Por Álex Godoy F. Director Centro de Sustentabilidad, Ingeniería UDD Marzo 24, 2017

Ser competitivo puede ser un atributo de valor para más de alguien. Se compite contra otros en busca de un fin y se demuestra superioridad.

Para otros, la competencia es un antivalor: el individualismo y la vanagloria de uno lo sitúa por encima de otro.

La meta es sobresalir.

La sana competencia no es más que el camino recorrido sin artilugios. El hilo conductor es el individualismo.

Nos enfrentamos a una paradoja conceptual que, más temprano que tarde, nos llevará a tomar decisiones que se fundarán en la ética y moral de quienes las adopten. La lenta pero progresiva transición de una economía de mercado hacia una sociedad de mercado ha transformado nuestras relaciones desde la cooperación hacia la transacción. Cada día nos asombran menos las frases o actos donde, abiertamente, declaramos que no estamos dispuestos a ceder si no hay algo a cambio. O que, como consumidores, en vez de ciudadanos, nuestros derechos son a la transacción.

Ejemplos de esto hay demasiados. La selección positiva de los más dotados se promueve como valor, en lugar de incentivar los dones y talentos al servicio de los que no los poseen. Ejemplos extremos son los clubes deportivos para niños. Allí se les inculca alcanzar metas o marcas para mantenerse en el grupo, antes que la cohesión del grupo o el bien del club completo.

Con la llegada de líderes que hacen declaraciones que segregan y discriminan, en vez de unificar, adultos altamente educados deciden creer en tendencias de las que no poseen ninguna evidencia. Hay jóvenes que también buscan un impacto en el corto plazo sin haber construido el camino para ello. Creen que el pasado ha sido mejor sin enterarse ni siquiera cómo fue este. Son síntomas de un síndrome mayor, uno que se expresa al llegar a una crisis. Antes eran cambios graduales los que ocurrían. Pasaban desapercibidos.

Mientras Chile sigue discutiendo sobre quién nos conducirá los próximos cuatro años, los Estados Unidos continúan consternados con las acciones de su presidente.  Europa, en tanto, poco a poco se desmiembra.

La ciencia sigue mostrando cómo cada mes que pasa no deja de romper los registros en la temperatura global: el enemigo común llamado cambio climático avanza lento, pero sin pausa.

Continuar posicionando la competencia como valor o atributo del éxito puede atentar contra el desafío real que es el trabajo en conjunto para enfrentar a un enemigo común que pone en riesgo nuestro planeta.

La decisión paradójica sería elegir dejar de ganar y  de competir o  hacer una lenta transición al concepto de solidaridad: la unidad basada en metas o intereses comunes. Ayudar sin recibir nada a cambio.

¿Estamos preparados para adoptar este concepto, después de siglos de una sociedad construida en el logro por medio de la competencia  y de la transacción? Quizá si encontramos el valor en perder, en no ganar o  en dejar de competir,  lleguemos a lo que la evidencia nos muestra que es el verdadero cambio global.

Relacionados