Por Jonás Preller Roldán Marzo 31, 2017

La consigna de hace cuatro años era otra: acabar con la vieja política, con la estructura establecida. “Chile cambió” fue la manoseada frase del 2013.

Cada candidato, a su manera, renegó del partido que lo vio crecer, de la política tradicional. Apuntó a una base etérea, sin forma, en la que para muchos expertos podía estar la clave del éxito o fracaso electoral. Los resultados son conocidos: esta negación produjo no sólo una profunda desafección de la ciudadanía con la institucionalidad partidista del país; también restó el soporte necesario para que los gobiernos pudieran jugar en una cancha conocida, con límites, con el apoyo mínimo necesario.

Hoy las reglas son otras: que el ex presidente Piñera sea proclamado con Chile Vamos en pleno a su espalda es una señal clara. Que Lagos, Goic y Guillier coqueteen con las diferentes facciones de la Nueva Mayoría tiene una justificación. Que el Frente Amplio (la menos tradicional de las coaliciones) tenga, a lo menos, tres precandidatos es un símbolo.

La teoría funcionalista del péndulo político ya no sólo se aplica a la dualidad izquierda-derecha, también se relaciona hoy con el punto desde el cual se quiere construir una sociedad: como un outsider o desde el establishment. Pretender que se puede prescindir de esto es un sinsentido.

Volver a tratar de renegar de la política tradicional, ha quedado demostrado, es, a lo menos, arriesgado.

Jonás Preller Roldán
Director
jonas.preller@quepasa.cl

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