Por Vicente Undurraga // Editor literario Abril 28, 2017

La presidenta logró algo increíble.
—¿Es irónico?
—Hace tres años la derecha no existía en Chile y ahora volverá al gobierno. Gran hazaña.

—Nada que ver.

—Es lo que todos piensan.

—Pero no por eso es verdad, tío. Hace tres años, y hace cinco, diez, quince, veinte, treinta y cuarenta, la derecha existía totalmente. Y demasiado: en el poder económico, en el político, en el militar, en la prensa.

—Puede ser, pero Bachelet con su inoperancia potenció a Piñera.

A la derecha no la inventó Bachelet, siempre ha estado ahí y no se achica. Mire si no a Longueira volviendo a meter la cuchara. ¡Se pasó! ¡Ni en Macondo!”

—¿Sabe qué? Yo la defiendo. Es cierto, el gobierno ha sido incompetente, se equivocó con varios ministros y sus reemplazantes, ha guardado unos silencios impresentables, la anduvo cagando feo con la puesta en marcha de reformas como la educacional; la de pensiones aún nadie la entiende, etcétera. Y más encima el propio hijo le hizo a Bachelet un hadouken al iniciar su gobierno.

—¿Un qué?

—Una patada voladora que la dejó en el suelo. Y  la desacreditó.

—Estamos de acuerdo entonces.

—Para nada. Primero, porque a la derecha no la inventó Bachelet. Siempre ha estado ahí. Y no se achica. Mire si no a Longueira volviendo a meter la cuchara. ¡Se pasó! ¡Ni en Macondo! Y segundo, porque para mí Bachelet hizo una gran operación.

—¡¿Cuándo?! A ver, dime. Y déjame anotarlo.

—Anótelo. Me refiero al relato.

—¿Al relato?

—Sí, al relato.

—Qué picantería eso del relato. Además, cuál, si nadie sabe para quién trabaja este gobierno.

—Yo sí sé. Trabaja para el futuro.

—¿Perdón?

—Eso. Dejará una ruta, un relato.

—El de la retroexcavadora.

—Pero qué pegado, tío: eso fue la opinión amplificada de un senador, nada más. Bachelet, ya que estamos con metáforas maquinarias, es la grúa-torre que trasladó las demandas sociales desde la calle, digamos, al centro de la política, al gobierno y al Parlamento.

—Qué cándido, sobrino. Eso iba a ocurrir sí o sí, son procesos históricos. Y en todo caso, el tema se debe más a la gente y a los diputados jóvenes.

—También, sí. Pero estamos en Chile y La Moneda manda. Y los procesos sociales hay que conducirlos.

—¡Córtala! Parecís upeliento.

—Pero tío, pasar esas cuestiones a la cancha política es muy difícil. En contra están los empresarios, la derecha, los medios y a menudo la mismísima Nueva Mayoría. Si este país es muy refacho.

—Estái viendo el mundo en blanco y negro, cabro huevón.

—En mil colores, tío, pero no me va a negar que casi ningún político antes de Bachelet pensaba en serio reformular las pensiones. Ni en sacar la salud y la educación de los negocios y los delitos tributarios y devolverlas al ámbito de los derechos básicos. Era una chacra. Y ahora en algunos años más se estudiará gratis, o casi. Hasta antes de este gobierno decirlo era caer en puras consignas. Y de La Moneda llamaban a los pacos.

—No caricaturices. Bachelet también los llama.

—Tío: ni un político creía que fueran necesarios un sistema electoral y una Constitución más decentes.

—No te pongái latero.

—Pero tómeme en serio, tío, no me agarre más para el hueveo. De verdad pienso que Bachelet dejó instalados esos temas. Y más importante aún es que desinstaló su principal obstáculo: el cochino sistema binominal. No es poco en el país de la justicia en la medida de lo posible, la democracia vigilada y la cultura entretenida.

—¿Los buenos contra los malos?

—Para nada. Pero piénselo: Piñera ya no podrá repetir que “la educación es un bien de mercado”. Seguro lo seguirá creyendo, pero se tendrá que morder los labios. Y dígame si lograr eso no es la gran cosa.

—Pero mira cómo Bachelet ha destruido la economía. Mira cómo se ha disparado la cesantía. Mira cómo ha aumentado la delincuencia, los portonazos. Así el país no progresa. Mira el emprendimiento, está más jodido que...

—Que los mails de la Van Rysselberghe.

—Jaja, buena. Esa te la concedo. Qué vergüenza.

—Bachelet se inmoló por el futuro.

—¡Otra vez! ¿Estás bien? ¿Quieres agua?

—Preferiría una cerveza… ¿Vio la entrevista a Enrique Barros?

—No sé quién es.

—El presidente del CEP. Habló en el diario del proyecto ideológico de la Nueva Mayoría que “tanto daño le ha hecho al país”, y dijo que, en caso de ganar Guillier, “se puede esperar un gobierno mediocre, pero no uno que altere sustancialmente las coordenadas”. Como sí las alteró, se entiende, el de Bachelet.

—Barros tiene toda la razón.

Alterar sustancialmente las coordenadas: gran definición de Barros. Para él será un horror. Yo considero que esa es la verdadera hazaña de la presidenta. Y ya es hora de celebrarla.

—¿Hay que aplaudirla?

—¡Pero claro! Es más: Bachelet echó a andar las reformas que activaban esas nuevas coordenadas tan mal que quien la suceda tendrá que hacerlas necesariamente mejor. Pero no podrá no hacerlas. ¡Estamos dados! No se ven a menudo gobiernos tan generosos.

—¡Por favor! La derecha va a deshacer todo en tres tiempos. No quedará nada.

—¿Usted cree, tío?

—Anda a buscar cerveza, mejor será.

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