintos en una oración”. Sin ir más lejos, acabamos de usarlas para citar a la enciclopedia popular. Pero los niveles que las comillas señalan en el habla y la escritura chilenas tienen que ver no con las citas sino con un uso irónico, enfático o timorato de las palabras.

Irónico, como cuando alguien dice:

-“Súpersimpático” tu pololo.

-Qué “lindo” tu chaleco.

Enfático, como cuando Humberto Giannini tituló su principal obra filosófica con unas comillas que son de detención, que recalcan: La “reflexión” cotidiana. Ahí hacen reparar en el sentido de la palabra reflexión, que el autor entiende como una “vuelta a”: un retornar meditativo sobre los propios pasos. Sin esas comillas, se leería que el libro simplemente alude a los pensamientos diarios.

"Los niveles que las comillas señalan en el habla y la escritura chilenas NO tienen que ver con las citas sino con un uso irónico, enfático o timorato de las palabras.

Hay, como se ve, casos y “casos”, pero sin duda es el uso timorato el que fastidia a tantos. La frecuentación degenerada de la táctica discursiva del entrecomillado lleva a pensar en una actitud de distancia miedosa con la que quien habla deslinda responsabilidades sobre lo dicho: con comillas, nadie se hace totalmente cargo de lo que está diciendo. O bien lo dice transparentando inconscientemente sus vacilaciones internas. Es ilustrativo un inolvidable tuit que se despachó en 2013 el entonces senador Iván Moreira:

–En momentos políticos ingratos,mi regalo de Navidad al Pdte.Piñera mi“Lealtad”y de millones de chilenos agradecidos q defenderemos su obra.

¿Por qué entrecomilló “lealtad”? ¿Por mero descuido? Difícil creerlo pues se dio maña para abreviar y dejar pegadas palabras de modo de no sobrepasar los 140 caracteres de Twitter. O sea que hubo un par de segundos en los que pensó en esas comillas. Las deseó, las puso, ahí están: “lealtad”. Como diría Bombo Fica, sospechosa la weá. Más sospechosa que la “huelga de hambre” que “hizo” el propio Moreira cuando tomaron preso al ex “presidente” Pinochet.

A veces, en el habla, las comillas timoratas no se señalan con los dedos sino con un leve pero indesmentible cambio de tono. Hace poco, un político dijo en la radio:

Nuestro candidato quiere privilegiar los “acuerdos”.

Claramente no dijo acuerdos sino “acuerdos”. Sería mejor que los privilegiara sin entrecomillarlos o bien que no los privilegiara, para saber de una si estamos ante un político serio o ante un operador para quien la transacción de posturas será válida aun cuando suponga un transar sin avanzar. La UP no se andaba con medias tintas. Allende no entrecomillaba. Tenía un “relato”, como se dice hoy. Y los relatos se diluyen con las comillas. O con los milicos, claro.

No es baladí el asunto. Varios medios de comunicación relativizaban la veracidad de los detenidos desaparecidos poniéndolos entre comillas, como negándoles doblemente la existencia: desechada por el Estado su aparición, la prensa ruin les negaba también la desaparición. Murieron “como ratones”. En esa línea, Cristián Labbé anunció que sacará un libro: Crónica de la “dictadura”.

En la actualidad, hay un uso muy extendido del entrecomillado que es simplemente erróneo y da risa o conmueve. En carteles a lo largo de Chile se ve a menudo:

–Por favor recoja la “caca” de su mascota.

–Se vende “tierra de hojas”.

–Bar “El Hocicón Eterno”.

Ya lo decía ese otro gran filósofo chileno que fue Raúl Ruiz: “Todo chileno habla exclusivamente entre comillas”. Nada es lo que es. Todo puede significar lo que se dice literalmente, pero también su contrario. Decir “qué linda tu casa” puede significar exactamente “qué fea tu casa”. Eso, podrá rebatir alguien, se llama ironía. Y es cierto. Pero su uso desbocado lleva a un habla especialmente dislocada, ruiziana, encantadora o agotadora según quién y cómo.

Cuando en los debates políticos que se vienen alguien levante las manos y haga comillas, convendrá ponerse en guardia: podrá tratarse de un chivero, de un cínico o, peor, de uno esos aguachentos habitantes de la medianía y la expresión cero que suelen estructurar su visión de mundo sobre la sintaxis de la autoanulación y el empate, hablando siempre a punta de condicionantes y comillas:

–Si bien es cierto que el gobierno en muchos aspectos lo ha hecho “mal”, no es menos cierto que otros lo ha hecho “bien”.

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