Por Daniel Gómez Yianatos, Director de comunicaciones, grupo Etcheberry Marzo 31, 2017

El gobierno griego ha organizado actos para conmemorar los 60 años de la muerte del escritor Nikos Kazantzakis. En Chile, parte de su obra se ha conocido por dos vías, aunque no necesariamente las hayamos asociado a su nombre. Cuando hablamos de Zorba, el griego, nos acordamos del baile de Anthony Quinn, incluso en su versión farandulera con Kike Morandé, a fines de los 90 (Viva el lunes). Pocos rememoran al autor de la novela que inspiró el film. Tampoco lo hacen cuando se  habla de la censura que tuvo La última tentación de Cristo de Martin Scorsese en los cines locales. Ahí también está el genio de Kazantzakis.

De toda su obra, que tiene mucho teatro, quizás el texto más trascendental sea Odisea, que recupera el mito homérico y lo hace propio. La épica del Ulises de Kazantzakis tiene una vigencia novedosa en este siglo. Su océano poético, que triplica el número de versos de Homero, posee una moral muy Lonely Planet.

Ulises, después de pasar 20 años fuera de Ítaca, regresa a su tierra y pronto sucumbe ante la rutina hogareña. Por más que pueda compartir con Penélope, lo afecta un hastío que lo obliga a salir de nuevo a la aventura. Esta vez arma sus maletas sin esperanza de recompensa ni de éxito, sólo invadido por la nostalgia que contradice el concepto habitual que tenemos de ella.

Ulises, como muchos jóvenes del siglo XXI, no extraña lo conocido ni sufre por estar lejos del nido. El héroe echa de menos el desarraigo, lo incierto, vivir como un pasajero en tránsito perpetuo.  A diferencia del Ulises de Homero, el personaje no funciona en equipo. Si fuera futbolero, se ducha en la casa y no se queda al tercer tiempo con los amigos. En su nuevo recorrido, Ulises participa de revoluciones y combates en Esparta, Creta, Egipto y África. Pero juega el partido y se va. Es el egoísmo que algunos le criticaron a Chris McCandless cuando Krakauer contó su historia y luego se ampliara esa odisea por Alaska con la película Into the Wild y la banda sonora de Eddie Vedder.

Miguel Castillo Didier, director del Centro de Estudios Griegos de la Universidad de Chile, debe estar entre los académicos que mejor conocen la obra de Kazantzakis en todo el mundo. Todavía conserva el órgano de US$ 6.000 que Elena, viuda del escritor, encargó fabricar a un artesano de Alsacia para retribuir la traducción que Castillo hizo de Odisea. Esta demoró cinco años y fue publicada en 1975, poco antes que el profesor partiera a su exilio en Venezuela. En una sala acondicionada en su casa, donde caben exactamente 13 personas, el órgano de casi tres metros de altura, que llegó en container al puerto de Valparaíso, luce y suena impecable. A su lado, hay un piano, un armonio y un clavecín. La  atmósfera es de nostalgia.

Castillo coincide en que la llama de este Ulises sigue muy viva: “Hoy, con el avance de las ciencias y las comunicaciones, ha crecido el afán de conocimiento, de experimentar, del ser humano. Y se suma el afán de traslado, muy propio del hombre contemporáneo, que vive abrumado y puede ver una épica en el desarraigo. Ulises no nos invita a eso, pero da cuenta de lo que sería si nos atreviéramos”.

Castillo adelanta que, a propósito de los 60 años de la muerte de Kazantzakis reeditará su penúltima obra: Cristóbal Colón. Mientras sus compañeros celebran el avistamiento del continente, el explorador que imagina Kazantzakis baja la cabeza y llora. Los ángeles le advierten que se detenga porque el destino le depara un martirio. Un Colón a lo Kazantzakis.

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