Por Álvaro Bisama Marzo 31, 2017

Parte así: la ministra Alejandra Krauss viaja al Congreso un martes. Asiste a una sesión y defiende un proyecto sobre la inclusión. Sale al sector fumadores de la cafetería. Lleva su computador en un bolso. Entonces, el bolso desaparece. Va a ser una mala semana para ella pues, luego de eso, el ministro de Hacienda le quitará el piso, la desmentirá en público. Todo arderá, la DC usará el episodio como palanca, aunque en realidad quisiese que fuera un martillo. Ya sabemos, quieren encender todo para las primarias. Quieren irse de la Nueva Mayoría. Quieren los pedazos de un botín de guerra antes de que el barco se hunda y entren caminando rápidamente al olvido.

Porque es una semana compleja. Chile pierde con Argentina en el fútbol y hay tres proclamaciones al hilo de Sebastián Piñera como candidato presidencial. Cada una más extraña que la otra. CNN transmite la primera con una cuenta regresiva que parece una alfombra roja povera. En esa pasarela inesperada Iván Moreira se califica a sí mismo como alguien que siempre dice la verdad. Más tarde, Andrés Chadwick dirá, antes de presentar a Piñera, que “conquistar un corazón es más importante que conquistar un voto”. Detrás suyo están Roberto Ampuero y Mario Sepúlveda, uno de los sobrevivientes del derrumbe de la mina San José y, en algún punto de la noche, del público saldrán vítores que recuerdan nostálgicamente a Pinochet. Esa misma mañana del jueves, la periodista Beatriz Sánchez ha lanzado una candidatura presidencial por el Frente Amplio. Gabriel Boric y Giorgio Jackson la han convencido. Sánchez se lo cuenta al aire a Fernando Paulsen. Mientras, las proclamaciones de Piñera continúan como galas festivaleras; sigue la de la UDI, viene la de RN. Mientras, los partidos políticos luchan por refichar a sus militantes de modo tan triste que es noticia nacional que “Bombo” Fica firmó por el Partido Comunista. Mientras, los matinales han transmitido el juicio al agresor de Nabila Rifo explotando de modo morboso cualquier detalle; todo ha sido una vergüenza impresentable.

Entonces, el viernes por la tardecita, se revela la noticia del robo del computador de la ministra. Ahí nos enteraremos que la PDI revisó 10 horas de grabaciones en las cámaras de seguridad del Congreso. Funcionó. Llegaron al supuesto responsable: un asesor externo de la diputada UDI Marisol Turres. Turres representa a Puerto Montt, Calbuco, Cochamó y Maullín en el Congreso y se hizo tristemente famosa en el debate por la legalización del aborto cuando dijo que había “violaciones que son violentas y otras que no son violentas”, una frase tan carente de sentido como lesiva de la dignidad de las mujeres que han sufrido abusos sexuales. Pero me desvío: al final la PDI encuentra al culpable, llega a su domicilio y recupera las especies robadas.

La diputada se entera de la sustracción del computador y hace un comunicado. El comunicado no dice mucho, pero deslinda responsabilidades y, además, entrega el nombre del asesor, que antes no había sido revelado. Ya ha oscurecido cuando el nombre de Matías Carrozzi aparece. Tiene 43 años y, además de Turres, asesoró el año pasado al diputado Gaspar Rivas de Renovación Nacional. Días después nos enteraremos que Rivas pagó 27 millones de pesos a la empresa de Carrozzi, y Turres, $18 millones. En su página de Twitter, Carrozzi ha puesto de fondo un pantallazo que dice: “Ha ocurrido un problema al acceder a la memoria. Consulte la Ayuda de Asistencia Técnica”. Más abajo, su avatar es una imagen de Michelle Bachelet sosteniendo una foto suya en blanco y negro, fumando. El jueves ha compartido una columna de Felipe Harboe sobre el combate a la delincuencia. En su blog del 2009 se define como “conservador actualizado y en decadencia”. Hay más cosas de él en la red: apuntes, ensayos, colaboraciones con medios de prensa; las pistas del tránsito de un operador en el subsuelo invisible de la política chilena.

Por supuesto, es imposible no percibir que hay una ficción ahí en ese subsuelo y que ese tránsito; un relato esbozado por medio una sincronía de hechos mínimos donde caben el robo con los sucesos de la semana completa y los movimientos convulsos de un año presidencial. De este modo, cuesta no preguntarse qué sentido tenía el robo. En esa ficción posible, en esa novela que nadie escribirá sobre Carrozzi, es muy difícil no verlo a él o a otra persona intentando descubrir secretos de Estado en el computador de la ministra, tratando que quebrar una password llamando a algún gamer de barrio, anhelando archivos ocultos que podrían darle ventajas en la peculiar carrera del poder. Puede ser. Da lo mismo, la verdad. Como dice una amiga sobre casi cualquier cosa, acá no hay moraleja. Sólo quedan los contornos de un crimen innecesario o una comedia boba, algo que funciona como el  contrapunto perfecto a todos esos discursos de una semana en que demasiada gente prometió salvar al país de su propio presente y se anunció, a fuerza de imposturas que quieren ser leídas como verdad, un futuro esplendoroso para Chile y los chilenos, sean quienes estos sean.

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